Silencio.
Calmo y pacífico silencio.
Un suspiro albergado en alivio abandonan sus gruesos labios, agradece el no tener la obligación de dar explicaciones. Ahora, lo que menos necesita, es ponerse a relatar el porqué de su hora de llegada. La jaqueca le está matando, ocasionando que las venas de su frente tiemblen con levedad, aumentando el doble el malestar en sí.
Descalza sus polvorientos zapatos, sucios e imperfectos, por alguna razón que desconoce, y que no tiene las ganas como para buscarle una respuesta. Empujándolos con su pie derecho sin importarle causar desorden, rompiendo con la perfecta sincronía que mostraba la hilera de, por lo menos, cuatro pantuflas afelpadas de diferentes animales a un costado de la entrada.
Blanquea los ojos una vez captado su pequeño desastre, y escogiéndose de hombros al saber, será su esposo y no él quien vuelva todo a su lugar.
Cierra la puerta principal con un estrepitoso ruido, que alerta al chico en la habitación principal, maldice. Gira los ojos, procediendo a colgar las llaves tras la misma, una vez extraídas de su pantalón.
Los acelerados pasos resonando cual estampida de caballos en la planta superior, le hacen ver cuán preocupado debe encontrarse su marido. Apresurado por bajar, y no siendo del todo consiente que puede tropezar y caer, o en un caso más crítico, rodar inclusive por las largas escaleras de mármol. El que ponga en juego su seguridad por verle después de no hacerlo en toda una noche, le produce una fugaz culpa, misma, que desaparece al verle hacer acto de aparición en la sala de estar.
Arrastrando los pies por la alfombrilla, cubiertos por unos malolientes calcetines negros, decidido a ser caso omiso a la molesta voz que le llama con insistencia, y un deje de necesidad.
—Milo ¿Me estás escuchando siquiera? —Pasa a su costado, con la clara intención de ascender por las escaleras y dormir en tranquilidad—. Milo ¡Milo! —Sube el primer escalón, sus hombros caídos, y su postura encorvada, produciéndole un intenso dolor muscular. La mala noche, cobrándole factura.
No debió beber con tanta desesperación y anhelo, a sabiendas que, cuando toma, olvida por completo el trascurrir del tiempo; pudiendo pasar horas, sintiéndolo como si apenas y fuesen cortos minutos, mucho menos, ensimismarse y adentrarse hasta el fondo de su mente, a tal punto de no pensar, aunque sea un poco, en el preocupado chico que le espera en casa. Suelta un gran bostezo cargado de somnolencia y estrés, sin tomarse la molestia de ocultar su grosero gesto, que el peliagua toma como una ofensa a su persona.
Como si al mayor le hastiara su sola presencia, e irritara su delgada voz.
De solo pensar ello, quiere largarse a llorar en la soledad de su habitación. Aún que no puede. Milo va para allá, y, frente a él, nunca osará dejar ver sus temores, y lo frágil que es.
—¡Maldita sea, Milo Andreato! —grita, con los dientes apretados, conteniéndose inevitablemente—. Puedes jodidamente escucharme. —El aludido se detiene en seco.
Camus permanece en el medio de la sala; sus puños apretados y su mirada encendida, casi al borde de sacar chispas y prender fuego al lugar le hacen girar robóticamente, percibiendo lo ofuscado y rabioso que luce el menor. Asume, se trata de otra rabieta más.
«Infantil», masculla internamente, intuyendo a la perfección, se trata de aquella palabra la que define a su pequeño esposo.
—¿Qué mierda quieres? —responde con tosquedad, arrastrando sus delgados y largos dedos por toda la extensión de su cabello azul, peinándolo en un intento de ejercerle presentación. Mas no lo logra, continúa alborotado y apuntando a todas direcciones. Su traje oscuro, siempre tan pulcro, desaliñado y con un olor nauseabundo.
—¿Es en serio, Milo? —Camus enarca una peculiares cejas, sus fruncidos labios impidiéndole a su lengua salir y hacer un escándalo que, provocará un estallido entre ambos. Uno que sabe, merece. Más intenta controlarse, su pareja no está en condiciones de inmiscuirse en una riña.
—¿Qué? —Haciendo como si no pasase nada, le sonríe.
El muy cínico se atreve a sonreír. De un modo sarcástico y altanero. Como si estuviese en todo su derecho de hacer y deshacer a su jodido antojo.
Tan despreocupadamente se pierde todo la tarde y noche, no dignándose siquiera a llegar a dormir. Mucho menos molestarse en llamar y avisar, vamos, ni un puto mensaje al menos. Y para variar, llegando al siguiente día con olor a alcohol y perfumes femeninos en sus prendas.
Arruga la nariz ante la magnitud de olores que se cuelan por entre sus fosas nasales.
«Desagradable», piensa.
Adquiere una rigidez indescifrable, la inseguridad apoderándose de él un momento a otro, ¿por qué Milo tiene perfume de mujer en su ropa? ¿se atrevió a ser le infiel? ¿tan pronto se dio por vencido? o ¿ya no le ama?
Sus ojos zafiro se tornan acuosos de repente, sorbe su nariz, desviando la mirada al sentir la contraria fija sobre sí. Curiosa e intrigada. Hay preocupación por su reciente cambio de ánimo.
—Camus ¿Qué...?
Decide irrumpir a sus palabras, no quiere lástima de su parte, por lo que retorna la conversación anterior.
—¿Por qué llegas a estas horas? —Tan pronto como la pregunta es formulada el semblante del mayor se transforma. Pasando a ser el hombre que se preocupa por todo lo que le suceda, al esposo desinteresado y malhumorado que le disgusta dar explicaciones de sus actos. Incluido a él, la persona a la que mayor confianza debe tener.
—Ya deberías saberlo.
Le está culpando. Mas no quiere llevarle la contraria. Aún así, no se quedará callado.
—Sabes lo mal que la pasé al imaginar cualquier cosa negativa, Milo.
—Camus. Tú siempre tan pesimista e histérico —mueve de lado a lado su cabeza—. Aquello ya no me sorprende. —El peliagua sostiene su pantalón de chándal con desbordante presión. Tragándose las palabras hirientes que desean escapar de entre sus delgados y esponjosos labios.
Milo intenta hacerle sentir mal, como en cada ocasión cuando se ofusca. Y esta vez, no lo logrará. Se ha cansado de ser quien reciba todo el peso de la culpa.
La mirada sorprendida no tarda en llegar por parte del moreno. Permanece de pie, y sin las espantosas lágrimas empapando su rostro, mucho menos, su voz rota reclamándole por lo mal esposo que es. Queriéndole echar en cara su problema una y otra vez.
El agarre disminuye, haciéndose cada vez más flojo, hasta romperse por completo. Acomoda un mechón rebelde tras su oreja, levantando el mentón en alto.
Seguro y decidido.
—Mira, amor. Si no quieres dar justificaciones, está bien —comienza, su voz fina y firme, retumbando en el espacio de la sala, sin las inusual quebrantes y gritos ahogados, aumentando la sorpresa en el susodicho—. Luego no te quejes por mi comportamiento, y vuelvas a tratar de tirarme la culpa por nuestros problemas. Cuando aquí, no soy sólo el único que acaba jodiendola.
Gira sobre sus talones en dirección a la salida. Descolgando las llaves de su auto sin prisa, al mismo tiempo que, reemplaza las pantuflas de ositos que abrigan sus pies, por sus usuales y simples conver's negros. Cerrando tras de sí, no creyéndose lo que acababa de suceder.
Dejando a Milo pasmado, desconcertado, y con la cabeza echa un lío.
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09/02/2020
🍃🌷Camie🌷🍃
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Anorgasmia © °°CaMilo°°
FanfictionCamus Laforêt es un adolescente de veinte años que cometió el error de casarse con su novio, Milo Andreato, a quien conoció en una fiesta de graduación, siendo arrastrado a ella por su mejor y único amigo en ese entonces. Pese a la oposición de amba...