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Una vez fuera de la gran casa a su espalda expulsa el aire, que, sin saber, estuvo reteniendo producto del drástico e incómodo momento

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Una vez fuera de la gran casa a su espalda expulsa el aire, que, sin saber, estuvo reteniendo producto del drástico e incómodo momento. Milo en verdad le tiene como está.

Tan mal.

Se da un ligero golpecito en la cabeza con su larga y delgada mano, regañándose por ser tan tonto y dejarse llevar por un impulso desconocido. Huyendo de su hogar como si le asfixiara y cortara la respiración, fingiendo una tranquilidad que no posee, aunque fuese una minimidad.

Olvidando tanto su móvil como su cartera, en su arrebato desesperado por salir. Menos mal que cogió las llaves de su coche, aquello le viene perfecto. Lo que necesita y anhela en estos momentos es perderse en la gran Grecia, sin nada que le aprese o impida a permanecer en el interior de la vivienda, esa a la que ruega abandonar, por lo menos, unos instantes.

Aclarar su mente y despejarla del martirio que se ha vuelto su matrimonio. Ese mismo que en un comienzo le llenó de felicidad genuina, al verse unido a la persona que ama con toda el alma y corazón, atados en matrimonio hasta que la muerte los separe. O ellos mismos terminen rompiendo el vínculo por voluntad propia, al no ser capaz de convivir con alguien a quien dejaron de amar hace mucho.

El amor, extinguiéndose hasta no quedar siquiera un rastro de cenizas que compruebe lo que existió alguna vez. Las promesas dichas con sinceridad, las muestras de afecto día con día, y las múltiples entregas bajo las sábanas, jurando permanecer juntos por toda la vida.

Sacude su cabeza de lado a lado, tirando aquel pensar a la basura. Eso no pasará con ellos.

—Por supuesto que no —afirma, con una sonrisa en sus labiales.

Se encamina en dirección exacta al convertible rojo a su delante, sin borrar su risueña risa. Sus orbes tintinean, adquiriendo un brillo laborioso. Su familia no le pudo dar los lujos que en ocasiones anhelaba con tantas ansias, una alegría que Milo si pudo hacerlo. Cumpliendo con cada capricho que en determinadas ocasiones, atravesaban por su mente. Con todo y su mal genio, el peliazul concedió su mayor deseo, mismo que frente a él se encuentra. A la espera de ser conducido.

Retira la seguridad y procede a abrir la puerta, pasando por alto que el vehículo no emitió el pitido tras ser retirado el seguro.

Coloca su derecha en la manija, tirando hacia él con calma, sólo para descubrir que no sede. Arrugando su nariz pica el botoncito de nueva cuenta, empleando más fuerza de la requerida.

Comienza a irritarse.

El ruidito no muy lejos, le hace girar la cabeza en su dirección lenta y tortuosamente, cayendo en cuenta que, tras su apuro, cogió las llaves equivocadas. Las de su esposo precisamente.

Bufa, maldiciendo por lo bajo ante la equivocación que parece haber sido adrede. A sabiendas que sabe, fue el maldito destino quien le jugó en contra, en un momento totalmente desesperante.

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora