Decaulión y Pirra, los sobrevivientes del Diluvio

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Los Inmortales estaban indignados.
Los hombres, que habían sido creados
para servir y honrar a sus dioses, se
habían convertido en una raza impía.
Dejaban abandonados los templos y los
altares, ya no hacían sacrificios, y el
delicioso humo de las reses asadas no
ascendía hasta el Olimpo. ¿Qué sentido
tenía que existieran sobre la Tierra?, se
preguntaban.Ninguno, decidió Zeus. Había que
exterminar de una vez por todas a esa raza
inútil y maldita. La humanidad no servía
para nada y debía ser destruida. Hubiera
sido sencillo usar sus rayos para
fulminarla, pero a pesar de que Gea había
enviado contra él a Tifón, Zeus no quería
dañar a su abuela Tierra, la Gran Madre
de Todas las Cosas. Entonces se decidió
por una solución sencilla: una gigantesca
inundación haría que todos los hombres
murieran ahogados.
Pero Prometeo, el Titán, amaba a la
humanidad, a la que le había entregado el
fuego y, junto con el fuego, el
conocimiento y el dominio sobre el
mundo. Tenía un hijo mortal, Deucalión,
el rey de Tesalia, que estaba casado con
Pirra, hija de Epimeteo y de la primeramujer mortal, la bella y temible Pandora.
Entre todos los seres humanos, Deucalión
y Pirra eran los únicos que podían ser
llamados realmente justos, buenos, sabios
y, sobre todo, obedientes y temerosos de
los dioses. Visitaban los templos, hacían
sacrificios, honraban y reverenciaban a
los Olímpicos de todas las maneras
posibles.
Prometeo le rogó a Zeus por la vida de
su hijo y su nuera y, a través de ellos, de
toda la humanidad. Y el gran dios de los
dioses aceptó que se les permitiera
construir un arca, un gran cofre que
flotaría sobre las aguas y les daría la
posibilidad de sobrevivir.
Entonces Zeus desató todo su poder en
una tormenta que no tuvo igual sobre la
Tierra. Dejó encerrados a los vientossecos y liberó a todos los vientos
húmedos. Lanzó rayos y relámpagos que
destrozaron las nubes y las convirtieron
en un diluvio incesante. La lluvia era
tremenda, aterradora, brutal y parecía
eterna. En ayuda de su hermano, Poseidón
convocó a las mareas, para que el agua de
los océanos se desbordara sobre la
Tierra. Los dioses de los ríos los hicieron
crecer y salirse de sus cauces,
alimentados por la lluvia. Habían pasado
apenas unas horas cuando el arca de
Deucalión y Pirra flotaba ya sobre las
aguas.
Durante nueve días y nueve noches el
diluvio azotó la Tierra. Al principio,
algunos hombres habían creído escapar
refugiándose en las colinas, pero pronto
fueron cubiertas por las aguas, y tambiénlas montañas.
El arca encalló por fin en la cumbre del
monte Parnaso. Y de pronto, dejó de
llover. Deucalión y Pirra ya no eran los
reyes de Tesalia. Todos sus súbditos
habían muerto ahogados. Ahora eran
apenas un hombre y una mujer, solos,
mojados y tristes. ¿Qué podían hacer para
que la humanidad volviera a la vida?
Cuando las aguas se retiraron, Hermes,
el mensajero del Olimpo, descendió para
ofrecerle a Deucalión un regalo del gran
Zeus.
—Hombre, ¿qué deseas? —preguntó
Hermes.
—Compañeros —dijo Deucalión.
—Tengo la respuesta de Zeus —dijo
Hermes, sin sorpresa—. Deben tirar por
encima de sus hombros los huesos de sumadre, y la humanidad volverá a nacer.
El hombre y la mujer estaban
horrorizados.
—¿Cómo vamos a arrojar los huesos de
nuestras madres? —preguntó Pirra—.
Sería un sacrilegio todavía más terrible
que la maldad de los hombres que han
sido destruidos.
Pero Deucalión, después de mucho
pensar y de consultar al oráculo,
finalmente comprendió: se trataba de
arrojar piedras, que son los huesos de la
Madre Tierra.
De las piedras que sembró Deucalión,
nacieron hombres. De las que lanzó Pirra,
nacieron mujeres. Para bien y para mal, la
humanidad volvería a poblar el mundo.
Comenzaba la Edad de los Héroes.

Dioses y héroes de la mitología griegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora