Por alguna razón Christopher había decidido perderse aquella tarde en alcohol y llorar a mares.
Cuando su novio llegó de casa de sus amigos y lo encontró en aquel estado, se sintió fatal. Mucho más aún porque el castaño tenía el rostro escondido entre sus brazos, los cuales estaban sobre la barra de la cocina, y entonces gritó:
—¡Te odio Zabdiel! —y lo escuchó sollozar, haciendo que su corazón se aceleráse— ¡Te odio más que a nadie!
Él creía que aquel chico ya había quedado en el olvido en la conciencia del castaño.
Aunque bueno, en ese momento no lo estaba del todo.
Se acercó al mayor y, antes de poder decir algo lo escuchó llorar con mucha más fuerza y levantarse tambaleándose.
—Por favor ya déjame libre —rogó intentando secarse las lágrimas con brusquedad—. Amo a mi familia y prometiste que no te meterías más entre nosotros. Quiero hacerlos felices.
Erick sonrió acercándose un poco más.
Al menos no era lo que imaginaba por las razones que le lloraba a aquel hombre.
—Ya me haces feliz —comentó haciéndolo dar un respingo por su repentina aparición, y sonrió para él cuando se giró asustado, limpiándose las lágrimas—. Y te aseguro que nuestro bebé también lo es, porque cada vez que te escucha cantar o reír se mueve dentro, y sé que es porque lo pones contento.
—Erick... —murmuró acercándose hasta quedar a sólo centímetros de él y terminó arrodillado, abrazándole las piernas— te amo.
—Y yo a tí, cariño —respondió acariciando su cabello, riendo con ternura cuando la cabeza del castaño terminó dentro de su camiseta, y le acarició por encima—. Zabdiel no nos molestará más, ¿vale? —el chico hizo un sonido afirmativo, aunque no muy seguro— Él te prometió no meterse más y estoy casi seguro que, aunque no lo haya dicho, el que haya muerto ha sido parte de eso. Cumplió.
—¿Y si vuelve? —le preguntó con la voz más tierna, triste.
—Él no está y no estará más, amor —aseguró—. Ahora sólo tienes que quedarte tranquilo, que por la noche y por el día soy sólo yo quien está contigo.
Los besitos en su barriga luego de algunos segundos de silencio le hicieron reír y destapó al chico.
—¿Cómo voy a estar seguro que él entiende?
—No es necesario que lo haga, ya no va a volver —repitió, pero el castaño se negó ante esa posibilidad—. ¿Qué quieres hacer entonces?
—Decírle.
El ojiverde suspiro, haciéndolo ponerse de pie y, con cuidado, caminó con él hasta el sofá.
—Ya lo tengo —habló, refiriéndose una idea—, pero no hoy, mañana. Esta noche asegúrate de mirarme bien y entender que yo existo, y él o ella —acarició su barriga—, y nosotros te amamos.
El chico suspiró asintiendo, lanzándose sobre él de manera torpe para abrazarlo, por lo que el ojiverde volvió a reír.
—Yo los amo mucho más.
Erick dejó un besito en su boca y el chico sonrió, rozando sus narices.
Se durmió abrazándolo, mientras el ojiverde dejaba caricias en su cabello y sus brazos.
Horas más tarde se despertó, viendo que su novio también había caído en brazos de Morfeo y, aún cuando tenía un fuerte dolor de cabeza y se sentía mareado porque el alcohol no se había ido por completo de su cuerpo, corrió a tomar una pastilla para poder calentar lo que había cocinado para cenar, y atender a su pequeño noviesito como se merecía.
Era un idiota, porque él sabía bien que no aguantaba tomar ni dos vasos de cerveza, pero claro, el muy inteligente tenía ansiedad y terminó por tomar cuatro.
Él se lo había buscado, así que no iba a quejarse.
Terminó por llevar la cena a la mesita de centro en la sala y despertar con besitos cortos a su novio, quien sonrió apenas tuvo un poco de conciencia y abrió los ojos con pereza.
—Buenas noches —saludó el pelinegro y él sonrió también, dejándole un último beso.
—Lo lamento amor, ¿sí? —el chico negó, acariciándole la mejilla— Sé que soy un mal ejemplo, pero, ya no pude evitarlo.
—Nunca te había visto así, desde que te conocí —admitió—. Ya está, que eres tonto pero no bruto, al menos me agradas un poco ebrio —rió—. Al bebé también, porque le das besos.
El castaño sonrió acariciando su barriga, aún ignorando los punzones en la cabeza.
—Y puedo darle muchos más, pero serán después de la cena —señaló y el ojiverde chilló de alegría, porque tenía hambre—. ¿Ya quieres cenar?
—Ya amor.
A la mañana siguiente, ambos se encontraban frente a hermoso castillo miniatura, donde estaban guardadas las cenizas de Zabdiel.
El ojiverde miraba cualquier cosa, un tanto alejado de ahí, esperando que su novio –quien llevaba unos diez minutos en silencio– hablara con aquel chico que le atormentaba tanto.
—¿Sabes cuanto te amé? —suspiró, como si el simplemente hecho de preguntar aquello le hubiese agotado— Sí que lo sabes. Zabdi, tú fuiste como aquella montaña rusa a la que subimos cuando nos graduamos, ¿lo recuerdas? —sin poder evitarlo, las lágrimas se acumularon en sus ojos y, mirando hacia el cielo, sopló sobre ellos para no dejarlas salir— Desde el primer momento me sentí atraído hacia tí, aunque estaba muy nervioso. Cuando estuve justo en tí me hacías subir lentamente y sentía emoción, adrenalina, podía tocar las nubes sólo gracias a tí, o al menos eso parecía. Pero llegaba el momento en que de pronto estaba bajando, tres veces más rápido de lo que había subido y era ahí cuando el terror llegaba. Fuiste lo mejor del mundo para mí, aún con esas subidas y bajadas y las vueltas que me mareaban. Aún sabiendo que terminaba mal, siempre quería volver a tí, y fue justo así con aquel juego —rió bajito, ya sin poder detener la humedad de sus mejillas—. El caso es que me he dado cuenta que aunque te amé, ya no eres mi todo. Erick lo es, porque estar con él es simplemente como tener un globo de helio ¿sabes? Tan simple y a la vez tan bonito, tan seguro, sólo debo mantenerme con los pies sobre la tierra y ver como flota esto que tenemos, pero jamás cae. Lo amo Zabdi, y quiero que sepas que a pesar de todo te guardo en mi corazón como un bonito recuerdo, pero no más. Deseo de verdad que donde sea que estés, tengas paz y puedas ser feliz ya, sin rencores ni tormentos. Y acá yo también voy a serlo, con mi futuro esposo y nuestro bebé. Te quiero Zabdi, espero que lo entiendas, que he perdonado todo y espero que también me perdones si alguna vez fallé. Ahora sé bueno, y yo intentaré serlo también. Sé que estás en el cielo, y algún día espero poder encontrarte de nuevo. Deséame suerte con mi nueva familia.
El castaño quería liberarse de todos aquellos sentimientos. Quizá no era el mejor con las palabras, pero sabía que el chico también tenía aquel ejemplo de la montaña rusa para su relación, y estaba seguro que siendo sincero con él, las cosas serían mejores.
Ahora se sentía un tanto más libre de carga.
Sólo quedaba esperar un poco más para sorprender a su pequeñito para decirle lo último que lo tenía ansioso.
Ahora que ya había aclarado un poco las cosas con Zabdiel, se sentía que su corazón tenía el camino libre y sus palabras alguno de esos meses brotarían para pedirle matrimonio a Erick.
Porque sí, quizá el hacerlo sólo ellos y su familia era lo mejor.
No estaba del todo seguro, pero el bebé y su amor por el ojiverde le hacían creer que una boda no sería razón para sentirse terrible, así que al final se estaba convenciendo de hacerlo.
Sólo esperaba que para cuando el bebé naciera él ya estuviese preparado y seguro de querer comprometerse literalmente, porque entonces lo haría.
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Aprendí a amarte || Chriserick.
FanfictionY cada mes, puedo decir que mi amor crece tanto como tu barriga.