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Apenas puedo reír cuando estoy lejos de tí, pero olvido qué es llorar cuando estás junto a mí.

No soy un chico de poemas y mil amores, pero eres mi amigo, y quizá con el tiempo todo mejore.

¿Debería confesarte cuan enamorado estoy de tí? Es que niño, te has vuelto mi luz desde el primer momento que te ví.

Quizá algún día leas esto, y si lo haces será porque somos hermanos o amigos, como quieras llamarle. O talvez estamos casados, con cinco perros, dos patos y seguramente, quince monstruos con nuestros apellidos y sangre corriendo por ahí.

Es lo que más deseo.

No pido mucho más, que aún si no es a mi lado, sólo quiero verte feliz.

Tu sonrisa es la mía, y es que verte me hace bien a mí.

—¡Amor! —gritó Christopher, aguantando la respiración lo más que podía— ¡Se me olvidó el talco!

Sí, Christopher solía cambiar los pañales de su hijo antes y después del trabajo, pero cada que lo hacía, olvidaba alguna de las cosas que necesitaba para tener a Sean todo limpio y tranquilo. Quizá era porque por las mañanas siempre iba apresurado, luego de ceder ante los encantos de su esposo. Y por las noches simplemente llegaba cansado.

Erick a veces lo acompañaba a cada uno de los hoteles y estaba con él, no dejando que se estresara, pero solía darle flojera levantarse temprano y tener que despertar a Sean también para llevarlo consigo, puesto que lloraba mucho.

Sin contar, que era incómodo para él tener que alimentarlo frente a las personas que estuvieran trabajando para el castaño, y éste simplemente se reía de él.

Una mantita no era suficiente para que la gente lo mirara mal, por alimentar a su bebé.

—¡Aquí está! —gritó llegando con el envase de talco en mano— Te he salvado Christopher, me debes una.

—Te debo las que quieras mi amor, sólo apúrate antes de que me duerma.

Erick rió ante las palabras del castaño.

Si bien aquél año estaba pasando cansado, puesto que era súper pesado por ser primerizos, había sido muy divertido llorar y reír cuando no sabían qué hacer.

La pasaban bien siendo una familia.

Lo bueno de aquello, era que su hijo comenzaba a gatear, y se ponía de pie dentro de la cuna, dando saltitos como si bailara.

A ambos les encantaba verlo y escucharlo balbucear.

Christopher siguió limpiando a su hijo, quien reía fuertemente cada segundo que podía, como si de un niño mayor haciendo travesuras se tratase.

Apenas estuvo cambiado, el castaño sopló sobre su pancita, haciéndolo reír con más fuerza.

Claro que, luego de hacerlo tantas veces, sin importarle las advertencias de Erick sobre no hacerlo reír mucho, el bebé dejó de reír para simplemente mirarlo con sorpresa.

—¿Qué Sean? —preguntó divertido el castaño, agudizando la voz— ¿Qué fué? ¿Ya no te da risa?

—Yo creo que se volvió a hacer —opinó Erick viendo los ojitos de su hijo.

Aprendí a amarte || Chriserick.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora