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Christopher se asomó a la puerta de su habitación, porque ya había pasado mucho más tiempo del que había imaginado arreglándose, y comenzaba a preocuparse.

Pero simplemente lo encontró con aquel hermoso polerón que cubría hasta mitad de sus múslos, unos bóxers y tines frente al espejo, mirándose analítico de perfil.

Del perfil derecho...

De frente...

Y luego el perfil izquierdo.

Incluso se puso de espaldas y comenzó a mirarse, pero Christopher veía como sus ojitos parecían apagados, y posiblemente tristes mirándose, pero no entendía la razón, pues él estaba muy feliz por poder por fin juntar a sus familias y hablar, para crear buenos lazos entre todos.

Además, Erick estaba más que bello de aquella forma, con su hermosa pancita, la cual lo volvía loco de ternura, y lo obligaba a guardarse los suspiros que brotaban de su pecho, para no interrumpir su momento de "privacidad" y pensamientos que sólo él sabría.

Y es que cada vez, el castaño se encontraba más enamorado de su pequeñito de ojos verdes, de sus besos y de su piel.

¿Cómo podía saber que su amor aumentaba? Simple. Todo se alborotaba dentro suyo con mayor intensidad cada día, y cada mes, al ver la diferencia con el anterior, podía darse cuenta que era más de lo que jamás imaginó sentir por él.

Un bufido escapó de los labios del pelinegro, que, bajando la cabeza con resignación se sentó sobre la cama y tomó el bonito pants que el mayor le había regalado la semana anterior y negó en silencio, mientras lo estiraba.

—No me va a quedar —murmuró arrojándolo de nuevo al colchón y llevó las manos a su rostros—. No me va a quedar...

Su voz se apagó y Christopher esperó apenas un momento, hasta que escuchó un sollozo de su novio y negó rápidamente cuando lo vió dejándose caer sobre la cama, sollozando más. Así que, por fin se atrevió a entrar y subió sobre sus rodillas al lado del chico, apartándole las manos del rostro, y el ojiverde le miró con un puchero, sin poder retener las lágrimas que salían de sus ojitos.

—¿Qué pasa amor? —preguntó el castaño acercando una mano a la mejilla del contrario para acariciarle suavemente— Todo está bien, ¿okey? —sonrió— No estés nervioso.

—Chris, estoy gordo —sollozó con pena—. Ya no me queda nada mi ropa y estoy feo —aumentando la intensidad de su llanto, informó sobre su miedo—. Ya no me vas a querer.

Christopher soltó un suspiro y, luego de esbozar una sonrisa sincera, se recostó a su lado, metiendo uno de sus brazos bajo la cabeza del chico,  y con el otro rodeó su pancita.

—Oh no cariño, yo jamás dejaría de quererte por algo así —besó corta y suavemente sus labios—. Además no estás gordo y, aún si lo estuvieses serías hermoso —admitió—. Mucho más aún porque tú eres quien aguanta cada dolor, de ese pequeñísimo y hermoso ser que tanto deseamos ambos, y que yo jamás imaginé que tendría. Amor, tú... ustedes lo son todo para mí, y no podría verte feo ni dejar de quererte por una estupidez. Erick, bebé, tú eres hermoso ahora y siempre.

—Pero soy insoportable, y tengo miedo que mi ropa nueva no se vea bonita, porque a nadie le va a gustar, ni siquiera a mí.

Christopher sonrió, pegándolo más a su cuerpo, y dejó un besito sobre su frente.

—Si ese es el problema, mañana podemos ir a comprar cosas que te gusten ¿vale? —el ojiverde asintió y Christopher sonrió— Bien amor, pero ya no llores por esas cosas —pidió con ternura y dejó varios besitos sobre una de sus mejillas—. Tú me gustas siempre, y cada mes, puedo decir que mi amor crece tanto como tu barriga.

Aprendí a amarte || Chriserick.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora