Prólogo

671 57 1
                                    

—¿Cuanto falta para llegar? —preguntó un lindo chico de unos quince años sentado en el asiento trasero del automóvil.

—Una hora más o menos —respondió su padre—, y aseguren su cinturón de seguridad, que ahora vienen las curvas.

El chico obedeció al mandado de su padre y un niño más pequeño que él sentado a su lado, lo imitó. Todos se encontraban cansados después de todo un día viajando, pero su madre los consoló, diciéndoles que había que tener paciencia. Era un viaje largo, habían viajado a las afueras de Seúl, a la playa, durante las vacaciones de verano y ahora iban de regreso.

El padre de los muchachos pidió a su esposa un poco de jugo para la sed, pues el calor del sol calentaba desde lo alto y penetraba a través de las ventanas. Pero ni él y ni su hijo mayor pensaron que aquello traería tanta desgracia.

—Yo también quiero, mamá —dijo Donghae, el chico mayor.

—¡Hey, esa es mi taza! —gritó su hermano menor.

—Ay no seas egoísta, préstamela, que no sé donde dejé la mía.

—¡Ni hablar!, ¡Tú tienes la tuya! —exclamó soltando su cinturón e intentando quitársela.

—Cálmense ya, ¡Hijo, abrocha tu cinturón otra vez! —los reclamó su madre.

—¡Bájate de mí, pequeño demonio! —decía Donghae, intentando apartar a su hermano.

—¡Chicos! ¿Acaso siempre tienen que estar peleando? ¡Ya basta! —les gritó ahora su padre, volteándose hacia los chicos y quitando la vista de la carretera por un segundo.
Pero bastó un segundo...

—Cariño, ¡Cuidado! —le gritó su esposa.

Al voltearse para ver lo que le estaba indicando su esposa, con horror se dio cuenta de que frente a ellos y en sentido contrario, venía un autobús por la misma pista. Pero ya era tarde para bajar la velocidad, pues venía demasiado cerca. En su intento desesperado por esquivar el autobús, se salió del camino y volcó el automóvil, el cual dio varias vueltas antes de detenerse con el techo hacia abajo. Luego de un griterío dentro del automóvil, ahora había un profundo silencio... angustiante. Donghae abrió los ojos con la sensación de haber dormido durante un largo tiempo, pero no podía estar seguro si aún dormía o estaba despierto; pensó que sus ojos, por abiertos que estuvieran, ya no veían. Solo había oscuridad rodeándolo en un momento lúgubre y atemorizante. Poco a poco comenzó a acostumbrarse a la oscuridad. Sentía un peso sobre sus piernas y al darse cuenta, sobre él estaba su hermano, sangrando de una herida en la cabeza. Él también sangraba, pero el dolor era tan intenso que casi no podía sentirlo.

—Dongwha —llamó a su hermano con dificultad y un hilillo de voz—... Dongwha —repitió.

No escuchó ningún sonido más que el del goteo incesante de un líquido, que por el olor tan penetrante, lo hizo pensar que la gasolina se estaba cayendo. El olor a gasolina penetraba en cada partícula del aire, parecía que cortaba sus sentidos, entrando por su nariz e intoxicándolo. Una lágrima corrió por su mejilla y luego otra y muchas más.

—¡Dongwha! —gritó para que ahora sí lo escuchara y lo zarandeó fuerte.

Pero el pequeño no se movía, ni tampoco respondió a sus llamados. Donghae intentó empujarlo para sacarlo de sobre él y poder salir del automóvil volcado. Soltó su cinturón que aún lo estaba sujetando y con dificultad alcanzó la manecilla de la puerta pero ésta estaba trabada, por lo que salir del auto, significó escabullirse entre los vidrios rotos que raparon y agrietaron su piel. Al salir, se dejó caer al piso, golpeándose el cuerpo un poco y sintiendo por primera vez el intenso dolor de sus heridas. Se arrastró tragándose el dolor que le provocaba articular movimiento, quiso saber cómo se encontraba su madre, pero al intentar abrir la puerta delantera donde ella se encontraba, no lo logró. Al parecer estaba trancada por los golpes. Aún así pegó el rostro al vidrio para ver hacia adentro y vio el cuerpo de su madre inerte, con el rostro cubierto de sangre y manchados también sus brazos y piernas.

—¡Mamá! —gritó llorando con más fuerza.

No sabía qué hacer, él estaba muy adolorido como para moverlos a todos. La desesperación se apoderó de él en cosa de segundos, y lloraba de temor y dolor. A los pocos minutos de encontrar a su madre, sin movimiento alguno, escuchó los gritos de personas que se acercaban para ayudar. Sintió que un hombre lo tomó por los hombros, sosteniéndolo y él le suplicó ayuda, aunque como pudo. Un nudo se había formado en su garganta, impidiéndole hablar con claridad. Pero la voz de aquel sujeto se hacía más lejana cada vez, y su imagen era difusa, hasta que el chico ya no pudo oírlo y cayó al suelo desmayado por el dolor, no solo del cuerpo, sino también del corazón.

***

Horas más tarde, Donghae despertó recostado en una cama de una sala de hospital. Esta vez, cuando el chico abrió los ojos, una luz intensa lo cegó por unos cuantos segundos. La habitación blanquecina le hizo darse cuenta de donde estaba. Quiso levantarse, pero una enfermera a su lado lo detuvo.

—¿Dónde está mi familia? —Donghae inquirió angustiado.

La mujer no respondió, lo miro a los ojos y el chico volvió a repetir la pregunta creyendo que no lo había oído. Pero al no escuchar respuesta, millones de pensamientos cruzaron por su mente, hasta que escuchó por fin de los labios de la enfermera lo que había ocurrido. No pudo evitar que las lágrimas corrieran por su piel, tan incesantes como lo era su dolor: "Lo siento mucho, tu padre falleció en el lugar, y el pequeño no resistió hasta llegar al hospital... de verdad lo siento", le contó la enfermera.

Además supo, que su madre había alcanzado a llegar hasta el hospital, pero su cuerpo no soportó y luego de los pocos minutos de haber llegado, dejó de existir.

I'm Walkin' To The DayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora