Capítulo 14

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Luego de tres días agotadores, porque Abbie insistió en descansar en algunas posadas que encontraron de camino, por fin llegaron a Londres. Por su parte, Henry hubiera preferido que condujeran noche y día, tardando menos en llegar, pero eso hubiera sido mucho exigirle al cochero. Y Blossom no se lo hubiera perdonado.

La lujosa casa de tres pisos de estuco blanco, como casi todas las propiedades de la zona, se encontraba en el exclusivo barrio de Belgravia, que pertenecía casi por completo a Richard Grosvenor, segundo Marqués de Westminster.

Henry se sentía muy orgulloso de poder decir que sus vecinos pertenecían a la realeza. En la realidad, adquirir esa propiedad lo había hecho quedar casi en la bancarrota, mas, para él había valido la pena cada chelín que invirtió en ella. Sin embargo, nunca había tenido la suerte de ser invitado a alguna reunión en Grosvenor Palace, pero estaba seguro que ahora que sería el suegro de un conde, la posibilidad se volvía sin dudas más cercana. Así que antes de entrar en la casa, una sonrisa cómplice se dibujó en su rostro.

-¿Por qué sonríes, papá?

-No es nada, hija. Tonterías de viejo.

***

Después de dar instrucciones a la mucama, que para esa ocasión debería hacer de cocinera y doncella, Abigail se fue a tender a su cama, esperando que no la molestaran hasta la cena.

-Papá, ¿no crees que es mucho trabajo para Dotty? Tendríamos que haber traído a la cocinera también.

-Tu madre no quiso. Dijo que Dotty sabe cocinar, pero que la señora Carrothers no sabe hacer una cama ni planchar.

-Me parece demasiado.

-No te preocupes hija, recibirá más pago este mes, y le prometí una semana de vacaciones para que vaya a Gales. Se lo merecerá después de atender una semana a tu madre.

-¡Oh, papá, eres tan bello cuando actúas con generosidad!

-Si yo no amara tanto a tu madre...

-Lo sé, lo sé, y te amo por eso.

Henry le dio un beso a su hija. Era su tesoro más preciado y estaba feliz de poder entregársela a un hombre como lord Whigt que la continuaría cuidando como un tesoro.

***

-Estoy molido -se quejó Adrian cuando el coche se detuvo en la calle Rowland, frente al Gold Lyon.

-Siento pena por la pobre gente que debe viajar continuamente en esos carruajes en tan mal estado -convino Fred.

-Ya sabes, no hay dinero. De regreso podemos tomar el otro.

-Pensé que nos quedaríamos en un hotel, Adrian, pero ¿un club?

-A esta hora ya no podemos ir al banco, y aquí en el club de seguro que encontraremos a alguien que nos ayude por el momento. Después nos iremos a Mayfair, al hotel donde me quedo siempre que vengo a Londres.

-De acuerdo.

***

-Las noticias vuelan rápido -declaró con solemnidad Henry a la hora de la cena mientras se cubría las rodillas con la servilleta.

-¿Cómo? -preguntó de inmediato Abbie, ávida de algún chisme.

-Que ya saben que estamos aquí y llegó una invitación para una cena.

-¿Cuándo y dónde?

-Mañana, en Hyde Park. Es organizada por la Asociación Mercantil de Manchester.

-¡Oh!

-Mamá -intervino Blossom con el ceño fruncido-, ¿iremos de compras mañana?

-Por supuesto, pero no nos cansaremos, tenemos toda la semana y más si es preciso.

-De acuerdo.

Después de la breve charla, se dedicaron a degustar la cena, y como no habían descansado lo suficiente después del viaje, se fueron a la cama temprano.

***

Adrian y Fred, descansaban en su habitación del hotel. Fred dormía y Adrian repasaba los últimos acontecimientos, tendido en la cama.

Le había resultado fácil conseguir algo de dinero, pero a cambio había tenido que acceder a una cena de la Asociación Mercantil de Manchester. En Manchester jamás iba a esas cenas, pues las encontraba aburridas, por lo tanto era una ironía que estando en Londres tuviera que asistir a una. En fin, ya se las arreglaría para escaparse lo más pronto posible. Prefería ir a jugar ajedrez al club.

***

Oficialmente ya era prometido de Blossom, pero ¿hasta cuándo duraría la pantomima? A veces se sentía arrepentido de haberse involucrado, pero el deseo que sentía por la joven era demasiado fuerte. Actuaría como un canalla al marcharse después de que consiguiera meterse en su lecho, pero no tenía opción, esa mujer lo estaba volviendo loco. ¿Sería amor? ¡Por supuesto que no! ¿Cómo iba a enamorarse de una mujer que estaba tan dispuesta como ella a lanzarse a sus brazos? Sería un peligro. Podría encapricharse con cualquier otro hombre y seducirlo, tal como pretendía hacer con él. Adrian deseaba una esposa que no tuviera ojos nada más que para él, y seguro que esa no sería Blossom. Pensó que quizás la joven de apariencia virginal ya tenía experiencia, pero una voz dentro de su conciencia le dijo que eso es lo que él quisiera para sentirse menos culpable cuando la abandonara.

Con un gesto de la mano derecha, ahuyentó la voz: las cartas ya estaba echadas y por lo tanto era imposible dar marcha atrás. Que fuera lo que Dios quisiera, si es que a Él le interesaba meterse en estos líos. Adrian era creyente, pero le causó gracia pensar en Dios ocupándose de problemas de enamorados. Con una sonrisa en los labios se puso de pie y fue a buscar a su hermano para ir a cenar a algún pub cercano.

La hija del mineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora