-Te prometo que pensaba decírtelo.
-¡¿Cuándo?! ¡¿No pensaste en que era mi derecho enterarme?! ¡¿No pensaste que quizás querría participar del crecimiento de mi hijo en tu vientre?!
La voz de Adrian retumbaba por todos los recovecos del castillo.
-Te escribí -respondió ella con voz pequeña, casi oculta tras las mantas de la cama.
-¡Solo me enviaste una carta demandando mi presencia!
-Quería decírtelo en persona, pero tú no quisiste ir, y cuando llegué no me recibiste con agrado.
-¡Disculpe, milady por no haber puesto alfombra ni mandado a tocar las trompetas, pero recuerde que usted no quiso venir conmigo!
La furia de Adrian no parecía disminuir.
-Papá dijo que si yo me marchaba, estaría muerta para ellos.
-¿Y qué te hizo cambiar de opinión? -preguntó más calmado.
-Pensé que no era justo que no supieras de la existencia de este hijo, y por otra parte no quería que mi hijo creciera sin padre. Sé que mi propio padre no me perdonará fácilmente, pero tengo la esperanza de que un día admita su parte de culpa en lo sucedido.
La mirada de Adrian se suavizó y se fue a sentar al borde del lecho.
-Debo ser muy estúpido para no darme cuenta.
-No me he acostado desnuda desde que llegué, quizás sea por eso. Y los vestidos esconden muy bien mi barriga, aunque, no es muy grande. ¡Oh!
-¿Qué sucede? -preguntó él alarmado, poniéndose de pie.
-Últimamente da muchas patadas.
Blossom estiró su mano para coger una de Adrian.
-Aquí.
Adrian posó su mano, y un golpecito lo sacudió desde dentro del vientre de Blossom.
.¡Increíble! -dijo, y una lágrima recorrió su mejilla.
Blossom quiso en ese instante gritarle que lo amaba, que había ido hacia él por puro y sencillo amor, pero su terquedad se lo impidió. No iba a confesarle sus sentimientos si no estaba segura de lo que él sentiría por ella. Ella, una mujer tan segura de sí misma, ahora sentía temor de no ser correspondida.
-¿Te gustaron las cortinas?
-No me fijé, lo siento... Espera, ¿eso es lo que has estado ayudando a hacer a la señora Bridges?
-Error, Lucy me ha estado ayudando a mi.
Adrian la miró fijamente. Cómo decirle que la amaba si no tenía qué ofrecerle. Él ahora no era nada, nadie, y todo por los caprichos de ella. Caprichos que él se empeñó en cumplir. Entonces, también era su culpa.
-Fred me contó que piensas vender el castillo.
-¿Te molestaría? -no sabía por qué le preguntaba, si ella no tenía derecho a opinar.
-Tú eres el único que puede decidir al respecto, pero, ¿y después? ¿Regresarás a Manchester?
-¿Irías conmigo?
-Sí. -No quería parecer ansiosa-. Aunque me gusta la isla. Si de mí dependiera me quedaría toda la vida. La gente es amistosa.
-Lo es. Son buenas personas.
-El señor Miles, se mostró feliz de tu llegada, y dijo que le gustaría que participes de los asuntos de la isla, ya que tus antecesores no lo hicieron.
-¿Hablaste de mí con él?
-No, cuando él supo quien era yo comenzó a hablar al respecto. El señor Miles es muy parlanchín.
-¿Por qué hiciste esas cortinas?
-Para que el salón se vea más acogedor y encuentres compradores. Estoy segura que alguien querrá este montón de piedras.
-En los próximos días lo publicaré un aviso en el periódico, y le enviaré otro a nuestro abogado de Londres para que lo ponga en sitios estratégicos.
Adrian se limitó a rodear la cama y se tendió junto a ella. Enseguida la abrazó y la trajo contra su pecho. Podría haber dicho algo, era el momento para aquello, pero las palabras se atoraron en su garganta. Sin embargo, para Blossom esto fue suficiente. Las palabras sobraban ante tamaña muestra de ternura y preocupación. Por ahora bastaba, ya habría tiempo para el resto.
***
Desde ese día las cosas se calmaron entre ellos. Adrian prefería abrazar a Blossom por las noches, por temor a dañar al bebé si tenían sexo, y ella, muy a regañadientes aceptaba, a pesar de que ahora lo ansiaba más que nunca.
-Ya tendremos tiempo para eso. Mucho tiempo -le decía, y ella aceptaba feliz porque era una promesa de mejores días. Tal vez el amor por fin golpearía al corazón de Adrian.
Esto hizo que Blossom se sintiera constantemente flotando sobre una nube. Sus padres continuaban sin hablarle, mas, ella sabía que no duraría para siempre, o al menos eso esperaba. Si no fuera por su hijo y por la esperanza de que Adrian la amara algún día ya se habría rendido y habría vuelto con ellos. Los amaba, pese a todos sus errores que eran pocos pero graves. Los extrañaba y daría cualquier cosa por tener a su madre con ella en estos momentos. Ahora Lucy estaba supliendo ese papel, y aunque, tenía la edad para ser su abuela, sus consejos le servían y su calor maternal la alentaba, sobre todo cuando escribía a Falmouth, y al pasar de los días no recibía respuesta. Solo Ada continuaba escribiéndole, y ella sí estaba deseosa de correr hacia Isla de Wight, pero sus padres no querían que tuviera mayor contacto con su prima.
Ada era una joven más sumisa y no se atrevería a desafiar a sus padres, por esa razón su amor por Fred Baker jamás prosperaría. Era una pena que no se atreviera a luchar por su felicidad, pensaba Blossom, pero quizás cuando se enamorara en serio, tendría el valor suficiente para correr detrás de sus sueños.
Tal vez por eso mismo, cuando vio aparecer dos figuras a bordo de un pequeño coche de alquiler, Blossom pensó que estaba soñando.
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La hija del minero
RomansaBlossom Moore es la única hija de un acaudalado terrateniente, poseedor de varias minas en la región de Cornualles. Su padre desea a toda costa verla casada con un lord de buen título, ya que es lo único que no posee en la vida: linaje. Sin embargo...