Capítulo 33

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Los cuerpos ya se conocían, y la sintonía fue perfecta entre ellos. Adrian a duras penas logró contenerse para no llegar al climax antes que Blossom. Él había pensado que después de casi cuatro meses, ella ya no estaría tan metida dentro de su piel, pero se equivocó: fue como la primera vez. Entre nubes se preguntó si esto no sería amor, y temió la respuesta.

Blossom con vergüenza tuvo que admitir para sí misma, que deseaba el cuerpo de su esposo más que antes. No sabía si esto era producto del amor, o simplemente anhelo físico. También le maravilló que su cuerpo, ahora ocupado por un nuevo ser, no sintiera molestia alguna. Amar y se amada era maravilloso, pensó con regocijo.

Sin embargo, a pesar de esto, ninguno expresó sus sentimientos con palabras.

***

Desde esa noche, sus jornadas fueron iguales: apenas se hablaban, aunque compartían la mesa en el día y la cama cuando las estrellas alumbraban el firmamento. Aun así, ambos se sentían satisfechos de llevar esta relación a medias.

***

El vientre de Blossom crecía lentamente, y Adrian percibía que el cuerpo de su esposa ganaba peso, pero él no preguntaba y ella no aclaraba las dudas no dichas por su esposo, a pesar de que estaba consciente de que ya se le debía haber empezado a notar su estado.

Adrian dejó de preguntarse el aumento de volumen en el cuerpo de ella, al sorprenderla una mañana con un plato lleno de pastelillos. Entonces comprendió las redondeces que la adornaban úlltimamente.

No le importó, Blossom era tan delgada, que un poco más de carne en sus pómulos la hacía ver más hermosa. Y él, la deseaba fuera como fuera. Nunca se cansaría de ella.

Descubrir esto le abrió los ojos. Era amor, no podía ser otra cosa, pero ¿cómo se lo diría? Ella se reiría en su cara. Intentaría conquistarla, pero antes tendría que recobrar su dinero, ahora no tenía qué ofrecerle.

Desde ese día Adrian trabajó con más ahínco en el castillo. Por las noches se iba a la cama tan cansado que apenas lograba cumplir con los demandantes deberes maritales de Blossom, pero en cuanto ella se dormía, él la abrazaba con fuerza y ponía una mano en ese vientre cada día más abultado, soñando adentro crecía su hijo.

***

Una mañana que Blossom se sentía aburrida, fue a la cocina para hablar con la encargada.

-Lucy, ¿hay alguien que venda telas en el pueblo?

-El señor Miles trae de vez en cuando. Nosotras también necesitamos hacernos vestidos, ¿sabe, milady?

-¡Oh, sí, disculpe! Es que pensé que podrían ir a comprar más lejos.

-Disculpe usted, milady, tiene toda la razón.

-¿Me acompañaría al pueblo, Lucy?

-Claro que sí, además puedo aprovechar de comprar carne.

-¿En qué iremos?

-Hay una calesa y un caballo en esl establo. ¿Puede conducir en su conidición?

Blossom se ruborizó.

-Por favor, Lucy, no lo mencione.

-Entiendo, disculpe.

-Espere un momento, regreso enseguida.

Blossom fue a su habitación y buscó su monedero. Por suerte era una joven ahorradora y tenía bastante dinero guardado, además, al desempacar en el castillo, descubrió un fajo de billetes de banco y monedas, bien envueltos en una media, en una caja de sombreros. Seguramente su madre los había puesto allí en algún momento antes que se fuera.

***

El pueblo era bastante bonito y bien cuidado. Contaba con los servicios esenciales: había una oficina de correos, una panadería, una carnicería, una tienda de libros y papeles varios que incluian tarjetas de saludos, un almacén en el que se vendían desde herramientas hasta polvos para damas, y una reparadora de calzados.

-Aquí es -indicó la cocinera, para que Blossom detuviera la calesa frente a una tienda en la que colgaba un pequeño letrero que decía simplemente Miles.

Fue una agradable sorpresa para Blossom descubrir que en ese lugar se pudieran adquirir muchos artículos sin salir de la isla.

-¿En qué puedo ayudarles, bellas damas? -preguntó el tendero con una sonrisa de conquistador nato a pesar de que sus cabellos ya tenían hilos de plata.

-Señor Miles, esta es lady Wight.

-Qué gusto conocerla, milady. Espero que el nuevo lord Wight se interese por los asuntos de la isla. El viejo conde nunca lo hizo. Nos vendió muy baratos los alquileres, pero era un bueno para nada, y para qué decir su hijo, un zángano...

-Le transmitiré sus buenos deseos a lord Wight, señor Miles, en nombre de él se los agradezco.

-Ahora dígame qué necesita, porque si no hay en la tienda lo mando a traer lo más pronto posible. Y si es importado, también contamos con algunos ultramarinos de muy buena calidad, como sedas, tabaco y frutos.

-Muchas gracias, señor Miles, pero solo necesito algunas telas que sirvan para confeccionar cortinas.

-Tenemos varias por allá -dijo él indicando un extremo de la tienda-. Revise usted misma si hay algo que le guste, por favor. Con confianza.

Blossom y Lucy se entretuvieron un rato revisando las telas, y cuando la joven ya se daba por vencida, descubrió un rollo casi escondido en el estante.

-¡Esta! -exclamó con júvilo, tomando un rollo de tela color escarlata decorado con un tramado de hilos dorados muy finos en forma de rombos. Ahora las ventanas del salón que estaban desnudas, lucirían como las de un hogar. No sabía para cuánto le alcanzaría el rollo de tela, pero haría lo posible por hacerlo cundir-. Señor, Miles, ¿tendrá alguna máquina de coser a la venta? Hubiera adivinado que se me iba a ocurrir confeccionar cortinas habría traído la que tenemos en casa.

-¿Usted sabe coser, milady? -preguntó Lucy asombrada.

-Por supuesto que sí, Lucy. Soy hija de minero, y los comienzos fueron difíciles. Mi madre no disponía de medios para hacerse vestidos a la medida. Ella misma se los confeccionaba. Después mi padre y mi tío tuvieron un golpe de suerte, y ya no hubo necesidad de eso, pero mi madre me enseñó a usarla cuando yo era todavía una niña. Aunque, si le pregunta ahora si sabe coser lo negará rotundamente. Ella es muy especial -terminó diciendo con dejo de reproche-. ¿Usted sabe coser, Lucy?

-Sí, pero solo con aguja. No he tenido la posibilidad de comprar una máquina.

-Yo le enseñaré en la que vamos a comprar, si es que el señor Miles tiene.

Miles que había estado escuchando pacientemente, habló de inmediato.

-¿Sabe, milady? Hace alrededor de un año que traje una por si alguna dama se interesaba, pero como aún no ha ocurrido, ahí está empolvándose. Si se la lleva se la daré con un buen descuento.

Media hora después, ambas mujeres salían de la tienda cargadas de tela y los accesorios necesarios para realizar la labor de Blossom quien parecía niña con juguete nuevo.

La hija del mineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora