Capítulo 10

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Antes de entrar al comedor, ambos se pararon frente al espejo del recibidor y se acomodaron sus respectivas ropas y cabellos, luego con una sonrisa de complicidad Adrian le ofreció su mano a Blossom para que entraran juntos a enfrentar la familia.

Ella, no muy convencida, posó su mano sobre la de él. Qué fuera lo que Dios quisiera, total ya estaba metida en aquel lío.

-No me diga que logró convencer a mi prima, milord -dijo Albert, con su petulancia de siempre.

-No se trataba de convencerla, señor Moore, simplemente debíamos aclarar unos asuntos. ¿No es así, querida? -respondió él a la vez que depositaba un delicado beso sobre el dorso de la mano de ella.

Blossom guardó silencio e intentó dirigirle una mirada que más que enamorada pareció bobalicona, a la que él respondió con una mirada burlona.

-Ya estamos aquí otra vez, pero ahora sí procederemos a cumplir con lo que dicta el protocolo de los enamorados.

Acto seguido, Adrian sacó el anillo de su chaqueta, puso una rodilla en el suelo, cogió la mano derecha de Blossom, y recitó las palabras que tenía muy bien ensayadas.

-Blossom Moore, ¿acepta ser mi esposa para acompañar mi vida por el resto de la suya, y llenar de hijos nuestro futuro hogar?

-¡Qué! -exclamó ella intentando retirar la mano.

Adrian la miró con ojos amenazantes, y ella se tuvo que dar por vencida.

-¿Acepta? -repitió.

Todos miraban expectantes. Conocían muy bien el carácter de la joven, y no les extrañaría que otra vez saliera corriendo del comedor.

-Acepto.

Adrian deslizó el anillo por el dedo de la joven y luego lo besó, para que todos vieran que su intención era totalmente sincera. Luego se levantó y se sacudió el pantalón en medio de los aplausos de los presentes.

-¡Ahora sí es momento de celebrar! -exclamó Henry Moore, feliz a más no poder.

Blossom observó su mano. El anillo se veía costoso a pesar de ser tan delicado. Era una joya como hecha para ella, ya que no le gustaban los adornos ostentosos. Sin embargo, no cesaba de preguntarse de dónde sacaba el dinero si aún no le había querido recibir el pago prometido. Además, en varias ocasiones lo había sorprendido en actitudes que parecían más las de un señor que las de un lacayo. ¿Se habría equivocado con él? No, eso era imposible, tendría que estar muy loco para aceptar que lo confundieran con lo que no era. Tal vez su señor le pagaba tan bien que le permitía ahorrar lo suficiente como para darse esos pequeños lujos: ropa y anillos de compromisos. Y ni hablar de sus dotes de actor, todo lo que había dicho de ella, casi se lo había creído. Ahora solo faltaba saber si como amante sería como se prometía, pero claro, por una parte ella no tenía cómo comparar, y por otro, no creía que alguna vez fuera a comprobarlo por sí misma.

Esa noche Ada se quedó a dormir, pues necesitaba ponerse al corriente de las últimas noticias. Aún no creía que su prima se hubiese atrevido a comprometerse de verdad con el lacayo.

Más tarde, cuando ambas jóvenes estaban con sus camisones puestos y metidas ya en la cama, Ada tomó las manos de Blossom y la miró seriamente.

-Ahora puedes decirme por qué lo hiciste.

-No lo sé.

-Sí lo sabes.

-¡Me besó!

-¿Te besó?

-Por segunda vez, y fue tan... tan... Mira como se pone mi piel de solo recordarlo.

Blossom se levantó la manga del camisón para que su prima apreciara los finos vellos de su brazo. Ada le recorrió el antebrazo con sus dedos, pero los quitó de inmediato, impresionada.

-¡Oh!

-Sí. Fue un beso grandioso. Como jamás imaginé. Por eso decidí pasarlo bien mientras dure.

-¿Pasarlo bien? ¿Es que acaso piensas...?

-Dilo.

-¿A... Acostarte con él?

-¿Y qué si lo hiciera?

-¡Quedarías mancillada! ¿Qué hombre te querría así?

-Ninguno que valiera la pena, es verdad... Pero, aun así, no pretendo llegar tan lejos. Unos cuantos besos, unas cuantas caricias, unos cuantos paseos a solas.

Ada río.

-¡Eres insufrible, Bloss!

-¿Y tú? Vi como mirabas al hermano de Adrian. Casi lo devorabas con los ojos, sin disimulo.

Ada enrojeció. Jamás pensó que había sido tan evidente su admiración.

-¡Tonta, él tampoco te quitaba la vista de encima! ¿Te molesta que sea pobre?

-¡Por Dios, no! Tú sabes que mi padre no es como tío Henry. Sé que no estaría feliz de que me casara con un hombre pobre, pero si me hiciera feliz tendría que aceptar lo que yo quisiera... En fin, es muy pronto para hablar de eso, apenas sí cruzamos un par de palabras. Sin embargo, me pregunto a qué se dedicará.

-Será aprendiz de algo... ¿Qué te parece si dormimos?

Adrian estaba acostado en su cama, pero no lograba conciliar el sueño, solo podía pensar en los últimos acontecimientos, y como diría su padre: cada vez se hundía más en el fango.

Fred había querido discutir con él esa noche al regresar a la posada, pero él inflexible no había aceptado arguyendo que tenía mucho sueño.

La realidad era que no podía dejar de pensar en Blossom. Tenerla entre sus brazos y poder besarla como lo había hecho, fue la experiencia más excitante que había tenido nunca. Si el hubieran dicho que una mujer con el cuerpo tan menudo como el de ella, que más bien parecía el de un chico, podría entusiasmarlo hasta el punto de casi hacerlo perder los estribos y olvidar todo el pudor que se suele tener en tales actos, sobre todo si la dama es tan decente como Blossom Moore, se habría reído, ya que siempre se metió en lechos de mujeres exuberantes, con curvas tan prominentes que jamás sus manos estuvieron vacías. En cambio con Blossom podría acariciar su cadera y trasero al mismo tiempo, y eso no le disgustaba, por el contrario más lo enardecería.

Cuando la poseyera, ella podría cabalgar sobre sus caderas con facilidad, en cambio él tendría que ser cuidadoso para no aplastarla cuando a ella le tocara quedar debajo de su enorme cuerpo.

De pronto una frase retumbó dentro de su cabeza: ¿Cuando la poseyera?

La hija del mineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora