Capítulo 4

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-¿Qué...?

La pregunta que Blossom intentó formular fue acallada con un beso.

La intención de Adrian fue burlarse de la joven. Quería demostrarle que ella no era quien se adueñaría de la situación. Deseaba mortificarla, para que no anduviera jugando con los hombres como si fueran marionetas. Sin embargo, en cuanto sus labios rozaron los de ella, estuvo perdido. Besarla era mejor que comer la fruta más dulce. Sus labios eran tan suaves, y relajados, que podría estar en su boca toda la noche. Esta idea le trajo otras visiones a su cabeza, y todo su cuerpo reclamó exigiendo satisfacción. Adrian la soltó abruptamente, y la miró confundido.

-¿Por qué me soltó? -preguntó ella enfadada.

-¿Cómo?

-¿Por qué no continuó con el beso?

-¿No le molestó?

-¡Demonios, no! Me encantó. Jamás pensé que un beso sería tan... tan...

-No siga, por favor, o no me detendré.

Blossom sintió cómo se ruborizaba, por suerte a esa hora era imposible que él lo notara.

-Buenas noches -dijo Adrian, y se marchó.

-Buenas noches -respondió ella, preguntándose cómo se iría al pueblo.

¡Maldita sea! Con seguridad Fred ya lo esperaba en la posada, y él sin carruaje demoraría casi una hora en llegar al pueblo. La mansión de los Moore no estaba precisamente cerca de Falmouth, y era imposible que apareciera un coche con solo levantar la mano.

Más de una hora después, había arrastrado los pies casi todo el camino, llegó por fin a la posada. Como era de esperarse, Fred lo esperaba frente a una jarra de cerveza.

-¿Dónde estabas, hombre de Dios? Y mira en que estado lamentable vienes. ¿Te asaltaron?

-Te contaré todo por la mañana, o quizás por la tarde, ya que tengo una invitación a desayunar.

-¿Y qué haré yo mientras tanto?

-Recorre el lugar. Averigua cuántos bancos existen. Si hay nicho como para uno nuevo. Tú me entiendes... Ahora me voy a la cama, y no bebas mucho.

-He estado con la misma jarra toda la noche.

El sol había salido hacía mucho cuando Adrian abrió los ojos. Fred ya estaba vestido y lo observaba pensativo.

-¿En qué andas ahora?

-No te lo podrías imaginar ni en un millón de años.

-Cuenta, a ver si me asombras.

-Lo estarás, hermanito, te lo aseguro.

Adrian salió de la cama, y mientras se vestía, refirió a su hermano los acontecimientos tal y como habían ocurrido. Al final sus ojos brillaban y una sonrisa inundaba su rostro, como en sus mejores días de conquistador.

-Y por lo que veo te gustó la charada.

-Sí, lo admito.

-No vinimos a Falmouth para esto.

El hermano de Adrian era muy diferente a él. Su carácter era reservado, casi intratable a veces, a pesar de tener recién veintidós años. Inclusive se veía mayor que Adrian que lo aventajaba por nueve años. La salud de la madre de ambos era delicada y con mucho esfuerzo logró tener dos hijos, claro que muy distanciados el uno del otro. Sin embargo, en el fondo los hermanos Baker se llevaban bien y hacían casi todo juntos, además de estar obligados a manejar juntos el banco que conformaba parte de la herencia familiar: sus padres habían fallecido en poco tiempo, primero el padre y luego la madre, por no ser capaz de vivir sin el amor de su vida. En secreto, Adrian deseaba conseguir lo mismo para su propia vida: una mujer que fuera incapaz de llevar una existencia sin él.

-Bueno, yo fui a esa fiesta para sondear el mercado minero. No fui invitado. Nadie me conocía allí, pero la buena fortuna quiso que Blossom me descubriera y se encaprichara conmigo para lo que ya te conté.

-Sí, para burlarse de sus padres. ¿No temes dañarlos?

-Si los escucharas hablar, comprenderías.

-Ahora, ¿vas a esa casa?

-A la mansión Moore. No es cualquier casa. Parece que le ha ido muy bien con las minas.

-Y ya le pusiste ojo a su fortuna.

-No, querido, a su hija. Blossom Moore es una caja de sorpresas.

-Debe ser una beldad.

-La verdad es que no, pero es una chica que quita el aliento, o por lo menos a mi me provoca ese efecto.

-Tú no crees en el amor a primera vista, así que no me digas que estás enamorado.

-No lo digo, pero me atrae demasiado. ¡Ah, y tiene una prima muy bella!

-¿Bella?

-Sí. Bella y sensata al parecer.

-Yo voy en busca de un caballo para ir hasta la mansión, y tú mientras averigua lo que puedas respecto al mercado económico del pueblo.

-Está bien, pero no pierdas mucho tiempo en eso.

Adrian no respondió, cogió el sombrero y abrió la puerta para marcharse. Casi se cerraba detrás de él cuando Fred le habló nuevamente.

-Adrian, ¿Qué pasará cuándo los padres se enteren de la verdad?

-Ya será tarde. Hasta pronto.

Estaban los tres ante la mesa del desayuno cuando Adrian llegó. Blossom sintió una alegría súbita que no supo definir, pero que no la hizo muy feliz. Adrian se veía impecable. Vestía diferente al día de ayer, es mas, no parecía un lacayo sino un conde de verdad. Quién sabe cómo habría conseguido ropa nueva. Pidiendo dinero a algún prestamista, era lo más sensato de pensar. ¡Pobre hombre! Al final del juego estaría muy endeudado, y todo por el capricho de ella. Así que, tendría que ser muy generosa con él.

-Buenos días, me disculpo por el retraso, pero me costó salir de la cama.

Adrian le cerró un ojo a Blossom, y muy a su pesar ella se ruborizó, cosa que a él le divirtió. ¿Qué? ¿Se pensaba que dominaría la situación?

-No se preocupe lord Wight, no hace mucho que bajamos a desayunar -le respondió Abigail Moore, con una coquetería que Blossom no tenía.

-Gracias, señora Moore.

-Llámeme Abbie, por favor, pronto seremos familia.

-¿Pronto? -preguntó Blossom.

-Sí, querida, papá y yo hemos pensado que es buena idea que se casen en otoño.

-Para eso no falta nada, mamá. Yo había pensado en el próximo año, así tendríamos mucho tiempo para conocernos mejor.

-¡Como, si llevan años escribiéndose!

-En persona, quise decir.

-¡Pero querida, tu padre y yo apenas nos conocíamos cuando nos casamos, y hemos sido muy felices! ¿No es así, mi amor?

-Tú lo has dicho, mi cielo. ¿Y usted qué opina, hijo? ¿No le importa que lo llame así?

-¡Por supuesto que no! Puede llamarme como desee, total seremos familia. Y en cuanto a la fecha, para cuando dispongan.

Blossom le dio un feroz puntapié por debajo de la mesa, y Adrian no pudo reprimir un grito.

La hija del mineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora