XI

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Bert y yo nos habíamos conocido a mitad de una calle: iba yo caminando y él llegó a hablarme como si me conociera de años, con la capucha de su sudadera puesta. Más tarde me dijo que estaba huyendo de la policía y que se había camuflado conmigo, me dijo su nombre y me mostró unos discos que había robado, le dije que al menos tenía buen gusto musical, él me sonrió y me pidió mi número. Bert no era una mala persona, sólo tenía un serio problema con la responsabilidad adulta, era algo alcohólico y se dedicaba a robar para vivir, a mi hermano Mikey no le agradó desde el principio. Duramos dos años juntos, si llegábamos a discutir él siempre se encargaba de arreglarlo, trataba de mantenerme feliz; y a pesar del odio de Mikey, yo estaba convencido de que Bert y yo íbamos a terminar casándonos. Pero no. Bert se metió en un lío mucho más complicado que robar casas o tiendas, ahí le ofrecieron un encargo por homicidio, y aunque Bert era bueno robando, no sabía nada de matar a una persona, así que lo atraparon y condenaron a 30 años por homicidio de primer grado. En ese momento no pensé dejarlo, pero mi primer visita a la cárcel fue también la última: Bert me pidió que nunca más fuera a verlo y que, por favor, lo olvidara; claramente protesté, pero no tenía ningún argumento a mi favor, Bert tenía razón, teníamos 24 años, así que esperar 30 años era más de lo que  habíamos vivido. Me hizo prometerle que no volvería a verlo, que seguiría con mi vida, y yo le prometí que lo haría. Duré dos años con depresión antes de meterme a Tinder, pero ahora que había logrado enamorarme de nuevo, todo parecía caerse en pedazos.

—Tienes tres días para decirle a Frank la verdad o despídete de tu bonita cara.

Andy me había citado en la mañana del día siguiente a la tocada de Frank. Tal vez era una maldición y no sólo yo, tal vez era incapaz de ser feliz con alguien. Volteé a verlo, Andy me daba miedo, era demasiado alto y conocía demasiada gente como para que yo pudiera evitar una putiza.

—No lo entiendes, yo de verdad quiero a tu hermano. —respondí cansado, sentía el mismo agujero en el estómago que cuando Bert me llamó de la delegación.

—Pura mierda, uno no le miente así a las personas que quiere— me vio con odio. Chale, yo pensando que nos llevábamos bien. —Me das asco.

—Es que todo fue más allá de lo que esperé, no creí que iba a llegar tan lejos, pero créeme, Andy, de verdad no quería llegar a esto.

— ¿Ah, no?, ¿y cuál era tu plan?, ¿verle la cara a mi hermano hasta que te aburrieras?

—No, yo lo quiero...

—Cállate antes de que te parta tu madre contra la mesa— recargó los codos en la mesa —Me importa una mierda si lo quieres o no, joto, para mí le estás viendo la cara de pendejo a mi hermano y quisiste vérmela a mí...

—Eso no es ciert...

— ¡Shh! — por lo rojo que estaba en serio sentía que iba a volcarme la mesa encima. —Frank siempre ha sido o muy tonto o demasiado noble como para haber notado que su puta novia y el amigo emo que hizo en el edificio de la luz son la misma persona, pero yo no, así que tienes tres días, Gerard, y sólo te estoy dando ese espectro de tiempo porque me agradabas —abrí la boca para contestar. —No agradezcas, lo que menos quiero saber es que estás agradecido — se levantó de la mesa. —Tres días.

— S‐sí. 

— Y quiero la verdad, Gerard, si me entero que inventaste algún trastorno mental para que Frank sienta pena de ti, voy a quitarte ese trastorno a golpes.

—N-no, y-yo voy a decir la verdad.

—Puto enfermo — Andy me escupió al pasar a mi lado, me quedé ahí sentado en la mesa del restaurante. En el gig, Frank había invitado a Claudia a cenar el sábado. Mañana era sábado.

Me levanté dispuesto a pasar la tarde pensando una manera de decirle la verdad y salir ileso (al menos físicamente), cuando me llegó un mensaje: Frank quería verme, como Gerard, para acompañarlo al centro comercial a comprar ropa para su cena con Claudia. Ni me molesté en hacerme el interesante, le dije que nos veríamos en la tarde.

tacones |frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora