25. La fiesta del pecado

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Al llegarme la vibra del lugar, una frase que una vez me dijo Chris llegó hasta mi mente "No necesitas del alcohol, ni de las drogas para divertirte", y yo me pregunté si en verdad era cierto, todas las personas de aquí, se veían felices, ¿O acaso se trata de una felicidad incorrecta?

No estaba muy segura. Creí que debería huir de lugares como estos... pero Malcolm me sostenía de la mano fuertemente y pensé que era incapaz de dejarlo ir. Él me había traído a su mundo, y su mundo era absorbente, me envolvía con su música, con sus olores y sus colores. Para donde mirara había algo que brillaba y olía como a maldad. Todo era tan confuso, pero al mismo tiempo atrayente.

— Si vienes a una fiesta debes bailar — dijo, y su voz sonó como un susurro tangible a pesar de la potencia de la música, era como si lo hubiera escuchado en el interior de mi mente.

Esa noche entendí por qué se le llamaba la fiesta del pecado.

El primer error fue el alcohol.

Recuerdo que una vez mi madre dijo que el alcohol no tiene nada de malo, el problema es el exceso de este, e incluso de todo lo conocido. No hay nada que en su extremo sea bueno.

Mientras bailaba en mi propio espacio, procurando no rozar el hombro de nadie, Malcolm me tomó de una mano y me guio hasta una barra y de ella extrajo un trago de color azul neón.

— ¿Qué diablos es esa cosa? — le pregunté algo desconfiada.

— No importa cómo se llame — me respondió extendiéndome el vaso y yo lo tomé con algo de indecisión –, sino lo que te hace sentir.

Miré el trago entre mis manos con algo de desconfianza, pero al ver a mi alrededor, pues todos parecían cómodos y felices, en su mundo, nadie parecía verme con horror por lo que pudiera hacer conmigo misma allí dentro. Parecía que nadie fuera a preocuparse por mí, y mucho menos a juzgarme.

Vacié el contenido en mi boca y sentí como este, burbujeante y quemante, descendía por mi esófago como ácido. Era malditamente fuerte.

Malcolm me miró complacido al ver el vaso vacío, y yo me sonrojé. Sus ojos eran tan intimidantes como hermosos. Negros como obsidianas y sus indecentes labios se me hicieron apetecibles, pero me abstuve al deseo de volver a probarlos.

Malcolm me invitó a bailar y yo lo acompañé intentado seguirle el ritmo a la música ruidosa que resonaba en los altavoces, mientras tomábamos más tragos azules, tantos que perdí la cuenta.

El segundo error fue el peor de todos.

— Saca la lengua — me dijo de inmediato en medio del baile, y yo obedecí sumisamente.

Sentí sus dedos fríos rozar mis papilas cuando depositó sobre ellas una pequeña pastilla.

— Tómala — ordenó y yo no pude detenerme, pues me sentía hipnotizada por sus movimientos y sus ojos que me atrapaban como si fuera su presa indefensa.

Retraje la lengua y cerré la boca con ella y la droga dentro.

Malcolm me sonrió de manera insistente. Era una invitación a obedecerlo. Y así lo hice. Tragué y sentí cuando la aspereza del comprimido descendió por mi tráquea.

Después, pequé mi tercer error.

Malcolm me giró, colocándome de espaldas a él y me abrazó con algo de fuerza. Sus brazos primero me envolvieron como un chaleco de fuerza y yo sentí que mi mandíbula se tensaba sin razón aparente. Sus manos se volvieron inquietas por todo mi cuerpo. Comenzó a acariciar las curvas de la ropa sobre mi piel. Mis caderas, mi cintura, mis pechos. Y yo me sentí como una llama que se aviva. Me sentí incendiar y que me secaba por fuera. Tuve que tomar más alcohol para saciar esa sed que parecía no tener fin. Pero cada que más tomaba, más se avivaba ese fuego que me consumía por dentro y pedía más oxígeno.

Lo que fuera que Malcolm me había hecho tomarme, estaba haciendo efecto y mezclado con el alcohol, podía sentir que hacían una mala combinación. Mi cuerpo se sintió deseoso. Quería tocar y que me tocaran. Me sentí extrañamente atractiva y sensual. Comencé a mover mis caderas, refregando mi trasero contra la hombría de Malcolm. Creyéndome capaz de despertar en él, el mismo fuego que yo sentía que me quemaba. Y así, talvez, podía que lo apagáramos juntos.

Giré sobre mi eje para enfrentarlo cara a cara. Si estaba de espaldas no podía verlo al rostro, ni pecar sobre sus deliciosos labios, los cuales, deseaba besar desde que había entrado en ese subsuelo.

A las caricias deseosas les siguieron los besos sedientos. Estábamos haciendo una escena allí en medio de la pista y a nadie parecía interesarle dos jóvenes calenturientos y deseosos por el otro, que se besaban y tocaban como si no hubiera un mañana por el que vivir.

Sentí que las manos de Malcolm bajaron hasta mi trasero y me levantó del suelo, sentí algo de vértigo por lo que no dudé en envolver mis piernas alrededor de su cintura.

No me importó que Malcolm comenzara a caminar conmigo a cuestas, tampoco me importó que subiera la escalera en búsqueda de una habitación para estar solos.

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora