36. Deberías comenzar a creer en ellos

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Me quedé paralizada en el lugar. Su voz... su voz tenía un matiz tan grueso y oscuro, que al escucharlo fue como si me helara el alma entera. Nunca creí que pudiera percibir la maldad de una voz, pero al escuchar aquellas palabras "No, soy algo mucho peor", lo supe, supe que esa persona estaba llena de malicia y de cosa oscuras.

— ¡¿Quién eres?! — logré gritar cuando recuperé el movimiento de mi cuerpo. Mi voz salió algo temblorosa, pues, estaba aterrada. Nunca había sentido tanto miedo en mi vida.

Sentí movimiento a mi alrededor, giré en todas direcciones intentando percibir de donde provenía el sonido, pero me fue en vano, podía venir de cualquier dirección, de la derecha, de la izquierda, incluso del techo.

Los ruidos no tardaron en volverse más claros para mí, y creí volverme loca hasta que tres personas salieron de las sombras para dejarse ver. Uno de ellos era Cameron, mi jefe. Lucía una expresión inmutable en el rostro, vestía el mismo traje del trabajo, pero que, bajo las sombras de la desvencijada casa, lo hacía lucir más aterrador. La segunda sombra pertenecía a Genette, su expresión era muy distinta a la de Cameron, ella no tenía ninguna vergüenza de mostrarme un gesto divertido, e incluso emocionado, como si algo que hacía mucho tiempo estaba esperando, por fin había llegado a sus manos. La tercera persona me sorprendió, sentí que mi boca casi escupe a mi propio corazón por el estupor. No podía ser... no... no... era él. ¡Era él! Al ver su rostro lo reconocí de inmediato, pues me había grabado cada una de sus facciones en mi memoria para nunca olvidarlo.

Era mi padre, pero había algo que estaba mal... se veía exactamente igual a como era en la foto, habían pasado más de veinte años desde que había sido tomada, sin embargo, ese hombre no presentaba ningún signo del paso del tiempo en su rostro. Ni una cana, ni una arruga.

El hombre... mi padre... me sonrió. Pero no fue una sonrisa alegre, cariñosa o cálida como siempre pensé que sería una sonrisa paternal... no, la mueca que formaron sus labios me espantó, este hombre tenía algo malo en él. Algo muy malo.

Miré en todas direcciones. Me sentía desprotegida, en peligro. Verdaderamente temí por mi vida. Ellos no habían dicho nada, pero no necesité que lo dijeran para saber que este no era un lugar donde debería estar.

Debí haberle hecho caso a Chris. Debí aceptar su ayuda.

¡Qué idiota fui!

Pero ahora no podía depender de él. Chris no saldría de la nada a rescatarme, lo sabía bien, ya que no le había dicho a donde iba. Estaba sola y tenía que enfrentar esto por mí misma.

O... talvez, había alguien que podía ayudarme.

— Y ¿Malcolm? — pregunté al no verlo. Él era mi única opción de salir ilesa de esto. O por lo menos eso rezaba.

— Aquí estoy — respondió su voz de repente y me sorprendió al sentirlo detrás de mí.

Pegué un grito de sorpresa y me alejé de él dando varios pasos hacia delante.

— ¿Qué sucede? – dije y temblé con violencia. Sentía como el frío calaba en mi cuerpo. Era un frío de miedo que olía a muerte.

— ¿Ahora sí me temes?, es muy tarde para sentirse precavida conmigo — y sonrió de forma macabra.

Malcolm tenía razón en sus palabras, nunca había temido de él, o no lo suficiente para alejarme a tiempo... pero, ya era tarde.

— ¿Por qué me trajiste aquí?

— Yo le dije que te trajera — respondió mi padre por él.

Su voz volvió a estremecerme. Sonaba tan oscura, tan fría, tan malvada.

Y aunque no quería y lo estaba evitando, volví a girarme para encarar a aquel hombre. Mi padre.

— Al igual que tú, yo también te estuve buscando — dijo despegándose de la pared y dando unos pasos alrededor. Su cuerpo se ocultaba en la oscuridad a medida que caminaba y volvía a hacerse visible cuando pasaba cerca de la ventana, por la cual entraba el refracto de la luz incandescente de afuera, mezclada con la de la Luna.

Yo no aparté mi mirada de él. Era tan imponente. Me sentía tan pequeña y frágil estando rodeada de aquellas personas. Estaba convencida, esa noche moriría.

— En verdad, te estuve buscando desde que esa mujer te alejó de mí — no tuve que preguntar para saber que se refería a mi madre.

No sabía qué pensar. Siempre había pensado que mi padre nos había abandonado. Nunca pregunté por su ausencia y mi madre nunca me contó, pero siempre supuse que no nos quiso y se marchó, pero en ese momento preciso entendí que pensé mal todo este tiempo, no era mi padre quien nos dejó, sino mi madre que huía de él. Pero, ¿por qué?

¿Qué había mal en ese hombre que se hacía llamar mi padre? ¿Quién era verdaderamente mi padre y las personas que lo rodeaban?

— ¿Quiénes son? – intenté sonar fuerte, pero estoy segura que fracasé.

— ¿Quiénes somos? — preguntó mi padre mirando en dirección a sus compañeros, quien, Genette sonrió de manera cínica — ¿Crees en los demonios?

Lo miré fijamente y yo me debatí internamente sobre qué era correcto responder. Pues, no entendía a dónde apuntaban sus palabras, sólo sabía que ellas me daban muy mala espina. Como estaba muy asustada como para responder con palabras, sólo me limité a negar con la cabeza, lo cual despertó una sonrisa en su rostro.

— Pues deberías comenzar a creer en ellos — sus palabras me aterrorizaron de verdad, pero la expresión en su rostro lo hizo mucho más. Sólo pude entender que lo que me pasaría a continuación sólo podía ser algo muy malo.

— ¿Qué quieren de mí? — logré preguntar en medio de lo que parecía ser el comienzo de un ataque de pánico.

Estaba muy asustada.

— ¿Qué queremos de ti?, pues hija, te quiero a ti — no entendía a qué se refería, pero sabía que debía tratarse de algo malo y aterrador — No a ti en específico, sino lo que llevas dentro, lo que eres, de lo que estás hecha, quiero beber de tu icor.

Mi padre se acercó a mí y yo me paralicé en el lugar.

Entonces lo supe, no importara lo que hiciera a continuación, cuanto gritara, cuanto suplicara por mi vida. Sólo había una salida para mí, y esa era yo como muerta.

Cerré los ojos con fuerza cuando mi padre se cernió sobre mí. Sentí que el aire tenía el acceso prohibido a mis pulmones cuando una presión hizo fuerza en mi cuello. Mi padre me estaba ahorcando con sus propias manos.

Cerré mis dedos sobre sus muñecas. Quise gritar, pero no tenía voz para ello.

Mis ojos comenzaron a perder color, al igual que mi mente. Y mientras las sombras comenzaban a tomar posesión de mi conciencia, pude ver como las comisuras del hombre que me estaba asesinando se levantaron con ahínco. Lo disfrutaba, le divertía verme sufrir de aquella manera... a mi propio padre.

Cuando creí que moriría se escuchó un fuerte estallido afuera y todos se asustaron dentro de esa habitación, todos menos mi padre, quien no aflojó el agarre a mi cuello ni un milímetro.  

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora