32. Mala influencia

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Esa noche no pude dormir. Tampoco intenté hacerlo. Me encontraba muy agitada. Mi corazón, con cada latido, resentía el dolor que había quedado en él.

Mi amiga, Ellie, me notó algo inquieta, por lo cual prendió la luz del velador de noche, encontrándome sentada sobre la cama, totalmente desvelada, con los ojos bien abiertos y el cuerpo afectado y temblante.

La miré con los ojos rosados por la inyección de sangre en ellos.

Ellie se levantó de su cama y caminó hasta la mía. Cuando sentí un hundimiento en el colchón a mi lado, supe que se había sentado a unos centímetros de mí.

— Perdón... ¿Te desperté? — mi voz salió en un susurro débil.

— No — respondió ella cabizbaja —, yo tampoco puedo dormir.

La miré apenada. Sabía que ella no podía dormir por mi culpa. Había estado girando en el colchón toda la noche, mientras gemía a causa de un dolor en el corazón.

— Quiero consolarte... pero no sé cómo — me dijo mirando al suelo, como si se sintiera responsable por mis padecimientos, pero no era así —, me disculpo por ser tan incompetente...

— No, no te disculpes — la regañé con cariño —. No es tu responsabilidad velar por mi estado emocional. No es la responsabilidad de nadie... sólo mía.

Me levanté del colchón en el suelo que hacía de mi cama y Ellie me miró con curiosidad.

Me coloqué el saco de invierno sobre mi pijama.

— ¿A dónde vas? — me preguntó cuando me vio caminar algo nerviosa.

— Voy a caminar.

— ¿Qué? — se sorprendió y miró la hora que indicaba el despertador sobre su mesita de luz — ¡Son las tres de la mañana!

— Sí, lo sé — le dije colocándome las zapatillas con algo de impaciencia. Sentía que tenía que correr lejos de allí.

— No puedes, ¡es un barrio inseguro!

— No te preocupes, necesito salir un poco — le dije de manera tajante.

Ellie no trató de detenerme una tercera vez, comprendió que necesitaba un poco de aire, a pesar de los peligros que me esperaban afuera en la noche, era más urgente airearme un poco y despejar mi mente, o mi corazón podía sufrir una herida permanente.

Caminé por la oscura noche desierta. Las luces titilantes y el firmamento desprovisto de estrellas le daban un aspecto lúgubre y tenebroso.

Mi mente era embargada por miles de pensamientos, pero el dolor agudo en mi pecho no me dejaba entenderlos con claridad. Mi madre se había ido, era difícil de entender, y mucho más de aceptar, pues nunca más volvería a escuchar su voz, a sentir uno de sus abrazos cálidos... un nudo doloroso se formó en mi garganta cuando comprendí que la había perdido para siempre.

A algunos minutos de estar caminando sin rumbo fijo, sólo perdida en mis pensamientos, sentí una presencia que me asechaba. No podía verla, pero era tan fuerte que la sentía en el cuerpo propio.

Apuré el paso y doblé sobre un callejón cercano con el corazón palpitante.

La presencia me dejó escuchar sus pasos, los cuales se oían cada vez más cerca. Cerré los ojos con fuerza y apreté mis manos en puños, esperando a que el dueño de los pasos no le diera importancia a mi presencia y siguiera de largo, alejándose en la inmensidad de las sombras.

Mi corazón se violentó aún más cuando sentí las pisadas cerca. Apreté mis párpados con fuerza esperando lo peor.

Una pisada.

Otra pisada.

Silencio.

Mis labios temblaron cuando las pisadas se detuvieron. ¿Qué había pasado? ¿Se había marchado?

Decidí averiguarlo por mí misma abriendo los ojos de manera lenta y temblorosa.

Un grito ahogado se apagó en mi boca cuando mis ojos encontraron a una persona frente a mí. Era alguien que mis ojos reconocieron de inmediato.

Aquellos ojos de sombras, esos labios como muertos, su cabello de oscuridad. Todo en él era como una fría noche sin estrellas.

— Malcolm... — mascullé su nombre con sorpresa. Intenté tirar del cinturón de mi saco para cerrarlo aún más de lo que ya estaba, como si eso fuera suficiente para ocultar que había salido en pijama. No esperaba encontrármelo, pero de cierta manera me alegraba que fuera él y no alguien peligroso.

¡Esperen! ¡Malcolm es peligroso!

Fruncí el ceño ante su presencia sin dejarme amedrentar por su sonrisa altanera y su mirada que me hacía sentir minúscula.

Recordé que fue su culpa que estuviera lejos de mi madre en sus últimos momentos. Ella había despertado, pero no estuve con ella más tiempo por ir a esa estúpida fiesta del pecado.

— ¿Qué sucede? — me preguntó con sorna evidente. Él se había percatado de que mi ceño fruncido estaba dirigido a él.

— Cometí un robo a mano armada, incendié mi antiguo departamento y tuve sexo en una fiesta de drogas. Si mi madre estuviera viva me diría que eres una mala influencia.

— Pero sabes que ni eso te valdría para alejarte de mí.

Lo miré en silencio, sintiendo que mi interior se alteraba con sólo ver su sonrisa socarrona.

— ¡Maldición! — me quejé ya que no encontraba la manera de refutarle lo que había dicho, porque en el fondo sabía que era la verdad.

Pero no, tenía que ser fuerte, le prometí a Chris que me alejaría de él, me prometí a mí misma alejarme de ese demonio.

Bajé la mirada y yo lo sentí reírse un poco. Sentí una diminuta explosión y mis ojos captaron el reflejo de una pequeña llama. Cuando me llegó un tufo amargo a mi nariz entendí que había prendido un cigarrillo. ¡Cómo odiaba que fumara y que lo hiciera junto a mí a pesar de que sabía que lo odiaba!

Levanté la vista y lo enfrenté.

Se había acabado. Tenía que ser fuerte y demostrarle que no era una chiquilla influenciable. Mi voluntad me pertenecía sólo a mí, no dejaría que él decidiera por mí, como hasta ahora había estado haciendo.

— ¿Sabes?, ya no me dejaré influenciar por ti — le dije con decisión y él me miró con algo de diversión como si le estuviera contando un chiste —. Ya no más — mis palabras fueron tajantes. Mi pecho se sintió explotar en adrenalina. Pues, conllevaba mucha valentía hablarle a Malcolm de aquella manera.

— Veremos cuanto duras esta vez — sus palabras llegaron a mi oído cuando me di una vuelta decidida a volver por donde había venido. Su tono de voz me supo profundo, como si entrara en mí para profanarme toda, como si me reclamara una vez más. Pero, me resistí a quedarme allí —. La oscuridad es más fuerte en ti de lo que quieres reconocer.

Aunque una sensación en mi pecho me seducía a detenerme y a volver sobre mis pasos, me contuve, no lo hice, seguí mi camino sin detenerme.

Debía ser fuerte. 

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora