27. El rostro del diablo

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Llegué agitada por correr todo el camino hasta el hospital. Tuve que sostenerme un momento del mostrador para no desmallarme.

Cuando me sentí medianamente recuperada continúe mi carrera hasta el cuarto donde descansaba mi madre. No me detuve ni siquiera para llamar a la puerta, abrí esta de repente, ansiosa por lo que encontraría dentro.

— ¿Mamá? — mi voz salió quebradiza cuando la vi sentada en su camilla de hospital, con los ojos pesados pero abiertos, intentando entender lo que salía de la boca del doctor.

Ella al escuchar mi voz giró su rostro para encontrarme. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me regañé a mí misma por haber perdido las esperanzas.

Quise acercarme a mi madre, pero antes, el doctor se interpuso en mi camino y me invitó a salir del cuarto acompañándolo. Quería hablar sobre el estado de mi madre. Tantas visitas al hospital hacían que el movimiento del lugar ya fuera rutina para mí, y un pequeño gesto era suficiente para saber, por ejemplo, que el doctor me tenía malas noticias.

— Ahora vengo — le dije a mi madre antes de seguir al doctor fuera. Ella me sonrió con poca fuerza y un nudo se formó en mi interior al verla así.

El doctor Dalton cerró la puerta detrás de sí y ya solos en el pasillo me miró fijamente, su mirada me aterró, realmente ya no quería escuchar malas noticias. Cada nueva mala noticia, era una gota que reducía la pequeña llama de esperanza que existía en mí.

— Despertó hace una hora — comenzó de manera escueta, pero yo sabía que esa era su mejor forma de prepararme para lo que vendría.

— Pero ¿está mejorando, doctor?

El doctor Dalton me miró con lástima. Diablos.

— Apenas tiene fuerzas para mantenerse consciente. En cualquier momento podría volver a caer en coma.

Lo miré asombrada, quería golpearlo por ser tan estoico para darme la noticia, pero al mismo tiempo, le agradecía internamente, por no ocultarme nada.

Bajé la vista al suelo y apreté los puños con fuerza. Me sentía al borde del precipicio, de caer en el vacío. No era fuerte, lo entendía bien. Era cobarde y débil. No quería perderla y le temía a su ausencia, me aterraba ya no tener a nadie a quien llamar familia.

Volví a levantar la vista y la clavé en el doctor.

— Sé que es difícil... — comenzó el doctor, pero no dejé que continuara.

— Por lo menos dígame que es lo que está matando a mi madre.

— Todavía no podemos encontrar la causa de su enfermedad, lo único que sabemos es que su cuerpo se está apagando lentamente, sin razón aparente. No estoy muy seguro, pero creo que algo externo lo causa, como si su cuerpo se hubiera contaminado con algún mal.

Lo miré extrañada. ¿Contaminado con algún mal?

— ¿A qué se refiere? ¿Cómo a radiación o...? — no se me ocurría otra cosa.

— No, es algo diferente.

— ¿Algo cómo?

— Algo malo.

Lo miré confundida. No parecían palabras que diría un doctor.

— Gracias — le dije finalmente cuando ya no supe que más preguntar, porque sabía, que ni él tenía las respuestas para mis dudas.

El doctor me dejó sola y entré de vuelta a la habitación donde descansaba mi madre.

Quise llorar cuando la vi. Estaba despierta, eso era algo bueno, pero no había nada en ella que me dijera que continuara con vida... o por lo menos, no por mucho más tiempo.

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora