I N T E N S O [TERMINADA]

XIV. Las bofetadas

Es lunes y estoy aun en la cama. Javier está con una toalla en la cintura y se está lavando los dientes.

—¿Thu nmo vas a ir a trabamar? —me dice con el cepillo en la boca y vocalizando una mierda.

Me froto los ojos.

—¿Acaso me vas a despedir? —le provoco.

Va al baño y escupe.

—Puede —me dice volviendo al lado de la cama. Ahora se seca la cara con otra toalla blanca.

Me quito las sabanas y me coloco en una posición sexy.

—Tiemblo de miedo —le digo mientras me agarro ambos pechos y los estrujo. Gimo.

—Tú estás loca —dice. Me agarra de un tobillo y tira de mí hacia él.

Se quita la toalla que cae en el suelo y sube encima de mí. Escala lentamente por mi cuerpo dándome besos por la tripa. Me lame uno de los pechos antes de morderme un pezon. Vuelvo a gemir.

—Soy tu jefe, ¿lo sabes no? —dice pero estoy algo desconcertada por sus mordiscos y besos por mi cuerpo —. Igual si te despido... te dejo encadenada a mi cama... —dice esto y de repente saca unas esposas no se muy bien de donde ni como porque no me he enterado. Me pone una y la pasa por el cabecero de la cama y me deja encadenada allí.

Se incorpora y se aleja me mira desde la distancia.

—¿Que haces? —Pregunto y me intento soltar—Vuelve aquí.

El se cruza de brazos.

—¿Y si no quiero? 

Me pongo algo nerviosa cuando va al armario y saca su traje.

¿En serio me va a dejar allí?

—Javier —le llamó. Sonríe de medio lado, pero no me mira —. Te estas pasando, te lo digo. 

Intento alcanzarle con mi pie. Pero el me agarra de la pierna violentamente. Me levanta esa pierna que me tiene agarrada y sin avisarme se tira sobre mí, se desliza dentro de mí. Gimo. Joder.

Se aleja un poco y vuelve a entrar violentamente dentro de mí. Gimo de nuevo.

—¿Te vas a portar bien? —Vuelve a entrar fuerte. Gimo. Se acerca a mi labios y me besa. Me muerde el de abajo. Joder—. Ahora no eres tan contestona ¿no?

—Eres... horrible —digo entre gemidos.

—¿Sí? —dice mientras sigue follandome. Ahora acelera mucho el ritmo.

Estoy prácticamente chillando. Él también gime y acaba. Se cae sobre mí. Extiende una mano y me suelta de las esposas. Dejo caer mis brazos ahora libres.

—Vamos a llegar tarde —digo con un jadeo.

Él se incorpora y me mira.

—¿Ahora quieres ir o qué?

—La verdad que no —digo. Me levanto—. ¿Me llevas?

Él también se incorpora.

—Idalia desde que vives aquí te llevo todos los días—me dice. 

Levanto las manos.

—Solo era para asegurarme. No puedo ir caminando con este pedrusco por ahí sin temer por mi vida ¿sabes?

Le enseño el maravilloso anillo que llevo en el dedo. Él pone los ojos en blanco, pero se acaba riendo.

—Date prisa anda.