Capítulo 25

53 1 0
                                    

 Como toda buena investigación policial que se preste, ésta tiene que estar permitida por el inspector de la comisaría en donde tenga lugar. Además de que deben de estar bien contrastados y defendidos los motivos por los que se quiere comenzar a investigar un crimen, así como la obligación de que éste tiene que estar bien presentado y redactado. Esto es básicamente porque no se puede presentar una sospecha a la primera de cambio, aunque eso luego se altere como se quiera dependiendo de quién esté en la cadena de mando.

En el momento en el que Gorka presentó alegaciones para reabrir el caso de Fer, el cual poco duró en marcha ya que se le dio por muerto antes de tiempo, su principal le dio el visto bueno para proceder. Quizás porque un caso tan jugoso subiría el caché de su brigada o, quizás también, porque ir acompañado de Samuel a la hora de hacer una petición es un seguro de vida. Cualquiera que fuera la causa es posible, obviando que nadie duda de la segunda opción, el caso es que tienen el permiso policial requerido. Y, por ello, su pequeño despacho ya está repleto de esquemas y colores con los que empiezan a atar cabos que llevan muchos años sueltos. Y los cuales, en su momento, debió ser un ciego el que no los vio.

Por encima de todos los nombres apuntados, resalta uno con bastante diferencia. Éste es Rodrigo Gómez Moreno, el médico encargado del caso. Es decir, quién debió darse cuenta de que el paciente al que estaba tratando aún respiraba. Los demás que le acompañaron eran simples auxiliares, jóvenes todos ellos, por lo que el que claramente estaba a la orden era él. Y por ello se suben al coche patrulla rumbo a la clínica privada que lleva su nombre, la que años después se ha ido haciendo reconocida en Madrid. Porque sí, parece ser que ese tal Rodrigo no es un don nadie, o por lo menos su apariencia no es esa. Sino que poco a poco se ha ido haciendo un hueco en el mundo de la sanidad, formando su propia clínica junto a su hijo. Quién, por cierto, era uno de los auxiliares que le acompaño en esa trágica noche. Conocido como Juan Gómez Díaz, por aquel entonces un simple estudiante de veinte años, hoy siguiendo los pasos de su padre con veintisiete.

– Policía, ¿ podríamos hacerles algunas preguntas a usted y a su hijo ?

Su entrada es contundente, con la placa policial en la mano para asegurar las palabras de Samuel. Ellos dicen estar ocupados, mientras les recomiendan a las propias autoridades que vuelvan más tarde. Está claro que este hombre amigo, lo que viene siendo amigo, de los policías no es. Gorka da por seguro que su adolescencia se baso prácticamente en huir de furgones, a juzgar por la frialdad y seriedad de sus palabras. Por ello hace falta mano dura, que les quede claro que lo que les han dicho es una afirmación, no una sugerencia, ya que parece ser que no lo han pillado de primeras. No obstante, las preguntas se las van a hacer igual. Y ahora. A Gorka eso de sentir que tiene el poder le encanta, y más cuando lanza advertencias tales como esa. El médico, por otro lado, parece resignarse y aceptar a hablar. Por lo que cuelga el cartel indicando que el local está cerrado y, tras llamar a su hijo, se sientan los cuatro en una pequeña sala del interior.

– ¿ Qué es lo que quieren ? Rápido, por favor. Estoy perdiendo posibles clientes.

Él les desafía, y tanto a un policía como al otro eso es algo que no les gusta. Samuel sabe que es un engreído, sin personalidad propia, puesto que a lo largo de los años ha conocido a muchos tipos de ese estilo. De los que se piensan que tienen el mundo a sus pies, que nunca se han equivocado en nada. Los mismos que finalmente resultan ser el modelo de un buen criminal. Así pues, que empiece el juego.

Poco a poco, Samuel va narrando todos los detalles de la fatídica noche en la que tuvieron que intervenir los médicos sentados enfrente suyo, esa en la que el padre era el encargado de un caso que terminó en cataclismo. Explica cómo un chico se encerró en un instituto llamado Zurbarán, con una escopeta y rehenes. Finalmente disparó, de forma accidental, a un compañero. Al día siguiente, Rodrigo anunció su muerte. Ante todo ello, este último contesta con la misma cara que al principio, indiferencia total. Como si le estuvieses narrando la crónica del último clásico disputado. No se acuerda de lo que cenó ayer, cómo para acordarse de un caso de hace siete años. Típica excusa que se pone cuando no se quiere hablar, o más bien cuando no se puede. Esas se las conoce Samuel a la perfección.

Lo que hemos vividoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora