CAPÍTULO 4: ESTA TÍA ESTÁ SORDA

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POV Natalia

Me desperté de golpe, sudando. Estaba paralizada y no conseguía mover ni un músculo. Otra vez esa maldita pesadilla. Intenté acercarme a la mesilla y mirar la hora. Pff... las cuatro y media de la mañana. Al menos puedo dormir un par de horas mas. 

Dormir aquellas horas restantes eran la idea, pero no, me era imposible. La pesadilla no paraba de rondar por mi cabeza y temía que, si me iba a dormir, volvería a soñar lo mismo. 

En aquel sueño estaba en un túnel muy estrecho y alto. Las paredes eran de un rojo pasteloso, casi salmón. Estaba siguiendo a alguien que iba delante de mi y me guiaba hacia la salida. No recuerdo quién era pero no me daba confianza. Vestía de negro. Botas altas de cordones que resonaban como si no pudiera haber más sonido que sus pasos, pantalones anchos y una capa que parecía sacada de la época victoriana. No conseguía ver nada más. Su cara parecía taparse por una sombra negra como el carbón.

Al salir del túnel aparecí en un pueblo de madera construido en lo que parecían ser unas montañas. Las casas eran del mismo color que aquel pasadizo y eran inmensas. No se veía el suelo ni tampoco el tejado. Todo estaba conectado a través de puentes viejos llenos de plantas y la gente hacía vida normal. No parecía suponer ningún problema el vivir en aquella altura tan escalofriante. 

Empecé a caminar atravesando el pueblo e iba saludando a los lugareños. Era como si los conociera pero no conseguía recordar ninguna cara. Entonces, me acerqué a uno de los edificios. Apoyé mi mano sobre la madera desgastada fruto de decenas de años y en un instante sucedió. La gravedad de mi cuerpo como la conozco dejó de funcionar. Comencé a caminar a través de la pared vertical del edificio como si fuese lo más normal del mundo. Mi intención era llegar al tejado y ver las vistas y la verdad, lo estaba disfrutando a pesar de no ser normal. Justo en ese momento lo entendí. 

Estaba soñando. 

Una corazonada atravesó mi cuerpo. No era capaz de controlar lo que hacía y no tenía buena pinta. A los pocos segundos de entender que era lo que estaba pasando, alcé la vista hacía el cielo que se tornó oscuro. No había nubes ni luna. No se podía observar ni un color. Una persona me miraba de frente con una máscara que me impedía ver quién era. Supuse que era aquella que me guiaba. Empezó a correr hacia mi elevando un brazo. Me asusté. Seguro que me quería matar. Entrando en pánico no dude en correr hacía abajo intentando llegar al puente de madera pero entonces, resbalé y el vacío empezó a engullirme mientras caía hacía la nada.

Así que el día pintaba bien. O eso era lo que había pensado al despertarme una segunda vez. Esta vez culpa del despertador. 

Apagué la alarma y empecé mi rutina diaria. Me cambié y preparé todo lo necesario para el trabajo y la universidad. Por fin podía ponerme alguna sudadera, el frío por las mañanas empezaba a notarse y no podía estar más agradecida. Fui al salón pasando al lado de mi madre. Aún estaba medio dormida, dándole vueltas al café con la cucharilla y viendo la tele pero sin prestar atención. La saludé y me até las zapatillas a su lado, como cada mañana.

Salí de casa corriendo hacia la estación de metro. Otra vez me había quedado empanada viendo la tele y comentando algunas cosas con mi madre. 

Llegué al metro por los pelos. Que asco me daba llegar sudando, no aprenderé la lección en mi vida. Pero bueno, al menos en esta parada no solía entrar mucha gente por lo que pude sentarme sin problema. Desbloqueé el móvil y dejé que el tiempo pasase mientras escuchaba música. Eso es lo que hacía normalmente y lo que haría hoy también si no me hubiera dejado los cascos. Hoy iba a ser uno de esos días, me temo. 

Intenté recordar alguna de las canciones que siempre me ponía por la mañana durante el trayecto. Me gustaba escuchar canciones que fueran tranquilas y que me relajaran. No me gustaría llegar a las ocho de la mañana a la tienda con un acelerón provocado por el café y alguna canción "chunda chunda".

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