Después del torneo

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Era sábado por la mañana, una semana había pasado desde que desperté en la habitación de Anna después de haber bebido en exceso, juro por lo que más quiero que no volveré a hacerlo... Bueno, es fácil decirlo, no sé que me depare el futuro. El equipo y yo estábamos en la cancha de fútbol de mi escuela alrededor del entrenador Oaken, que tomaba asistencia. Nos estábamos preparando para el partido contra la otra escuela.

-Kida- mencionó el hombre.

No hubo respuesta. Miré a su dirección, ella estaba totalmente distraída, veía a la tribuna buscando a su padre. Me sentí mal por ella cuando soltó un suspiro de decepción, él no había venido como de costumbre. A pesar de que nunca la vio jugar, Kida aún tenía la esperanza de que en algún momento su padre se presente. Mis padres no estaban, pero ellos me vieron jugar varias veces y sé que no se perderían un partido a menos que tengan algún compromiso que no hayan podido dejar.

-¡Kida!- volvió a llamar el entrenador.

Kida despertó de su trance sacudiendo la cabeza y se apresuró a levantar la mano.

-Aquí.

Oaken asintió e hizo una marca en su anotador con el bolígrafo que tenía en la mano.

-Mérida.

-Aquí- respondió ella levantando la mano.

El entrenador volvió a asentir y nuevamente hizo una marca en su anotador.

-Mulán- no hubo respuesta- ¡Mulán!- Oaken levantó la cabeza con el ceño levemente fruncido para buscar a la jugadora con la mirada.

Mulán era la más importante de todas, era la arquera, una de las mejores y la sub capitana. Las del equipo empezaban a desesperarse, siempre se ponían así cuando uno de nuestros jugadores no estaba presente.

-¡ENTRENADOR!

Mulán venia brincando, intentaba ponerse su botín y llevaba su gorra entre sus dientes. Tan pronto logró acomodarse su calzado, ella corrió hacia nosotras, colocándose la gorra negra en la cabeza. A diferencia del resto del equipo, el uniforme de ella era una remera gris de mangas largas con rayas de una gris más oscuro bordada en ellas y un short con rayas, pero blancas, también bordadas al costado.

-Presente- dijo una vez que estuvo a nuestro lado-. Mérida, estamos estudiando en la biblioteca.

-De acuerdo- comentó ella.

Para ser más clara, Mulán le dijo a sus padres que iría con Mérida a la biblioteca para estudiar, era una excusa suficiente para convencerlos. Mulán no solía traerle problemas a sus padres, es por eso que confiaban en ella y no dudaban en que iba a la biblioteca un sábado a la mañana.

Una vez que todas dimos el presente fuimos a la cancha en nuestros respectivos lugares. Los de la otra escuela llevaban un espantoso uniforme de color amarillo. No es que tenga problemas con el color amarillo, solo que era demasiado molesto para mis ojos.   

Ahora era momento de decidir quién sacaba primero. El árbitro se colocó en entre medio de la otra capitana y de mí. El hombre nos mostró una moneda plateada, elegí cara y la otra capitana se quedó con cruz. Lanzó la moneda al aire, la atrapó con una mano y luego la golpeó contra el dorso de la otra. Salió cara, lo que significaba que yo sacaba primero.

El árbitro se apartó y tocó el silbato. Tomé la pelota para darle un pase a Mérida, que era la otra delantera. Ella corrió hacia delante, yo le seguí el paso con el resto del equipo y por supuesto las jugadoras del otro amenazaron con quitárnoslo.

Flashback

Había tres cosas que amaba con locura. El fútbol en primer lugar, el chocolate y por ultimo andar en motocicleta. Mi madre se alteraba cada vez que me subía a mi moto. Mi padre también pero no podía decir nada porque el también hacía los mismo cuando tenía mi edad y digamos que la dejó cuando conoció a mi madre. De hecho, la motocicleta que uso era la de él y con algo de dinero que logré recaudar trabajando y vendiendo algunas cosas que ya no usaba hice que la reparara un mecánico. Quedó como nueva y juraría haber visto lágrimas en los ojos de mi padre cuando la vio. Ellos y yo acordamos que usaría la moto si iba con la protección indicada, manejaba con cuidado y si llegaba a tener un solo accidente o una sola multa me la quitarían. Tampoco podía llevarla a la escuela, eso era por una mala experiencia que mi padre había tenido con sus compañeros, nunca entendí bien que fue lo que sucedió. Menos mal que no le dije lo de la bicicleta en el árbol.

Tu amor, mi dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora