Has tu vida

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Wouw...me aceptaron.

Tuve que leer la carta tres veces más para saber si lo que decía era correcto. Realmente no puedo creerlo, entré. Comenzaré una nueva vida en esa ciudad.

—¿Bueno, que es lo que dice?

Por un momento olvidé que mis padres estaban adelante de mí. Los miré con los ojos bien abiertos, ellos me miraron de la misma manera. Estaba tan pasmada que no sé cuál de los dos fue el que hizo la pregunta.

—Me... aceptaron —respondí enseñándoles la carta.

Mis papas gritaron tan fuerte que me sobresaltaron. Pronto, sus brazos ya me estaban asfixiando.

—Cariño, sabía que lo lograrías —dijo mi madre.

—No dudamos de ti en ningún momento.

—Gracias, pero... no respiro... —mi voz estaba ahogada.

Se apartaron, un paso hacia atrás, arrepentidos de su reacción. El aire no tardó en volver a mis pulmones.

—Lo sentimos —se disculpó mi madre, elevando una de sus manos hacia la altura de su boca—, es que estamos muy felices por ti.

Dejé que ellos leyeran la carta. Yo mantuve mi felicidad en silencio mientras los escuchaba opinar en voz alta. En realidad, escuchaba alguno que otro comentario. Como que voy a tener que estar en una residencia Universitaria, o hablar sobre cuestiones de dinero, las visitas, entre otras cosas. El tema de las visitas era lo que más captó mi atención, seguro que para las fiestas y cumpleaños ellos iban a querer que estuviese en casa. Pero la verdad es que tengo muy pocas ganas de regresar, mi idea es irme para nunca volver. Creo que todos ya sabemos el motivo. Anna. Sin embargo, hay cosas que me lo impiden, no puedo fingir que mis únicas tres amigas no están aquí y tampoco puedo ignorar a mis padres. Aunque probablemente ellos me visiten en la ciudad.

El ambiente cambió por la música de mi teléfono que me indicaba que alguien me llamaba. En la pantalla figuraba el nombre de Mérida.

—Heii hola —contesté el móvil—, aguarda un minuto.

Apenas escuché el "ok" de Mérida cuando aparté el móvil de mi oreja.

—¿Podemos seguir el asunto luego? Tengo que hablar con Mérida —pedí.

Los dos asintieron y yo acerqué el aparato electrónico a mi oreja mientras subía las escaleras, apresurada.

—Hola, ya puedes hablar —dije en cuanto puse mi mano en el pomo de la puerta de mi cuarto— ¿Qué sucede?

—Iba a decirte que pasaré por ti a las nueve.

Me detuve en seco.

—¿A las nueve?

—Emm... si, a las nueve —respondió como si fuera lo más obvio.

Permanecí en silencio, parpadeando varias veces.

—¿No habrás olvidado la fiesta, o si?

Automáticamente llevé mi mano a la frente, con todo lo que había pasado olvide por completo el asunto de la fiesta.

—Demonios, sí. Si lo olvidé.

Hizo una breve pausa antes de volverme hablar.

—Sabes que, deberías agradecer que tienes una increíble amiga como yo que te hace recordar estas cosas.

Solté una risa.

—Wouw... generalmente te pones de mal humor cuando hago ese tipo de bromas ¿Qué acaso algún extraterrestre te secuestró y cambió tu cerebro?

Tu amor, mi dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora