Prueba

256 24 2
                                    


—Noventa y ocho, noventa y nueve y cien —Anna se puso de pie para aplaudirme mientras yo acomodaba el balón en el suelo.

La miré sonriente, caminando hacia ella y pateando la pelota.

—¿Te has dado cuenta de que cada vez te salen más seguido?... Si sigues así romperás un récord.

—Será mejor que comience enseguida, entonces —elevé la pelota una vez más para seguir jugando con las piernas.

Anna cerró los ojos, soltando una risa.

Suspiré, apartando ese recuerdo de mi cabeza. Luego aparté mi brazo que tapaba mis ojos y encontrarme con el techo.

Ha pasado una semana desde que salí del hospital y en todo ese tiempo permanecí encerrada en mi habitación, sola, escuchando música como lo estoy haciendo ahora. Tampoco he pronunciado una palabra desde entonces. No sé por qué, las frases simplemente no salen de mi boca.

Mis padres están preocupados, pero no quieren presionarme. Ellos entran y salen para darme de comer o para ver si necesito algo. Mi habitación está oscura y desordenada, no obstante eso ya es algo habitual.

Me estremezco un poco por escuchar la puerta de mi cuarto abrirse.

—Vengo del mundo exterior a salvarte de esta cueva a la que te has encerrado por ti sola, no temas amiga.

Mérida fue hasta las cortinas de mi balcón y las abrió, dejando entrar la luz del sol. Eso me incomodó y escondí mi rostro debajo de la almohada. Sentí el peso de su pierna contra él colcho, en la punta de mi cama.

—Vamos ¿Hasta cuando piensas estar así?

Mi respuesta fue un quejido.

Mérida apartó las sabanas de mi cuerpo y también arrojó mi almohada, dejando al descubierto mi sucio piyama, mi pierna enyesada, mi cabello descuidado atado a mi trenza y mi rostro de moribunda.

—Lo siento, pero tú me obligaste hacer esto —se defendió con tono serio y de brazos cruzados.

Quité mis auriculares y me incliné un poco hacia adelante, manteniendo mis codos apoyados sobre el colchón.

—¿Qué es lo que quieres? —se sintió raro volver a hablar, sin embargo no lo demostré.

—¡Ayudarte!... ¿Qué no te das cuenta?

—¿Y por qué?...

Nunca, en todo el tiempo que nos conocemos, pensé en ver a Mérida golpear a alguien, y mucho menos a mí. La cachetada fue tan fuerte que me dejó marca y quedé en shock, sin saber qué decir o cómo reaccionar.

—Porque eres mi mejor amiga, y me preocupo por ti.

No dije nada, solo vi cuando ella se sentó en la cama y sus brazos me rodearon para acercarme a su cuerpo, permitiéndome apoyar mi cabeza a un costado de su hombro. Las lágrimas caían de mis ojos de forma inconsciente, sin saber bien el motivo por el que lo hacían.

—Deja de encerrarte, si sabes que me tienes para darte una mano no sufras tu sola.

Mi llanto se intensificó, al mismo tiempo que mis manos se aferraron a su remera.


※.※.


Mérida se tomó la molestia de hacer dos tazas de té una vez que me ayudó a salir de mi habitación y a bajar las escaleras. Como ya había venido cientos de veces, formaba parte de la familia, no era necesario que me pidiera permiso para buscar lo que necesitaba y hacer este tipo de cosas.

Tu amor, mi dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora