La bicicleta

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Llego tarde, llego tarde, llego tarde. Aún no abroché mi camisa negra, me faltaba mi corbata y, mientras saltaba con el cabello suelto por la habitación, buscaba mi zapato, tratando de colocarme un calcetín. Terminé resbalando con lo que buscaba y caí hacia atrás golpeándome la  espalda.

-¿Estás bien, hija?

-Sí, papa- contesté pasándome la mano por mi cabello rubio.

-Apresúrate, o llegarás tarde a la escuela.

-Gracias papa, eres tan informativo- dije irónica.

-¡Cuida ese lenguaje, jovencita!

No tenía tiempo para discutir con él, por suerte mi madre no interrumpió la conversación. Me puse mis zapatos y terminé de vestirme. Salí corriendo de la habitación mientras me ataba la trenza que llevo siempre. Apenas tuve tiempo de comer un puñado de cereal y tomar algo de leche del pico del cartón, cosa que no le gustó a mi madre pero la ignoré completamente. Para aumentar mi mala suerte, mi auto estaba en el taller mecánico, y aunque ando en motocicleta no tengo permitido llevarla a la escuela. Mi padre trabajaba como ingeniero civil en una constructora y , si le pedía que me llevara, iba a llegar tarde él.  Además tenía que dejar  mi madre en la concesionaria de vehículos, donde trabajaba de contadora. Así que solo me quedaban tres opciones. Una, caminar. Dos, ir en bicicleta. Tres, armarme de valor,  salir de casa, cruzar la calle para ir a la enorme mansión de en frente y pedirle a Anna que me lleve en su lujoso auto BMW Z4 de color azul. 

La segunda opción era la más viable.

Saqué mi bicicleta del garaje, le quité el freno al mismo tiempo que acomodaba mi mochila sobre mi hombro.  Uso una calza negra, corta, debajo de la falda, por lo que manejarla no será ningún problema.   Pedaleé tan rápido que no tardé en llegar a la prestigiosa escuela  Weselton, un enorme edificio de arquitectura gótica, con techo rojo, adornado por árboles, arbustos y césped bien cuidado. La entrada tenía una enorme escalera con dos leones de piedra en ambos lados. En síntesis, una horrenda escuela donde la mayoría de los estudiantes me consideraban un fenómeno y yo los consideraba unos idiotas.  Todos usábamos el mismo espantoso uniforme de camisa negra, corbata, pantalón, o falda en caso de las mujeres, de color rojo.

Me detuve en un estacionamiento que era especial para las bicicletas. Bajé de ella y le coloqué la cadena de seguridad para que no me la quiten. Sentí a dos chicos burlarse mientras lo hacía. Giré hacia donde estaban para darles una mirada de muerte, lentamente levantando una ceja hacia arriba. Las sonrisas de los dos se fue apagando y ambos salieron corriendo como unos niños llorones. Me limité a girar mis ojos mientras caminaba hacia la entrada de la escuela. Caminé por el pasillo, esquivando a la muchedumbre que iba hablando de cosas que no me interesaban.

Se darán cuenta de que no soy muy popular en la escuela, la gente me conocía como la capitana del equipo de fútbol femenino y nada más. No es un deporte que se alague mucho, solo era admirada por los pocos que veían los partidos. Pero yo no jugaba por ser popular o ser la mejor, jugaba porque era el deporte que amaba, me importaba un bledo si fue creado para hombres.

Mérida, mi mejor amiga, esperaba en mi casillero con la espalda pegada a él... En realidad es segunda mejor amiga porque Anna es la primera, a pesar de no ser unidas como antes y que mi actitud probablemente haga que un día termine de odiarme. En fin, Mérida era parte de mi equipo de fútbol y de no ser por ella quizás no tendría amigos.

-¿Que tal el fin de semana?- me preguntó haciéndose a un lado para que pudiera abrir mi casillero, acomodando su hombro sobre el que estaba a continuación del mío.

-Igual que siempre- comenté sacando mi libro de física y cerrando el armario de metal-, con la diferencia de que tuve la visita nocturna de Anna.

-Uiihh ¿Y qué ocurrió?... ¿Se pusieron salvajes?

Tu amor, mi dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora