Fútbol

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El silbato del entrenador Oaken sonó justo cuando le estaba dando un pase a Mérida, eso quería decir que la práctica había acabado. Oaken nos indicó con el brazo levantado que nos arrimáramos a él. Todas las que usábamos el uniforme de fútbol, que consistía en una remera dividida en dos colores, rojo y negro, con el escudo de nuestra escuela bordado en nuestro pecho y también el número, en mi caso el diez, de color blanco en nuestra espalda y un short negro con rayas rojas en los costados, también con nuestro número en color blanco bordado a un costado en la parte delantera, nos acercamos al entrenador.

-Bien muchachas, es todo por hoy, creo que si seguimos así el próximo partido será pan comido.

-Si, además, cuando vean el toro que resulta ser Elsa, posiblemente se rindan enseguida- bromeó Kida dándome un golpecito con el codo.

Yo me sonrojé y me pasé la mano por detrás de la cabeza. Normalmente prefiero no llamar la atención, pero, si el equipo necesita de mi apoyo o algún concejo, estoy para ayudarlas. Todas tenían plena fe en mí, este era el último torneo para alguna de nosotras y luego iríamos a la Universidad. Lo lindo sería ganar el campeonato antes de irnos, así seriamos historia en la escuela. Aunque creo que no importa hacer historia o tener la copa, creo que lo importante es dar lo mejor y poner todo nuestro esfuerzo.

-Las veo en el próximo entrenamiento, recuerden estar en perfecto estado.

Reímos por aquel comentario. Mientras mis compañeras se dispersaban para ir por sus cosas y marcharse, yo fui donde estaba el entrenador, que estaba de espaldas en ese momento.

-Entrenador Oaken.

Él se dio vuelta al escuchar el sonido de mi voz.

-¿Si, Elsa?

-Quisiera quedarme un poco más si no es mucha molestia.

-Oh, bien, si así lo quieres no hay problema, solo recuerda guardar la pelota en el gimnasio. No entrenes demasiado, no quiero que te descompongas.

-Descuide, solo quiero patear un rato al arco.

Oaken solo asintió con la cabeza y luego se giró para seguir con los suyo antes de marcharse. Mérida se acercó a mí con su bolso colgando en el hombro.

-¿Quieres que me quede?

-No- contesté al mismo tiempo que recogía el balón de fútbol con mi pie-, es que solo quiero estar unos minutos a solas para despejarme mientras practico mi deporte favorito.

-Está bien- me sonrió a medias-. Por favor, llámame si necesitas hablar.

-Descuida- solté una leve risa-, posiblemente lo haga.

Ella asintió, conforme, con la cabeza y se marchó.

Pasé la pelota a mi otro pie y con él lo elevé al aire para luego golpearlo con la rodilla y pasarlo a la otra, así sucesivamente. De vez en cuando, la elevaba más alto y lo recibía con la cabeza, o con el pecho. Disfrutaba como el viento chocaba contra mi cuerpo mientras hacía esto. Sonará tonto, pero cada vez que jugaba con la pelota de esta manera,  sentía menos estrés, podría decirse que hasta me sentía  libre. Mi mente se centraba en golpear la pelota con mis piernas, no pensaba en lo que pasaba con mi vida en general. Estuve así por un breve momento hasta que dejé que la pelota rebotara en el suelo para luego patearlo al arco. El objeto redondo chocó contra la red y cayó al suelo, rebotando unas pocas veces y luego se quedó quieto.

Sonreí con satisfacción, era imposible cansarme de esto. Corrí hacía el arco para recoger la pelota con mi píe y empecé a repetir el mismo juego. Mi concentración se rompió al escuchar unos aplausos, la pelota cayó al suelo y yo volteé hacia la tribuna. Mis mejillas se tornaron de color rojo al ver a cierta pecosa de ojos turquesa sonriéndome ampliamente. Eche mi cabeza abajo y me pasé la mano por el cuello ¿Hace cuánto llevaba ahí?

Tu amor, mi dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora