Capítulo 2

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Una chica abrazaba con fuerza a un joven que al parecer la estaba esperando, mostraban desesperación y anhelo en sus ojos. Niños corrían eufóricos por todo el pasillo a la salida del aeropuerto, como cada persona que se encontraban con sus seres queridos.

Keily detuvo la observación exhaustiva que le hacía al lugar de repente. Se miró las manos, pensativa, en un intento de recordar a su padre. Tenía vagas memorias de él, pero nada claras de su rostro.

Tiró de la maleta de ruedas mientras trataba de balancearse, ya que el bolso se le escurría del hombro derecho de vez en cuando. Salió del lugar, miró con cautela cada vehículo que se encontraban aparcados y a las personas que se bajaban de ellos. Bufó cuando sintió el calor de la tarde, porque el sol se encontraba brillando más de lo normal.

—¿Keily?

Escuchó una voz masculina, así que se giró en esa dirección y lo vio. Era un hombre alto, pelo negro corto, de unos cuarenta años que no los aparentaba y un gran oso de peluche entre las manos. Su sonrisa mostraba ternura y calidez.

Se acercó a pasos lentos y él acortó la distancia, invadiendo su espacio personal. En un pestañeo, la había acorralado entre sus brazos fuertes. Keily se quedó impactada por el calor que le proporcionaba. Jack, por su parte, le decía palabras dulces en el oído y le dio un beso casto en la frente.

—Cuánto has crecido, pequeña —dijo mientras colocaba parte de su pelo detrás de las orejas.

Keily levantó la mirada y lo vio directo a los ojos, dándose cuenta de que los tenía igual de claros que los suyos. La tía Liz y su madre no se equivocaron. Ellas decían lo bien parecido que era y Keily creía que exageraban cuando escuchaba sus conversaciones detrás de la puerta. Salió de sus pensamientos al sentir la felpa del oso gigante que le extendía su padre.

—Es tuyo, pero creo que me perdí con el regalo —bromeó, sus labios esbozaron una sonrisa amable—. Vamos a casa, está haciendo un calor infernal.

Le abrió la puerta del copiloto de una camioneta negra de lujo. Agarró la maleta y la colocó en la parte de atrás, se subió con elegancia y empezó a adentrarse en la carretera.

Hubo un silencio incómodo con miradas que expresaban más de lo que debían. Él abrió y cerró la boca, quiso decir algo, pero se arrepintió. Ella se recargó de la ventana, observaba cómo los árboles pasaban en borrones y esto hacía que el panorama cambiara.

—Lo siento —susurró él.

Keily lo miró de reojo mientras se preguntaba en silencio por qué se disculpó. ¿Por su ausencia? ¿Por haber dejado a su madre sola? ¿Por su vida perfecta mientras la de ella era un constante tratar de sobrevivir?

—¿Perdón?

—Siento lo de Escarlett —aclaró apenado—. No sabes lo arrepentido que me siento al no haber estado a tu lado en...

—Para, por favor —lo interrumpió.

—No, Keily. Quiero aprovechar esta oportunidad que me ha dado la vida para enmendar mi error y tener una relación de padre e hija contigo.

Sus palabras la sorprendieron a tal punto de dejarla sin mucho qué decir. No lograba concebir que después de diecisiete años quería hacer su función de padre. En ese momento, donde casi era mayor de edad y podría tomar las riendas de su vida.

Recordó que de pequeña lo esperaba en cada cumpleaños y nunca llegó. Su mente reproducía las excusas que le daba su madre, quien decía lo ocupado que estaba y por eso no podía visitarla. Había veces que anhelaba llevar a papá a la escuela y cerrarle la boca a los que se burlaban de ella por el hecho de no tenerlo. No obstante, reconoció que en dos ocasiones la había invitado a quedarse un fin de semana con su familia. Solo eso.

Inercia © (Bilogía Inercia: Libro 1) [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora