Capítulo 3

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Cuando Jack bajó las escaleras, escuchó la discusión que se estaba dando en la sala de su casa.

—¿Cómo que linda? Por favor, Justin, es una rubia. Debe ser una tonta —su hija Charlotte dijo con desdén.

—Me parece hermosa —espetó Willy, quien miró a su padre que acababa de entrar en escena.

—Luce un poco desorientada, pero hay que darle la oportunidad —Justin expresó, encogiéndose de hombros.

Joshua escuchó a sus hermanos y primo hablar sobre la chica que descansaba en la parte de arriba y pensó en lo histérica que se pondría su madre. Eso le causó risa, así que soltó una carcajada.

—¿Estás loco, Josh? —Charlotte preguntó mientras caminaba hacia la salida, dispuesta a dirigirse a ver al chico que trabajaba en la bodega del pueblo.

—¿Irás por tu italiano, hermanita? —preguntó divertido.

Ella le dio una mirada de odio y le mostró el dedo medio, lo que provocó que Josh riera más fuerte.

Charlotte había estado enamorada de Alan Ricci desde que llegó al lugar, con su hermano mayor de Italia, y comenzó a trabajar en la bodega. Sus ojos verdes, piel lechosa y una sonrisa deslumbrante, hicieron que ella quedara hipnotizada y se convirtió en el protagonista de sus sueños.

Jack Brown observó a su hija, quien salió contoneando las caderas de manera exagerada.

—Deja de molestarla, Joshua —reprendió a su hijo mayor y se sentó entre ellos.

—¿Ya la vio mi mamá? —preguntó, serio.

Jack negó con la cabeza. Su mente recreaba la discusión de días atrás que había tenido con su esposa. Solo esperaba que no hubiese más problemas con ella y su hija.

Más tarde, en la parte de arriba de la casa, Keily terminó de arreglar el cuarto y ambientar el lugar. Le dio un toque muy suyo a cada rincón. En su mesita de noche puso una fotografía de ella y su madre, donde sonreían felices. Recordó ese día, Escarlett obtuvo un ascenso en el trabajo y fueron a comer para celebrarlo. Sin poder evitarlo, las lágrimas cayeron con libertad por sus mejillas.

—Te extraño mucho —susurró entre sollozos.

Su mente reproducía cada beso, abrazo y mimo que le hacía mamá; pero tenía miedo de que algún día olvidase cualquier detalle de ella. Ahuyentó esos pensamientos negativos y se dispuso a tomar una ducha. Entró al baño, percatándose de las estanterías que estaban llenas con todo tipo de utensilios útiles para el aseo diario. Sonrió al reconocer que Jack, aun si estaba negada a darle una oportunidad, se había esforzado para hacerla sentir a gusto.

Después de un merecido baño, se arregló y trató de cubrir con maquillaje la rojez de los ojos. Unos toques hicieron que abriera la puerta, encontrándose a Jack vestido con ropa casual. Una sonrisa deslumbrante dibujaba sus labios, un gesto típico de él y Willy.

—Keily, es hora de la cena —informó y ella le dijo que iría en unos minutos.

Jack se dirigió a la cocina, donde Carol ayudaba a Nancy —la ama de llave— a organizar la mesa. Ella sintió las manos de su esposo en la cintura y el beso que dejó en su cuello desde atrás. Sonrió al tiempo que se giraba y enfrentó a su alto marido, quien reía coqueto. Se alejaron al momento en que vieron a cada uno de sus hijos llegar al comedor.

Charlotte estaba furiosa por la pésima tarde que había pasado por culpa del italiano, porque lo encontró muy acaramelado con la hija del dueño de la bodega. «Tanto tiempo detrás de él, con claras intenciones, y él sigue ignorándome como si no fuera lo bastante bonita», pensó.

Por otro lado, a Joshua le parecía divertido por qué su hermana estaba de mal humor y buscaba la manera de molestarla por lo que restaba de la noche. Willy, en cambio, estuvo enviando mensajes por el celular, absorto en su propia burbuja con la imperturbable paz que lo caracterizaba.

—Deja el teléfono —advirtió Jack y de inmediato lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

Todos tomaron asiento en la mesa.

—Keily viene en un momento, familia —avisó Jack, después miró de reojo a su esposa y notó cómo su cuerpo se tensó.

Carol apretó la mandíbula y sus ojos se entrecerraron cuando vio a la chica llegar al comedor despacio y con la mirada baja.

—Siéntate a mi lado, Keily —dijo Willy, amable.

La aludida se acomodó adonde le dijo el chico «siempre feliz» y se quedó quieta, sin mover un solo músculo. La tensión que se percibía en el aire era densa y asfixiante.

—Ella es Carol, mi esposa —Jack la presentó, nervioso por la mueca de disgusto que hizo su mujer sin disimulo alguno.

Keily le extendió la mano, pero Carol no se inmutó. No le importó siquiera la mirada de advertencia que le dio su esposo.

—¿Qué tal el viaje? —inquirió al fin mientras se llevaba un pedazo de pan a la boca con cuidado.

Su porte era intimidante, así que Keily solo pudo asentir. Se sentía fuera de lugar, un estorbo, una intrusa...

—Háblanos de ti.

Joshua la sacó de sus pensamientos y la observaba con interés. No le pasó desapercibido la manera en que ella parecía que podría entrar en pánico en cualquier momento.

—¿Qué quieres saber?

—Tu edad, si vas a la escuela... Ah, llámame Josh.

—Tengo diecisiete años y terminé la secundaria, Josh —contestó según lo cuestionado, como si se tratase de un robot.

«Interesante», pensó él. Había algo en Keily que no permitía que le quitara los ojos de encima.

—¿Y qué quieres estudiar? —Esa vez fue Jack que preguntó.

—Diseño gráfico —respondió con una sonrisa, ya que pensó en sus dibujos de aficionada.

Nancy llegó con lo que faltaba de la cena y todos empezaron a degustar la comida. No dijeron nada más, pues estaban sumergidos en cada una de sus mentes, problemas y decisiones que debían llevar a cabo. 

 

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Inercia © (Bilogía Inercia: Libro 1) [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora