19. Malísima idea.

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«No lo arruines», pensó preocupada.

Pero era imposible.

La boca que la besaba con tanta delicadeza la desarmaba por completo. Era la primera vez que la besaban de esa manera, con una mezcla de ternura y deseo que la hacía sentir vulnerable y poderosa a la vez.

Se aferraba a la sensación como si fuera un sueño del que no quería despertar, mientras Adriano, seguro y paciente, se inclinaba hacia ella, acortando cualquier distancia.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la mano que descansaba en su cintura se deslizó bajo la remera. Los dedos, un poco fríos al principio, despertaron cada fibra de su piel. Su respiración se aceleró al mismo ritmo que los latidos de su corazón, y un leve jadeo se escapó de sus labios.

El roce llegó hasta el sujetador de encaje que había elegido con cuidado, como si en el fondo hubiera esperado que este momento llegara. Y aunque había fantaseado con algo así, jamás imaginó que sería tan inesperado, tan real, tan vertiginoso.

El beso se volvió más profundo, más hambriento. Adriano avanzó con cautela, como tanteando el terreno, pero cuando sintió su aceptación, una sonrisa satisfecha curvó sus labios.

Se aventuró más allá, deslizando el pulgar bajo la copa del sostén, provocando que un hormigueo cálido se extendiera desde el centro de su cuerpo hasta el último rincón de su ser.

Loreley se separó ligeramente, incapaz de contener el gemido que escapó de su garganta.

El sonido fue como una chispa para Adriano, quien, sin poder evitarlo, sintió que la excitación se apoderaba completamente de él. Pero a pesar de todo, se detuvo, observándola con cuidado.

—¿Estás bien? —preguntó, inseguro de si debía seguir.

Ella asintió, pero no pudo evitar disculparse:

—Lo siento...

Adriano negó con la cabeza, su voz teñida de dulzura.

—No te disculpes. No tenemos por qué apresurarnos. No quiero hacerte sentir incómoda.

Loreley tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago.

—Es que... ¿y si no te gusta lo que hay bajo mi ropa?

La pregunta le salió más rápido de lo que pudo detenerla, y un rubor profundo tiñó sus mejillas.

Adriano rió suavemente, una risa que no tenía burla, sino ternura.

—¿Estás loca? —le acarició la mejilla con el dorso de los dedos—. Te he visto muchas veces en traje de baño, y... espera, ¿por qué estamos hablando de esto? —frunció el ceño, y luego, como si encontrara las palabras correctas, agregó con seriedad—: No me importa lo que hay bajo tu ropa. Lo único que quiero es que te sientas bien, que disfrutes, ¿sí?

El nudo en su estómago se deshizo un poco, pero no lo suficiente como para calmar el remolino de emociones que sentía.

—Perdón por llamarte loca. Eso no fue... muy educado.

Loreley soltó una risita nerviosa, pero antes de que pudiera responder, su voz salió más firme de lo que esperaba.

—¿Puedo tocarte?

La sorpresa en el rostro de Adriano fue evidente, pero no tuvo tiempo de responder antes de sentir la mano de Loreley rozando la marcada erección en sus pantalones. Su cuerpo se tensó por un instante, pero cuando la vio mirarlo con una mezcla de curiosidad, deseo y travesura, sintió que su corazón se detuvo para luego latir más rápido que nunca.

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⏰ Última actualización: Jan 21 ⏰

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