Aquella tarde, el bosque parecía sentirse misteriosamente más silencioso que otros días. El sol ni siquiera había salido. Estaban a mitad de invierno y la gélida brisa que corría a orillas del lago, acariciaba los oscuros cabellos de los hombres y mujeres, hasta ir más allá y cruzar la montaña.
Después de días encerrados, la manada se había propuesto salir de la cueva para recolectar frutos y leña para el fuego. Aunque eso solo se lo podría considerar como una excusa, cuando lo cierto, era que todos anhelaban tomar un poco de aire fresco y tal vez correr libres en sus formas animales.
De la nada, una torpe palmada cayó sobre las manos de Yoongi y una risotada le siguió al acto, flotando junto con la brisa, haciendo que el pequeño pelinegro frunciera el ceño. Miró por tercera vez en advertencia a la criatura y, bufando sonoramente, volvió a hundir sus manos en el lodo para, una vez más, intentar armar lo que sería el techo de su choza.
Sus pequeñas manitos modelaron el lodo, no tan seco ni tan húmedo, y cuando al fin le dieron una forma de plato, el niño la dejó cuidadosamente sobre los cimientos de su construcción. Una pequeña porción de su lengua se vislumbraba mientras Yoongi movía sus manos lentamente, tomándose muy en serio su trabajo.
Esta vez una rama pesada cayó sobre su casa desde el lado contrario y Yoongi hirvió de cólera antes de mirar al otro niño como si quisiera tomarlo de los pelos y hacerle comer lo que quedaba de su choza de lodo.
—¡Má! —gritó por su madre y el cachorro más grande pronto cargó al bebé para huir de su hermano, ambos soltando tiernas carcajadas que hacían sonreír a los mayores que los observaban.
—Solo están jugando, Yoongi-ia —rio uno de los ancianos, tomando la rama sobre el lodo para llevarla con el resto de la leña, para el fuego de esa noche —. Deberías aprovechar y estirar las piernas con ellos, hoy que no hay ventisca.
El pequeño pelinegro permaneció en silencio sin protestar. Su madre le había enseñado que nunca debía contradecir a los mayores, por más que éstos lo incitaran a jugar con las bestias que tenía por hermanos. Cuando el hombre se le quedó viendo, esperando por una respuesta, el niño de oscuros cabellos simplemente asintió y se levantó del suelo, sacudiendo sus prendas manchadas de tierra.
Claramente no pensaba buscar a sus hermanos, solo iría con su madre a ver si podía ayudarla a alimentar al rebaño de ovejas y con su padre para observarlo explorar con los demás protectores. Claro, desde lejos.
Mientras caminaba por el sendero dibujado por su manada, una vez más, la brisa lo invitó a observar el cielo gris. Su pequeña nariz de botón se movió por sí sola, sintiendo un olor particular que los lobos conocían muy bien. Ahora entendía por qué todos habían salido aquel día por provisiones. Una nueva tormenta se avecinaba, y eso significaba que tal vez no podrían ver la luz del día incluso hasta después de una semana.
La piel del niño se estremeció cuando, de nuevo, la brisa bailó a su alrededor. De la nada, las ramas de los árboles parecieron congelarse, junto con el tiempo, y su lobo lo obligó a detenerse, sintiéndose considerablemente amenazado. Sus ojitos azules brillaron en ese momento y su instinto lo instó a observar bien todo a su alrededor. Sin embargo, sus enemigos fueron mucho más rápidos esta vez, siéndole imposible esquivarlos cuando estos saltaron sobre él.
—¡Atrapado! —gritó su hermano menor, saltando sobre él. En ese mismo segundo, el pecho de Yoongi golpeó contra el suelo y de los arbustos, salió otro cachorro que gateó hasta ellos para aferrarse a una de las piernitas del mayor de los tres.
—¡Ata tata! —imitó también el bebé de año y medio, y con el pelinegro de cuatro años, se carcajearon mientras Yoongi se removía y gruñía debajo de ellos.
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El perro guardián del rey [YoonMin]
FanfictionPark Jimin no solo era el soberano más hermoso que había pisado la faz de la Tierra en sus veintiséis años de vida, sino también el más despiadado. Su reinado era único y sin igual, su pueblo lo aclamaba tanto como le temían. El rey siempre era just...