Volví a casa luego de un rato charlando con él, resulta que era un hombre bastante inteligente, de esos que hablan y te quedas embobada escuchándolos.
Me tiré sobre mi cama riendo como una quinceañera tonta, me había sentido bien estando con él, pero era momento de volver a la realidad.
A la mañana siguiente fue lo mismo de siempre, solo que esta vez estaba un poco más emocionada de llegar a la escuela, ahora tenía un amigo, y era algo nuevo para mí.
Las clases se me hacían aburridas, al contrario de lo que todo el mundo en este salón piensa, soy bastante inteligente, pero seamos sinceros, por más que estudie y aunque tenga notas excelentes jamás seré nadie importante, ¿por qué? Porque no tengo una familia que me respalde, o mucho dinero, o siquiera un buen apellido, solo soy una chica más.
Al terminar las clases me encontré a Sergio en la salida.
- ¿Vas a trabajar?- asentí- ¿Qué te parece si después te llevo a cenar a un buen restaurante que conozco?
Casi me atraganto con mi propia saliva al escuchar eso, luego recordé que somos amigos y mi nerviosismo disminuyó.
- No quiero ser una molestia, los restaurantes son caros y si voy con usted no podría pagar ni la entrada.
Él rió despacio.
- No tendrías que pagar nada porque te estoy invitando, además soy escritor ¿recuerdas? Ganó suficiente como para invitar a mi amiga de vez en cuando a cenar- sonrió y sin poder evitarlo yo también lo hice.
- Vale, puede recogerme en casa.
- Con gusto, nos vemos.
Esa tarde en el trabajo no pude concentrarme del todo, no paraba de pensar en él.
Sergio Martínez, pues claro que lo conocía, había leído sus libros, preciosas novelas de romance.
"El escritor fantasma", lo llamaban algunos, ya que no se conocía nada de su vida personal, jamás daba entrevistas y no le gustaba ser visto como una celebridad.
Un chico que apareció de la nada y en 5 años amasó un ejército de fans por todo el mundo, un escritor de renombre, un hombre intelectual y ahora, era amigo de la chica que trabaja limpiando mesas en un lugar como este.
Llegué a casa y la abuela se preparaba para dormir.
- Que bueno que me dio tiempo verte despierta- la abracé por la espalda.
- Hannah qué susto me has dado- reí por la reacción de la abuela, pero luego me quedé en silencio, sin creer lo que había dicho.
- ¿Cómo me llamaste?
- Hannah, ese es tu nombre- repitió inocente y lágrimas querían salir de mis ojos.
- ¿Sabes quién soy?- le pregunté a punto de estallar en llanto.
- Por supuesto que se quién eres, ¿Qué pregunta es esa? Eres mi nieta te cuido desde que eras un renacuajo.
No pude contenerlo más y comencé a llorar mientras la abrazaba.
Para algunas personas la felicidad es comprarse un auto de lujo, ser famosos, o realizar sus sueños, para mí la felicidad era esto, llegar a casa y que la persona que más quiero, pueda recordar mi nombre.
- ¿Hannah qué tienes? ¿Por qué lloras?- me preguntó asustada.
- Nada, es solo que te quiero mucho- limpié mis lágrimas con mi mano y sonreí- ¿te molesta si voy a cenar con un amigo ahora?
- ¿Con un amigo?- repitió con cierto tono de picardía- claro que no, tú eres joven y linda, ve a cenar con quieras, no te preocupes por mí.
- ¿Segura que no necesitarás nada?