prólogo

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Aquella primera vez que nos vimos supe que ese mismo chico de sonrisa tierna y ojos divertidos iba a ser el mismo que me tendría pensado toda la noche en su lado escondido de su cara, en aquella sonrisa pervertida que no sacaba a relucir casi nunca pero que estaba escondida detrás de aquella ternura y esos ojos brillantes que no hacían más que atraerme a la luz como un mosquito, lista para morir en sus brazos.

Mucho menos llegué a pensar tanto tiempo en unos labios como tantas veces esos se habían pasado por mi cabeza, imaginando lo inimaginable y haciéndome delirar en aquella oscura habitación, sola y sin compañía.

Lo nuestro, a pesar de no tener un nombre por el cual catalogarlo, era algo que nos llenaba a ambos aún cuando sabíamos que tenía fecha de caducidad y que tarde o temprano cada quien debía volver a la realidad en la que vivía, saliendo de la ensoñación que nos habíamos montado para recibir la dosis de realidad que nos correspondía. Mas esa situación no era impedimento para disfrutarlo mientras durara y si era posible que no acabara jamás, aunque solo fuese unos pocos días o unos meses los que nos viéramos, pero había que disfrutarlo como si no fuese a acabar nunca.

Porque ambos deseábamos, muy en el fondo de nosotros, que no llegara el final de todo.

Tampoco se me pasó por la cabeza que aquel lugar que tanto aborrecía por mi pasado llegase a gustarme tanto después de conocerlo a él y a todas las maravillosas personas con las que había compartido. Me mostró que tal vez todo no estaba perdido en esa parte del mundo, que siempre podía volver ahí para alejarme de todo, que podía volver por él.

Y es que algo había en su sistema que me hacía no querer irme jamás de esa casa, en su manera de ser, en su forma de mirarme cuando nadie más estaba prestándonos atención, en los gestos tan tiernos que solía hacer sin darse cuenta y en sus sonrisas tan dulces como la miel y a la vez tan condenadamente deseosas. Pero sobre todo en sus labios; su boca rosada que me hacía no querer dejar de besarle jamás, con esa calidez que tanto lo caracterizaba y el dulce sabor que me incitaba a quedarme siempre ahí, volviéndome loca cada vez que podía probarla.

Era tan atractiva y a la vez tan viciosa como la mejor de las drogas, elevándome y dejándome caer en cuestión de segundos.

— Vas a irte cuando Hana lo haga... —murmuró sobre mis labios apretándome más a su pecho, afirmando lo obvio— ¿Por qué lo harás? Quédate aquí conmigo, Hee.

— Tengo una vida allá, ángel. —Respondí en tono bajo, el pecho apretado por tener que hablar sobres eso— Lo sabías cuando me besaste por primera vez, sabias que tenía que irme en algún momento.

Me miro a los ojos atentamente, analizándome como solía hacer la mayoría de las veces.

— Pero yo estoy aquí, ¿Vas a dejarme? —Preguntó fijando su mirada en mis labios— ¿Te irás como si nada luego de todo?

Finalmente sus labios se acoplaron a los míos en un beso lento, algo ansioso después de las palabras que compartimos y sobre todo lleno de desesperación. Un beso que gritaba por todos lados que no me fuera y le dejara en aquel sitio solo, quizás aquí iba a encontrar todo lo que me hacía falta, con lo que me sentía cómoda o que tal vez era él todo lo que necesitaba en ésta vida.

— Si sigues besándome de esa manera no podré irme jamás. —Sonreí acariciando su cabello cuando se separó de mi— Me cuesta irme y dejarte aquí.

—Entonces no dejaré de besarte jamás

𝐌𝐎𝐔𝐓𝐇. ━ Jeonghan. (𝗖𝗮𝗻𝗰𝗲𝗹𝗮𝗱𝗮)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora