Capítulo 5

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Aquella mañana me levanté tarde. 

No había escuchado sonar el despertador y me maldije todo el camino rumbo a la escuela. Estaba completamente furioso por ser tan descuidado. No volvería a pasar toda la tarde en casa de Emilio; la universidad era importante para mí y no iba a descuidarla. 

Al llegar a la escuela, era tan tarde que el profesor de Química no me dejó entrar al salón. Otro motivo para ponerme furioso, había pasado casi toda la noche terminando el proyecto y no iba a poder entregarlo por haberme quedado dormido.  

Me desplomé en el suelo y apoyé la cabeza entre mis manos mientras intentaba relajarme. 

—¿Qué haces aquí, bobo? —aquella voz tan familiar me hizo levantar la cabeza.  

Mi mejor amiga, Azul se encontraba de pie a mi lado con una sonrisa burlona en el rostro. 

—Smith no me dejó entrar —dije haciendo una mueca de fastidio. 

Ella negó con la cabeza.   —Tienes suerte de que tenga hora libre. ¿Vamos a desayunar? —dijo. 

Miré mi reloj y comprobé que aún era temprano. Me levanté y caminamos hasta la cafetería del campus. 

Después de pedir un generoso desayuno, nos sentamos en una pequeña mesa a comer y charlar.  

Azul no paraba de hablar del chico al que había conocido el fin de semana: Diego Valdés. Al parecer la había invitado a salir el próximo fin de semana y no paraba de hablar de él. 

—¡Es tan lindo! —dijo dándole un sorbo a su café. Yo sonreí. —, me dijeron que solía ser un patán de primera pero que después del accidente que tuvo con sus amigos, cambió. 

—¿Tuvo un accidente? —dije intentando meterme en aquella conversación con mi amiga. Me encontraba completamente absorto en mis pensamientos. 

—Sí. Automovilístico. Iba con sus amigos y, a lo que escuché, falleció uno de ellos y otro quedó ciego. —dijo Azul con pesar. 

Sentí un extraño escalofrío recorrerme el cuerpo —¿Q-Qué? —tartamudeé. 

—Sí, bueno... El chico que murió se llamaba Adrián Pribe y el que quedó invidente Emilio Osorio.  

Sentí que el estómago se me revolvió en ése instante. 

—¿E-Emilio?, ¿Emilio qué? —dije intentando calmar el temblor de mis manos. 

—Osorio —repitió — ¿Por qué? 

Negué con la cabeza enérgicamente. No podía ser el mismo Emilio, ¿O sí?, el apellido de Niurka era "Marcos". Tenía que ser otro Emilio pero, ¿Cuántas posibilidades había de que fuera alguien diferente? 

—Por nada. —murmuré. 

Aquella tarde, al terminar las clases, me dirigí a casa. No podía dejar de pensar en lo que me había contado Azul. Quizás sería bueno preguntarle a Emilio que había pasado aquel día de su accidente. No sabía que tan seguro a contarme podría estar, pero tenía que intentarlo. 

Me metí a la ducha y al salir me puse mi perfume favorito. Ése que solo utilizaba cuando salía a fiestas importantes.  Me vestí con mis jeans favoritos y un suéter holgado.  Cepillé mi cabello intentando domarlo sin éxito y me puse bálsamo labial. 

Salí de mi casa y tomé el autobús rumbo a casa de Emilio.  Al llegar, toqué la puerta y me recibió Niurka. Su expresión era angustiada y fruncí el ceño intentando averiguar qué había pasado. 

—¡Joaquín! —dijo preocupada. 

—Hola, ¿Qué sucede?, ¿Está todo en orden? —dije mirándola con cautela. 

Niurka se frotó la cara con angustia. —Moví el banquito. Fue un accidente y... —ahogó un sollozo. Yo ya podía imaginar lo que venía a continuación —, cayó. Sangró de la nariz, y yo...  

No pudo continuar.  

Subí las escaleras rápidamente sin poder esperar a que terminara de contarme algo que no quería escuchar de su boca, sino de la de él. Moví el pomo de la puerta intentando abrirla. Estaba cerrada con llave. 

Toqué la puerta con brusquedad pero nadie me abrió. 

—Emilio, ábreme —dije comenzando a sentirme más ansioso de lo que ya me sentía. 

—¡LÁRGATE DE AQUÍ! —gritó, con furia desde el interior de la habitación. Yo di un respingo al escucharlo hablar así.   No se parecía en nada al Emilio que había estado conmigo la tarde anterior. 

—No me voy a ir, ábreme —dije, intentando sonar tranquilo. 

—¡¿QUÉ NO ENTIENDES QUE QUIERO QUE TE LARGUES DE AQUÍ?!, ¡YA PROBASTE TU PUNTO!, ¡SOY UN MALDITO INÚTIL, AHORA LÁRGATE AL DEMONIO DE AQUÍ!  

Mi corazón comenzó a latir fuertemente dentro de mi pecho.  

Niurka estaba a mi lado y la miré.  

—¿Tienes llave de ésta habitación? —pregunté. 

Ella me miró dudosa pero me entregó un llavero. —Es la única plateada. —indicó. 

Tomé la pequeña llave plateada y la introduje en la abertura. El cerrojo dio de sí.  Cuando abrí la puerta, tuve que volver a cerrarla porque un zapato salió disparado en mi dirección. El golpe sordo de la madera de la puerta me hizo dar un salto y chillé. Si no hubiera reaccionado tan rápido, me habría golpeado en la cara. 

—¿¡Qué demonios está mal contigo?! —chillé con la voz una octava más arriba de lo normal. 

Nadie me respondió. 

—¡Lánzame lo que quieras, no voy a irme! —solté de pronto enfurecido. 

Entré a la habitación y otro zapato voló en mi dirección. Yo me agaché justo a tiempo para esquivarlo. 

—¡Deja de actuar como si tuvieras cinco años! —chillé en su dirección. 

—¡Nadie te pidió que entraras!, ¡Lárgate de una maldita vez! —me espetó enfurecido. 

—¡ERES UN IMBÉCIL! —le grité encolerizado. 

El silencio invadió la habitación. Mi pecho subía y bajaba al ritmo de mi pesada respiración. Estaba furioso. Completa y absolutamente furioso. 

—Le dijiste imbécil a un ciego —siseó él. Como si la culpa pudiera hacer que me retractara de haberlo dicho. 

Me reí amargamente y solté—: Le dije imbécil a un imbécil. 

Pude ver como su cuerpo se tensaba con la rabia que sentía.  Pero no me importaba. Yo sólo intentaba ayudarlo y él se comportaba como si yo fuera el culpable de todos sus problemas. 

—Lárgate. —soltó con voz grave y amenazante. 

—Quiero que sepas que si me voy, no voy a volver nunca. —dije, intentando tranquilizarme. 

—Nadie te ha pedido que vengas, en primer lugar. —me dijo con amargura. 

—No va a haber nadie en ésta ciudad que esté dispuesto a ayudarte si tú no cambias tu actitud—comencé —. Deja de comportarte como una víctima porque no lo eres. Mejor dale gracias a la vida porque estás vivo, no como Adrián Pribe.  

—¿Q-Qué dijiste? —tartamudeó.  

En ése momento comprendí lo que acababa de hacer y me quedé completamente mudo; mirándolo.  

—¿D-Dónde supiste lo de Roy? —dijo con la voz entrecortada. Yo no pude responder. 

Si pudiera haberme fulminado con la mirada, lo habría hecho. Estaba seguro.  

Tenía el rostro completamente desencajado y, a pesar de tener la mirada fija en la nada, podía notar el coraje en sus ojos. 

—¡Maldita sea, Joaquín, responde! —me espetó

Aunque no pueda verte |#1| Emiliaco (adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora