Capítulo 9

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—¿Emilio, eres tú? —dijo la voz.  

Me volví y encaré a un chico increíblemente atractivo de cabello y ojos castaños.  

Emilio se volvió lentamente y pude ver la expresión de lástima en el rostro del castaño. 

—¿Diego? —inquirió Azul con el ceño fruncido. —, ¿Se conocen?  

Emilio se puso de pie de golpe e intentó abrirse paso entre las mesas para alejarse. 

—Emilio... —dije intentando detenerlo. 

Un mesero llevaba una bandeja con platos y tazas vacías. Emilio tropezó con una silla y fue a dar justo donde el mesero se encontraba cayendo al suelo estruendosamente. 

El sonido de los platos y las tazas quebrándose hizo que todos en el lugar guardaran silencio.

Corrí para ayudarlo y en cuanto se puso de pie, salió precipitadamente del lugar.  

—¡Emilio! —grité mientras me volvía a la mesa y tomaba mi chaqueta y la de Emilio junto con mi cartera para salir corriendo tras él. 

Cuando llegué a la calle, miré hacia a todos lados intentando encontrarlo.  

—¡Emilio! —grité a la nada. 

Mi corazón latía frenético dentro de mi pecho, las manos me sudaban y mi respiración era pesada. Estaba aterrado y nervioso. ¿Dónde diablos estaba?  

Pude mirar una figura caminando por la calle y no tardé absolutamente nada en saber de quién se trataba.  

—¡EMILIO! —grité. 

Comencé a correr. El frío de la noche calaba mis huesos y quemaba mis pulmones con cada respiración que daba. Me maldije mentalmente por no llevar la chaqueta puesta pero no iba a parar hasta alcanzarle.  

Él se detuvo en seco y yo me estampé contra su espalda fuerte. Me tambaleé por el golpe y comencé a respirar pesadamente. 

Él se volvió hacia mi con expresión furiosa y frustrada.  

—¡Quiero estar solo, maldita sea! —me espetó. 

Sus palabras no me golpearon tanto como su expresión dolorosa. Un nudo en la garganta se apoderó de mi impidiéndome hablar y los ojos se me abnegaron en lágrimas. Yo había sido la culpable de ése encuentro con su pasado. En ningún momento se me había ocurrido que quizás Azul invitaría a Diego y todo ésto pasaría, pero debía haberlo previsto.  

—Perdóname, por favor —dije con al voz entrecortada por el nudo que sentía en mi garganta. 

Emilio frunció el ceño. —¿Q-Qué? —dijo confundido. 

—Perdóname, por favor. De no ser por mi —me obligué a tragar el nudo de mi garganta para poder continuar hablando —, nada de ésto habría pasado.  

Él alzó la mano hasta alcanzar mi mejilla y paseó su pulgar por mi piel sensible. Su caricia me provocó escalofríos por todo el cuerpo.  

—No tengo nada que perdonarte. No es tu culpa —musitó con expresión triste. 

—¿Entonces, por qué me siento tan culpable? —dije sin poder evitar que lágrimas calientes salieran de mis ojos.  

La expresión de Emilio cambió a pánico total. Sus manos se posaron en mis mejillas e intentó limpiar las lágrimas que no paraban de salir de mis ojos. 

—¡Hey!, ¡Hey!, no llores, Joaco —dijo con voz ronca y dolida. —. No es tu culpa. 

Puse mis manos sobre su pecho y arrugué su camisa entre mis puños mientras reprimía los sollozos que amenazaban por salir de mi garganta. 

Sentía todo mi cuerpo temblar por el esfuerzo de contenerme, pero era imposible no llorar. Me sentía tan culpable. Yo lo había orillado a todo ésto. 

Emilio apartó las manos de mis mejillas y, sin decir nada, me rodeó con sus brazos en un abrazo cálido. 

Mis manos se aflojaron de su camisa y, lentamente, rodeé su cintura con mis brazos. 

Pude sentir todos y cada uno de los músculos firmes de su abdomen contra mi cuerpo. Era un abrazo diferente a los que acostumbraba; cálido, tierno, firme, suave, fuerte... Definitivamente nadie me había abrazado de aquella forma. Me sentía tan seguro entre sus brazos. 

El aroma de su perfume me invadió por completo embriagándome más que nunca. Deslicé mis manos por su espalda angulosa y enganché mis manos en sus hombros aferrándolo a mi mientras las lágrimas cedían. 

Sentí las manos de Emilio deslizarse por mi espalda hasta mi cintura mientras me apartaba un poco.  

Su rostro estaba a escasos centímetros del mío. Su rostro estaba inclinado sobre el mío, de modo que nuestras narices se rozaban. 

—¿Mejor? —preguntó con voz ronca. Su aliento a menta y canela me golpeó el rostro y no pude hacer otra cosa más que mirar sus labios.  

—¿Joaco? —su voz se entrecortó. ¿Estaba tan nervioso como yo?...  

—S-Si —apenas pude tartamudear. Sin apartar mis ojos de sus mullidos y rojos labios entreabiertos.  

¿Cómo se sentiría besarlo?  

Cerró los ojos y su respiración se aceleró. Justo como la mía, y mi corazón comenzó a latir a un ritmo doloroso. Cerré los ojos y sentí su nariz rozando mi mejilla. Era tan abrumadora la forma en la que se acercaba a mi. Cualquier pensamiento racional que intentara tener en ése momento era irrelevante cuando se acercaba a mi de aquella manera. 

Sus manos se colocaron en la base de mi cuello y sentí sus labios rozar mi mandíbula.

Mi pulso, ya acelerado, comenzó a palpitar por todo mi cuerpo y el temblor de mis manos se acrecentó.  

Dejó una estela de besos desde mi mejilla hasta el punto donde mi mandíbula se unía con mi cuello y mi cuerpo respondió de tal forma que me aferré a él enredando mis manos en su cintura. 

Se apartó de mi un segundo. El tiempo suficiente como para que pudiera articular dos palabras.  

—P-Por f-favor —tartamudeé en tono de suplica. Ni siquiera yo mismo sabía que estaba pidiéndole; sólo sabía que lo necesitaba. 

Unió su frente a la mía y abrí los ojos sólo para encontrarme con su gesto de contrariedad. Sus manos se posaron a ambos lados de mi rostro uniéndonos con urgencia. Parecía tener una lucha interna con sus pensamientos.

—Tengo miedo de besarte y que desaparezcas. —murmuró en voz baja mientras cerraba los ojos con intensidad.  

En ése momento lo supe. Moría por sentir sus labios sobre los míos y me dolía. Me dolía todo el cuerpo en la espera de su beso. Jamás me había dolido tanto la espera del rose de unos labios. Cerré los ojos y esperé. 

Sus labios rozaron los míos tímidamente y se separó esperando por mi reacción; entonces, enredé mis manos en su cuello, presionando con mis dedos la base de su cuello. Tirando de él hacia mi. 

Y entonces, sucedió. Nuestros labios se unieron en un tímido beso. La calidez de sus labios era más increíble de lo que había imaginado; un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando su lengua buscó tímidamente la mía.  

Nuestro beso se profundizó a medida que nuestros labios danzaban. Todo el mundo desapareció mientras su lengua exploraba mi boca tímidamente. El sabor de su beso no sabía a nada con lo que pudiera compararle, pero era tan maravilloso que todo mi cuerpo me gritaba que debía aferrarme a él y no dejarlo ir nunca. 

Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta enredarse en mi cintura atrayéndome con fuerza hacia él. 

Un gemido en apreciación salió de su boca cuando nuestro beso se volvió más urgente.

Aunque no pueda verte |#1| Emiliaco (adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora