Capítulo Tres.

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Severus sentía que su corazón bombeaba vieneno con tantos procedimientos y papeleos quizás su cabeza explotara y no tendría que aguantar las preguntas incómodas de las señoras de Servicios Sociales. ¿Eran solo los muggles porque no podían comprobar la verdad con unas gotitas de una poción bien hecha? Lo entendía, no podían dejar a un niño que había sido dañado de tal forma por su propia familia en un lugar desconocido sin comprobar todos los aspectos de su vida, pero era una gran y maloliente… ¡caca! (estaba intentando contener su lengua de usar insultos malsonantes por su exposición frecuente a un infante que lo miraba con los ojitos brillando como estrellas de un color verde esperanza). Cada cuatro días, más o menos, venía un Muggle de los Servicios Sociales para asegurarse de que fue a un hogar adecuado para un niño. Al menos ahora no debía rellenar esos interminables formularios para que un tonto médico Muggle me diga que no está loco.

También estaba el hecho de que el fin del año escolar se acercaba a pasos agigantados y, aunque estaba feliz de librarse de mocosos hormonales, era otro motivo para que le salgan canas. Debía asegurarse de que esos orangutanes pasaran los exámenes, sobretodo los desagradecidos de quinto y séptimo año. ¿Creían acaso que él quería mandarles tantos ensayos y prácticas? ¡Lo hacía por su bien! ¡Para que tengan sus TIMOs y EXTASIS! Ellos sólo debían hacer una redacción coherente cada semana, él debía corregir entre sesenta y ochenta cada semana, se pasaba algunas noches sin dormir corrigiendo para que noten sus errores y aún los oía quejarse entre clases. Le gustaría saber cómo esperaban aprobar su TIMO de Pociones si aún no diferenciaba la Belladona del Acónito, los examinadores del Ministerio no tomarían en cuenta las cosas que había puesto bien, sólo verían la descripción del ingredientes y descontarían la pregunta entera.

Y Albus Dumbledore... Oh, Merlín, ese señor cada día estaba más senil, pidiéndole que fuese más amable con los estudiantes. “Vamos a convertir a Severus Snape en otro Horace Slughorn”, pensó el Maestro con la nariz arrugada mientras preparaba el aula para la siguiente hora, “Una vieja morsa que tiene el récord de calderos explotados en sus clases”. Porque eso es lo único que pasa cuando en una materia tan compleja como Pociones se deja que los niños hagan lo que quieran, se distraían con cualquier cosa y se equivocaban con más frecuencia. Por supuesto que a Severus le encantaba ser el Murciélago de las Mazmorras, el profesor más despreciado, que le gastasen más bromas, recibir odio y burlas sólo por no dejar que su arrogancia les mate.

Se dejó caer en la silla tras su escritorio, mirando las paredes de piedra, los estantes llenos de ingredientes repulsivos y las ilustraciones de efectos desagradables que obtenían los filtros mal hechos, sintió el frío que se colaba por debajo de su túnica y el olor vomitivo que corría por todo el aula. No tenía opción, las clases de Pociones se hacían en un lugar tan incómodo como las Mazmorras porque los fundadores sabían que sólo allí habría la suficiente seguridad para que jóvenes mágicos explorasen los encantos de los calderos sin que el castillo se hiciera pedazos por las explosiones, los ingredientes no se estropearían y, por sobretodo, la situación climática no afectaría de forma negativa sus obras.

A veces deseaba dejar ir su sueño de inspirar a nuevos magos y brujas hacia la Maestría de Pociones y vivir solo de los ingresos que le otorgaba la venta de sus creaciones. Sabía que no habría ningún cambio en su estilo de vida, incluso añadiendo los costos que llegarían con Potter bajo su cuidado, pero no quería que los niños mágicos que asistían a Hogwarts no tuviesen un profesor de Pociones adecuado, era consciente de que no muchos Maestros de Pociones estaban dispuestos a dejar su cómoda vida para estresarse rodeado de alcornoques. Ya tenían suficiente con la situación hilarante de los Profesores de Defensa Contra Las Artes Oscuras, los cuales a veces no duraban un año completo.

Oyó voces jóvenes detrás de la puerta cerrada, suspiró y se levantó, colocándose correctamente la túnica. Hora del espectáculo, con Hufflepuff temblorosos y Gryffindors de lengua alargada como público.

Ojitos de Ciervo » severitus. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora