Capítulo Ocho

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Antes de que leas, cielo, ten en cuenta de que habrá un salto en el tiempo hasta que Harry entra en Hogwarts porque no sucede nada relevante (salvo la liberación de Sirius de Azkaban y un par de reuniones incómodas entre Remus y Severus, pero se explicarán si llegasen a ser importantes) y pos- ¡disfruta!

El primero de septiembre del 1991 fue el peor y mejor día de la vida de Harry desde que fue sacado de las garras de los Dursley.

Las cosas habían empezado a torcerse desde muy temprano, cerca de las cuatro de la mañana, Harry despertó sin motivo aparente y fue incapaz de conciliar el sueño, dio vuelta tras vuelta sobre sus sábanas. Se sentía como aquella vez que se equivocó de taza y en lugar de tomar su chocolate caliente, bebió del café negro y sin azúcar de su tutor, Severus Snape. Recordaba aún los brincos que daba alrededor de la casa perseguido por los elfos domésticos de los Malfoy, no consiguieron atraparlo hasta que llegó al techo de la lechucería de la mansión.

Pero este desvelo era diferente, estaba cansado y bostezando cada dos segundos, con sus pensamientos volando más rápido que el buscador de los Falmouth Falcons, Noah Hawley. Y por mucho que Harry intentase mentirse así mismo, era consciente de que no eran simples nervios, él estaba aterrado.

Los últimos cuatro, casi cinco años, había visto como el mundo mágico reaccionaba a él debido a su absurda fama, no quería tener que huir por los pasillos cambiantes de admiradoras locas como los famosos de las películas muggles. Se le retorcía el estómago al pensarlo, podría acabar en lugares horribles, con tantas escaleras movedizas, pasadizos secretos y puertas engañosas, Harry nunca podía encontrar la habitación en la casa de su amigo Draco solo, no podía ni imaginarse cómo acabaría la cosa en un castillo mágico (los magos siempre complicaban las cosas más de lo que deberían, nada más había que mirar la forma en la que pasabas de una moneda a otra) del siglo diez tan grande como Mónaco.

También estaba el asunto de las casa, el ochenta por ciento d ellas personas con las que convivía eran de la casa de Salazar Slytherin, su único amigo quería ir allí más que nada y a Harry le gustaría poder decir que vestiría de verde y plateado también, pero él no era ambicioso y no era particularmente astuto, sabía que allí los comentarios mordacez se lanzaban como entretenimiento, su ironía era básica y carente del veneno suficiente. Sus padres habían estado en Gryffindor, al igual que su padrino y tío honorario, ellos le habían contado las aventuras infinitas de los Merodeadores y las largas veladas planificando bromas, sonaba emocionante y aún así Harry no podía imaginarse corriendo a altas horas de la noche para esquivar al malvado squib y su gata, no se sentía valiente ni audaz. Ravenclaw... Harry temía a los sucesores de Rowena, tanto ingenio e inteligencia le intimidaban, ¿podría siquiera mantener su ritmo o lo echarían a la semana por no encajar con los niños listos? Mientras tanto, la madriguera del tejón no era algo que le llamase la atención, después de todo, eran las sombras silenciosas olvidadas que corrían de un lado para el otro llenos de energía. Y eran los que más temían al profesor Snape, no quería aguantar por cosas desagradables sobre el hombre que salvó su vida.

Harry dió una vuelta más en la cama, sus ojos fijos en los pósters de su equipo de Quidditch favorito, oh, también se perdería más de la mitad de la temporada de Quidditch, teniendo como único consuelo los seis partidos de los principiantes que jugaban en Hogwarts. ¡Y no podría volar sin supervision durante un año entero! ¡Como si tuviera dos años!

Estaría lejos de Tom y sus siseos divertidos, experimentos locos y largas tardes relatándole como sería el mundo mágico cuando llegase al poder. Tampoco tendría a su recién descubierto padrino, Sirius y su tío honorario, Remus, no sería testigo de sus batallas de bromas en las que podrían acabar con el cabello rosa o un cuerno de unicornio en la frente. Y las clases de violín con Regulus, las extrañaría más que a nada, la razón por las que Hogwarts carecía de extraescolares más allá del Quidditch o el Club de Gobstones y el de Encantamientos. ¿No entendían la necesidad de los estudiantes de sacarse de la cabeza durante un par de horas las lecciones de historia o los movimientos de varita? Es aún más necesario en un intarnado como aquel.

Y allí estaría Albus Dumbledore, el prepotente director que creía que su palabra tenía peso sobre cómo era criado cuando al ser él su Guardián Mágico años atrás no movió un dedo siquiera para visitarlo.

Ahora, también sabía que los próximos siete años serían los mejores de su vida, descubriéndose a sí mismo durante su adolescencia rodeado de un montón de iguales a la par que aprende sobre el maravilloso mundo secreto del que era parte. Le habían contado como disfrutaría las comidas en el Gran Comedor con el techo encantado, las vistas del lago negro lleno de criaturas que salían a tomar el sol de vez en cuando, la belleza del arte que decoraban todo el castillo y perderse en su propia investigación por la interminable biblioteca o por los propios pasillos, dibujando su propio mapa.

Le contaron como se enamoraría de las clases y cogería cariño a los profesores, de cómo haría amigos en su sala común y experimentaría cambios increíbles que ni siquiera podrían describir.

Pero su emoción no podía ganarle a los nervios y seguían peleando en su interior, haciendo que las ganas de vomitar llegasen.

Quizas era hora de pedir ayuda a su tutor.

***

Draco Malfoy no tenía muchos amigos, por lo que podía contarlos con los dedos de una mano y le sobrarían dedos, uno de ellos era Theodore, Theo, Nott.

Theo era divertido, porque hablaba casi tanto como el propio Draco, nunca había silencios incómodos porque podían hablar hasta de las arrugas de sus elfos domésticos y acabarían en el suelo riendo.

— ¡Draco! — el rubio parpadeó alejando sus pensamientos al oír el grito agudo y sonrió a Harry, su otro amigo — ¡Espérame mientras recojo a Hedwig!

Harry era todo lo contrario a Theo, él no hablaba demasiado, a veces había que obligarlo a decir las cosas que quería, pero era bueno escuchando y Draco sabía que aunque parecía que no le gustaba, Harry siempre estaría ahí para él, aunque sea para asentir le mientras se queja de que no le compraron la Nimbus 2000 que quería.

Miró a su derecha, la hija de los Parkinson seguía mirándolo con los ojos brillantes como si fuese su próxima muñeca, a la izquierda estaban Goyle y Crabbe comiendo como cerdos con las túnicas manchadas y, a lo lejos, estaba Zabini cuchicheando con su madre como dos viejas brujas. Ellos cuatro eran de las familias con las que debía crear lazos, de los pocos tradicionalistas del Wizengamot, Draco estaba muy feliz de haber conocido a sus dos amigos al compararlos con aquellos. Harry y Theo al menos conocían al verdadero Draco, no al heredero Malfoy y su dinero.

Draco disfrutaría de ese pequeño respiro porque sabía que tan pronto como el Sombrero Seleccionador se pusiera sobre sus cabezas, podrían ser brutalmente separados.

El profesor Snape está enojado conmigo por no escribir las cosas que él quiere, así que se sentó sobre mi hombro hasta que escribí algo “Desastroso, pero no Troll”.

Lindo día. ♡

Ojitos de Ciervo » severitus. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora