Severus Snape adoraba pensar cosas que no podía arreglar y frustrarse, porque si no, no podía entender por qué se exponía a esos quebraderos de cabeza, pero la Navidad le ponía… reflexivo.
Siempre consideró la Navidad como una pérdida de tiempo, debido principalmente a que era una festividad que solo los niños tenían el privilegio de disfrutar. Y él nunca tuvo el tiempo para ser niño, siempre se había sentido como un alma vieja atrapada en un cuerpo demasiado joven.
Los niños veían con ilusión los escaparates, sus ojos más brillantes que cualquier estrella, cantaban villancicos con voces chillonas e insoportables y esperaban que un Dumbledore gordo vestido de fieltro rojo y algodón blanco les llenaba de regalos si se habían portado bien o carbón si fueron (aunque parecía que ese hombre obeso sólo pensaba en las últimas semanas antes del veinticinco). Era alegría infantil de quienes no se daban cuenta del mal del mundo, de quienes no habían visto la cara horrible de la sociedad, la felicidad está en su ignorancia.
Pero los magos y brujas adultos que proclamaban amar dicha fiesta eran la definición de la hipocresía. Celebrando el nacimiento del Salvador, decían, podría ser el hijo de Dios, pero los que practicaban la hechicería eran simpatizantes del demonio, según los representantes de la iglesia desde siempre, sentenciando a montones de personas mágicas a torturas inimaginables sólo por nacer con un don especial. También estaban las reuniones, la familia era algo que Severus no entendía correctamente, ¿cómo podían pasar todo el año sin siquiera pensar en aquel primo y hablar en Navidad como si vivieran juntos? Se suponía que se amaban, por eso se reunían, ¿el amor significaba olvidar al amado y solo mandar un frívolo obsequio en las fiestas?
Snape había amado solo a una persona en su vida, fue Lily e incluso pasar un par de días sin ella había resultado doloroso, no se imaginaba en los zapatos de aquellas personas.
Por eso, cuando se levantó la mañana de Navidad extrañando a un niño emocionado sobre su cama se sintió desconcertado. Entendía que Harry no era exactamente un niño ordinario, se le habían negado placeres como abrir verdaderos regalos en las fiestas o tomar tortitas con sirope de chocolate, había escuchado del Sanador Mental de Harry que sería lento y difícil conseguir que depositara su confianza en un adulto.
—Él nunca tuvo un verdadero adulto de su lado, así que deberían hacer que se junte con más niños e inviten a sus padres, cuando reconozca cómo son las relaciones sanas adulto-niño, depositará poco a poco confianza en ustedes — había dicho el rubio, haciendo anotaciones en un portafolio —. Asumo que me considera una figura… intermedia, si no me comportó como un adulto, pero tampoco me veo como un niño, se confunde e intenta, de una manera adorable e infantil, analizarme.
Y Severus lo sabía, lo entendía, porque había pasado por cosas similares, llegando a ignorar completamente la existencia de su Jefe de Casa - su supuesto punto de apoyo dentro de las paredes de Hogwarts -, no recordaba tener ninguna conversación con él fuera del Slug Club o las charlas sobre su futuro en quinto y séptimo año. Pero Severus no quería aceptarlo.
No quería que lo único que quedaba de su Lily fuese un niño roto a manos de su hermana muggle, no sabía cómo tratar con él. Un día se comportaba como alguien acorde a su edad y al siguiente como un niño de menos de un año.
Porque aunque se admitía a sí mismo, y a nadie más, que tenía cariño por el pequeño Potter, le hubiese gustado que fuera de otra forma. Quería risas y bromas, rabietas o incluso un James Potter engreído en miniatura. Sin embargo tenía a Harry.
Harry había creado murallas a su alrededor, pintadas con la actitud que consideraba que era la de un niño, pero era forzado y olvidaba constantemente que llevaba su disfraz. Tenía un toque histérico en su risa, como si esperase que le tiraran a un armario oscuro otra vez, se quedaba mirando más de una vez la comida como pensando que no era segura y los miraba con miedo cuando se sentaban con él con la intención de enseñarle a escribir. Pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, solo forzaba su sonrisa y construía su máscara.
Era frustrante.
Así que viendo que no tendría un niño chillando para que abriesen los regalos – cosa que agradecía y odiaba al mismo tiempo – se levantó para encerrarse en el baño y revolcarse en su pena unos cuantos minutos más. Antes de tener que ocultar su preocupación por un niño que no sabía cómo actúan los niños.***
Harry sólo arqueó ambas cejas al ver la pila de regalos que el Señor Snape le había dicho que eran para él, no eran tantos como los que recibía Dudley año tras año, pero era más que la percha rota y los dos peniques que le dieron el año pasado. Tomó con mucho cuidado el que estaba más cerca de él, mirando de reojo al adulto que estaba en la habitación. Severus leía el periódico, no parecía tener ganas de arrancarle el paquete de las manos porque se atrevió a abrir primero un regalo.
La caja era más grande que sus dos manos juntas, forrada en suave papel azul con pelotitas doradas con alas que se movían alrededor del lazo plateado. No quería romper el papel bonito, por lo que fue más lento de lo que tenía planeado. Dentro había un libro lleno de los dibujos más alocados de animales que había visto en su vida, pasó los dedos por las letras doradas.
— ¿Qué pone? — las palabras se escaparon de sus labios sin que se diese cuenta, uno de sus pequeños dedos siguiendo el trazo de una d la única consonante que podía reconocer.
— Es una edición especial de “Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos” — Severus dejó el periódico a un lado y se sentó junto a él, su voz entonaba casa palabras deslizando sus propios dedos por las letras –. Mientras coloreas los dibujos, el libro te lee sus características y cuando terminas, el dibujo pierde sus colores para que puedas hacerlo de nuevo.
Harry dejó escapar un wow, y abrió la siguiente caja, más pequeña pero con el mismo papel. Tenía una caja de ceras de colores, al menos había trescientos colores diferentes.
— Son un regalo de los padres de Draco.
El anuncio congeló a Harry un instante mientras pensaba en la familia de rubios, era una familia tan extraña… Sacudió la cabeza y abrió el siguiente regalo.
Papel verde salpicado de estrellas blancas, no tenía moño y se abrió cuando tocó la estrella más grande. Dejó escapar un resoplido sorprendido al ver la bola de nieve, dentro estaban unas miniaturas de Draco y él dando vueltas en escobas de entrenamiento mientras copos de nieve caían como bailando alrededor. Era maravilloso y pensaba ponerlo en la mesita que estaba al lado de su cama.
El cuarto regalo era el más grande, casi tan largo como uno de sus brazos, el papel era suave como la tela de color rojo oscuro sin dibujos y tuvo la sensación de que era un regalo de Regulus, el hombre que lo miraba con ojos grises y amables bajo montones de rizos incontrolables, porque era el único que usaba el color rojo de los que iban a la casa en la que vivía con el profesor Snape. ¡Era un violín! ¡Uno de verdad con madera pulida y hermosa!
— No pensé que se lo tomaría en serio — susurró Harry en un hilo de voz, había pensado que Regulus no le escuchó cuando le pidió que le enseñara a tocar.
Acarició las cuerdas casi con reverencia, él también quería hacer canciones infinitas y hermosas como el señor Black. Los otros regalos olvidados.
Quizá el Señor Black no era tan malo como había pensado cuando no respondía sus preguntas. Tal vez, los adultos de aquí, no eran tan malos.
Abrió los siguientes regalos con una sonrisa, el unicornio plateado que correteaba por la habitación del Señor de los Ojos Rojos y la pluma de lechuza de la Señora Rubia que contaba las mejores historias le gustaron.
Pero junto al violín, el regalo del Señor Snape era su favorito. ¡Era una lechuza de verdad! ¡Blanca como la nieve con ojos maravillosamente dorados! Era muy pequeña, no podía entregar cartas aún, pero era tan bonita que Harry simplemente la adoró.
Y esa tarde, cuando Draco llegó como un torbellino lleno de energía para jugar en el jardín con él y hacer muñecos de nieve, Harry sólo se rió y siguió al niño que proclamaba ser su mejor amigo a través de montículos blancos.
Había sido una Navidad muy bonita.
O eso pensó, hasta que llegó un Santa Claus enfadado vestido de púrpura y anaranjado.Dumbledore necesita lecciones de cómo combinar colores u.u
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Ojitos de Ciervo » severitus.
Fanfiction«No hay negros, blancos o grises, sólo personas y las personas fallan, mienten y vuelven a empezar.» O donde Severus Snape está muy sorprendido de ver a un pequeño Harry Potter escapar entre lágrimas de un montón de bravucones enormes. » Es un...