II. Ye Zun

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—¡Gege!

El niño despierta asustado. A su lado, el otro intenta ahuyentar lo que fuera que hubiera perturbado su descanso.

—Aquí estoy, aquí estoy —le dice, y acercándose a él, lo cubre pasándole el brazo por encima, como hacía su madre cuando cualquiera de los dos despertaba sobresaltado a mitad de la noche.

Ya calmado, el niño vuelve a sumergirse en las impredecibles aguas del sueño. Y en ellas navega por un recuerdo; para su tranquilidad, esta vez se trata de uno feliz.

Sus padres están con ellos, y los observan jubilosos mientras él y su hermano hacen volar su zhi yuan junto a otros niños pequeños. Gui Mian le pide a Shen Wei que le deje manipularlo, y éste se lo pasa. El bambú surca casi libre por el cielo, pronto ganando total libertad al desprenderse del agarre del niño. Éste corre para alcanzarlo, pero no puede contra el viento. Su hermano también se apresura hacia él y, dando un gran salto, logra tomarlo. Satisfecho y sonriente, se lo regresa a Gui Mian, y éste le devuelve la sonrisa, plácido. Sabe que sin importar cuántas veces el hilo deje su mano, su gege estará ahí para alcanzarlo.


***


Las palabras llegan a sus oídos, pero el pequeño no las entiende. ¿Su hermano se había ido? ¿Lo había abandonado? No, él nunca lo haría. ¿O sí? No, por supuesto que no. Pero entonces, ¿dónde estaba? ¿Por qué Shen Wei, siempre tan protectivo hacia con él, lo había dejado al cuidado de un completo extraño?

La debilitada mente de Gui Mian lucha por hallar algo de significado entre todo aquello. Algo le dice que no debe ir con el hombre, pero sabe que si no lo hace se quedará completamente desamparado, esperando por su hermano en aquel inmenso y desierto escenario. ¿Y si nunca llegaba? Tal vez sólo había ido a buscar ayuda y pronto regresaría por él. Tal vez se había asegurado de saber exactamente a dónde lo llevaría el hombre, y ahí aparecería más tarde.

El pequeño entonces decide que, en ese momento, el único lugar seguro es al lado del extraño.

Éste lo mira de reojo mientras caminan. «El pobre se ha tragado la historia y ahora debe estar furioso con su hermano», piensa divertido. Cuando arriban a su guarida (el mismo lugar que en un par de años sería la base de la facción rebelde), el pequeño Gui Mian se siente más solo que nunca. Pero se muestra tranquilo y educado: no quiere que haya queja alguna de él para cuando llegue su hermano. El hombre lo trata bien, le da de comer y le muestra un sitio en el que puede recostarse. La recia tos se le ha calmado y ya no le duele la cabeza.

Dos días transcurren en la monotonía. Al tercero, Gui Mian comienza a dudar, pero teme preguntar. O más bien teme a la respuesta.

Pero no puede más, así que le pregunta:

—¿Cuándo vendrá mi hermano?

El hombre lo mira impasible, luego suelta una carcajada y le dice:

—Niño tonto, ya te lo dije. Él se fue, te abandonó, ¿entiendes? No va a volver. Te dejó conmigo. Te voy a cultivar, vas a servir a un bien mayor, ya deja de lloriquear.

El niño sigue sin entenderlo. Shen Wei no lo haría. Su gege nunca lo abandonaría, y así se lo hace saber:

—¡No es verdad! —le espeta con desespero—. ¡Si él no viene yo iré a buscarlo!

Gui Mian sale corriendo, tan solo unos pasos más para alcanzar la salida, donde quizás lo esté esperando su hermano; pero no llega a saberlo porque el hombre lo alcanza, y con brusquedad lo arrastra hacia un lugar oscuro.

—Aquí te quedarás hasta que aceptes la verdad, niño— le dice—. Tú decides cuándo será eso.

El tiempo avanza con frialdad. Un intento, otros dos intentos de escape fallidos. La oscuridad lo vuelve a detener cada vez, y ahora los golpes también. Las palabras del hombre comienzan a penetrar en su corazón.

Ya ha pasado un año y su hermano no viene a buscarlo. ¿Por qué se demora tanto? ¿Y si realmente lo había abandonado? ¿Y si al enfermarse se había vuelto una carga para él y no le quedó de otra que tomar la decisión de dejarlo atrás, confiando en que el hombre cuidaría bien de él? No, seguía diciéndose a sí mismo, tal vez sí planeaba regresar por él, y algo malo le había sucedido en el camino.

Sabe que el nuevo pensamiento es tan terrible como el anterior, pero en él encuentra algo de consuelo, así que lo cree.

En el lugar comienza a haber más movimiento. El hombre acoge a más jóvenes y los empieza a cultivar. Siéndole negada la luz del día, el niño permanece oculto entre las sombras.

Transcurren dos años más. El encierro se convierte en su nueva normalidad. Ya no espera a su hermano, tan solo piensa en él de vez en cuando, preguntándose qué le pudo haber pasado, qué le impidió buscarlo y volver a su lado. A veces la respuesta es algo tonto como se rompió una pierna, y otras algo más definitivo como hizo que alguien le volara la cabeza.

Un día, el Jefe lo deja salir temprano. Es hora de que comience con su entrenamiento, le dice. Gui Mian asiente. Luego, le suelta la bomba:

—Vi a tu hermano —le informa. Gui Mian no puede evitar sentir un nudo en el estómago al escuchar la palabra «hermano». —Ni siquiera preguntó por ti el muy desalmado.

El muchacho no le cree. ¿Por qué lo haría? Palabras ásperas y vacías era todo lo que salía de su boca. Poder emanaba de ellas, es cierto, él mismo lo había sentido, pero sabía resistirlo.

Aunque no espera que esta vez el hombre acompañe las palabras con algo más:

—Pero para que veas que no soy tan malo —le dice—, yo sí te traje un recuerdo de él.

Le pasa un pedazo de tela. Gui Mian lo reconoce. Lo toma como una prueba innegable. Su hermano realmente lo había abandonado. El hilo se aleja, inalcanzable, mientras las palabras se vuelven reales.

Pero lo que no sabe es que el hombre estaba probando un nuevo truco en él, y vaya que había funcionado. El pedazo de tela no significaba nada, pero logró convencer al muchacho de todo lo contrario. Esta vez no había logrado resistir.

Aquello ocasiona que, en el interior de Gui Mian, debidamente plantada y cultivada durante tres años, la semilla dé fruto al fin.

Ye Zun florece junto a ella.

「Máscara」• Guardian •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora