Capítulo 18: La furia de un príncipe

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Cierto joven había estado vagando por el bosque sin un rumbo fijo, simplemente disfrutaba de la recurrente brisa que sacudía sus cabellos negros, se sentía un poco desanimado, no porque estuviera pasando por una mala situación, sino porque él estaba pasando por una mala situación.

Lo veía tan estresado y vacío, su único deseo era acercarse y tratar de animarlo, pero hasta para él eso sería bastante complicado. Estuvo observando en las lejanías, cuando aquél enfermo suplicó por la ayuda de su alteza, y éste amputó su pierna para tratar de acabar con su angustia.

— ¡Alteza, sáneme a mí tambien! —

— ¡Y a mí! —

Exclamaban los demás enfermos que rodeaban al príncipe, viendo como se había desarrollado la escena, y creyendo firmemente en que, si aquello curaba al hombre, entonces debía funcionar también en ellos.

El muchacho bufó despectivamente, se preguntaba como esas personas no notaban que su alteza ya estaba lo suficientemente estresado tratando con aquél hombre ¿porqué se esmeraban en hacerlo angustiarse aún más?

Qué bola de idiotas desconsiderados, por eso se enferman

Se indignó, y prefirió marcharse antes de ser testigo de aquellos tarados, pero frenó en seco cuando escuchó una voz masculina y tranquila calmando la bulla.

— No puedo estar completamente seguro de si éste método es eficaz para erradicar la enfermedad del rostro humano, pero si resulta ser así, ¡prometo salvarlos a todos ustedes de su sufrimiento! — Exclamó, inspirando cada persona que escuchó el discurso del príncipe.

El muchacho pensó en que su alteza siempre sabía como calmar a las multitudes, y elegía las palabras correctas para calar en los corazones de cualquier oyente, aún estando agotado, era simplemente una persona magníficamente admirable.

Sonrió enternecido, y su ojo, el que no estaba cubierto con sedosas vendas, resplandeció contento.

Se fué al mismo tiempo en el que se dispersó la multitud, mezclándose su figura entre las demás.

Pasó la tarde ayudando a algunos enfermos que estaban más incapacitados, y que requerían de ayuda. Ya era algo reconocido entre los médicos del lugar, pues siempre trataba de ayudarlos en lo que podía.

— Hong Hong er ¿Podrías traerme las mantas que están en el depósito? Va a oscurecer pronto y los pacientes empezarán a tener frío — Le pidió una enfermera, él asintió y obedientemente se dirigió al lugar indicado.

Iba rápidamente, hasta aquella bodega que estaba algo alejada del resto del refugio, caminó hasta que vio una especie de bulto blanco reposando bajo un árbol, sintió curiosidad y se acercó, pero retrocedió rápidamente, con su corazón completamente acelerado.

Su alteza el príncipe heredero descansaba su santo cuerpo entre las raíces de un alto sauce, con sus claras túnicas llenas de colores marrones y carmesís.

Sintió su corazón achicarse al solo pensar en que el príncipe estuviera pasando frío, por lo que rápidamente fué a la bodega, y antes de traer la pila de mantas completa, trajo una sola, que usó para cubrir al joven durmiente.

Se cercioró de que la sábana cubriera bien todo el cuerpo ajeno, y quedó observándo por un pequeño rato, hubiera deseado quedarse más tiempo, pero recordó por lo que había venido y decidió seguir con su tarea antes de que la enfermera se preocupara.

— Dulces sueños, alteza, todo estará bien. —

Y se alejó, desapareciendo entre la espesura del bosque.









(Cancelada) El Sistema del Dios de la DesgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora