XIII. Home - Final

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Meses después del viaje, Rayan tomó un empleo. Resultó ser que su anterior jefa en la biblioteca donde vivía, tenía conexiones con la embajada de Corea en Canadá y ya que Rayan había sido archivista, y requerían una, pudo colocarla allí.
Se sentía contenta de volver a trabajar y tener una vida estable y tranquila de nuevo pero... ¿Y Ren?

Ahora le llamaba "Ren". Y él lo aceptaba, porque al final, no había otro Ren y ellos estaban bien con eso. Para ese momento, ya no había dudas de que se amaban. Hacían el amor constantemente. Vivían de trabajos variados. Ren aparentaba saber muy bien sobre trabajos manuales y hacía muebles prácticamente con cualquier cosa. Un día Rayan le dijo "mira este video en YouTube" y comenzó a ser un oficio. Disfrutaba trabajar haciéndolo, esforzándose en lijar y cortar y pintar. Y él lo hacía todo eficientemente, como si hubiera nacido para eso.
La realidad era un poco diferente, porque él se esforzaba para asegurarse de permanecer con ella. Ella tenía algo que hacer. Él se quedaría solo con sus pensamientos en tanto ella no estuviera y debía concentrarse en algo más. Al final, terminaron reuniendo suficiente dinero y construyeron un porche que luego transformaron en una galería de muebles. Eran tan bellos y de líneas tan finas que no había manera que no fuesen colocados rápidamente y por ende, Kylo, no... Ren, tendría suficiente trabajo. Esto también le permitió elevar los precios y luego de dos o tres ocasiones de revender los muebles según los iba haciendo, ya habían recuperado los costos de la inversión original y se habían generado una respetable utilidad para vivir. Le esperaba un camino arduo adaptándose al mundo que había elegido, sobre todo porque no era el que él conocía.

Pero sobre todo, la actividad física le permitía reprimir su ansia de usar constantemente el poder en su interior.

Se habían establecido en Beaupré, una comunidad de poco más de 3,500 habitantes y de todas partes llegaban personas diariamente a observarlo incluso trabajar en el taller al aire libre que no era más que una cerca con un tejabán justo a un lado.

Rayan hacía su recorrido diario y volvía alrededor de las cuatro de la tarde, apenas a tiempo para pasar un rato solos y ayudarle a Ren con todas las cosas a arreglar, apilar madera, preparar pintura...

Era una especie de trabajo fortuito que había terminado por salvarles la vida a ambos. El aire del campo y la actividad también les había dado un saludable brillo y color a sus mejillas. Parecían no necesitar nada más, y en parte era de esa manera.

Una ocasión, una pareja se acercó a comprar un duvet. Ren se había esmerado en pulirlo hasta dejarlo del más reluciente tono de negro. Hizo resaltar con laca las vetas naturales del nogal y usando un tejido satinado de palo de rosa capitonado, creó la superficie acolchada. Era una verdadera belleza. Solo de mirarlo se sentía satisfacción. Rayan había adorado el mueble en cuanto lo vio terminado y lo había colocado de tal manera que la luz del día al entrar por la ventana de la puerta construida con sencilla madera de pino, lo hacía parecer una obra de arte. Habían encontrado la madera de un fuerte librero que había sido dejado en la basura, en un estado que definitivamente daba a entender que aún podía reusarse.

Al entrar en la pequeña galería improvisada, el hombre, al parecer conocedor de muebles, había elogiado las habilidades del creador de éste, de su buen gusto y de lo magnifico que le parecía que el autor de tal belleza hubiese pensado en que las orillas fuesen redondeadas y no terminasen en peligrosos ángulos como el ya común mobiliario minimalista que se vendía en cualquier sitio. El precio pareció agradarle e incluso añadió el 25% más al momento de pagar, aludiendo a que le parecía "injusto" que el precio no fuera justo. Ren objetó, pero fue la mujer quien insistió.

- Un hombre que ha pensado en sus hijos haciendo algo tan bello y tan considerado de la posibilidad de que otro niño se haga daño con ello, me parece que es justo que reciba el fruto de su trabajo.

Ren se sorprendió.

Nunca se había planteado la posibilidad de tener hijos. Es más, ni siquiera se había planteado una posibilidad mucho más importante... ¿Rayan querría hijos?

Aquella tarde, una vez instalada Rayan en la cama antes de cenar, Ren se dio una ducha y se sentó a observarla leer, en silencio. Esta de inmediato lo notó.

- ¿Qué pasa? - Ren negó con la cabeza.

- Nada. ¿Puedo preguntarte algo?
- Claro, ¿Qué es?
- Tú... ¿Has pensado en... Hijos?

Rayan se sonrojó y sus ojos se escondieron deliberadamente en el libro que llevaba en las manos, tratando en vano de evadir el tema.

Ren se acercó a ella, acechándola y murmuró:

- ¿Está segura? Porque he pensado todo el día en que mañana es sábado y tenemos el fin de semana para intentarlos... - una de sus manos se deslizó sobre la rodilla y recorrió su pierna hasta el muslo. Un calor familiar obligó a la chica a cerrar las piernas... Un calor agradable y familiar que abrasó sus paredes internas y la estremeció.

Los labios de Ren besaron su cuello. Rayan suspiró, sus labios se entreabrieron, gozando la sensación tan deliciosa que la recorrió de pies a cabeza. Su mano involuntariamente acarició el pecho del joven, y luego su otra mano inició el mismo vaivén, como si sus manos reclamaran sentirse en contacto con esa piel firme y esos músculos marcados bajo la playera que más que de algodón, parecía de papel de lo entallada que estaba.

Quería besarle y tocarle y lo último que podría imaginar era que la idea de que la fecundara, de que le regalase la oportunidad de crear vida con ella, no solo la estaba motivando sino que además la había excitado sobremanera.

Así pues, Rayan puso el libro sin separar en la mesa de noche, y le besó con pasión, atrayéndole de la nuca, tironeándole el cabello entre besos y jadeos.

Tenían una vida. Una vida que era cómoda, feliz y próspera. Que les parecía perfecta. Que les daba razones para vivir.

Aquella noche no hubo cena, pero si promesas. Muchas promesas entre gemidos, gritos y risas. Hubo seguridad y amor sincero después de tanta pena.

Ren le hizo un último pedido a Rayan y ésta aceptó sin objetar.

Aquella noche dejó su método de control natal a un lado. La píldora, solitaria cápsula de color blanco y azul, permaneció en la caja junto con las otras.

Una y otra vez Ren vació su semilla en ella. Las palabras de la mujer del duvet, hicieron mella en él y le recordaron algo que su propia madre un día le había dicho.

"Cuando la tierra en que quieres echar raíces no es fértil, no puedes construir allí tu hogar".

A él nunca le había importado tener hijos. Ni siquiera los quería porque creía que sería tan pobre emocionalmente para criarlos como fueron sus propios padres para criarlo a él. No quería hijos porque no los quiso hasta que Rayan fue suya.

Rayan era la tierra fértil. Era el sol, y la galaxia y todas las estrellas. Y todo cuanto quería, lo quería con ella.

Hundió la nariz en su cabello ondulado, fragante a almizcle y rosas y sus labios devoraron su boca con frenesí.

// FIN //

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Las estrellas más brillantes en la noche mas obscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora