S... is for SORROW

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Victoria sintió el ritmico golpeteo de la cama mientras las embestidas de Renzo se clavaban en su espalada como cuchillos punzantes y calientes. Las manos del italiano la sostenían fuertemente mientras acariciaba su cadera pegajosa y llena de sudor. Con una estocada tras otra, podía sentir su enorme miembro delizarse entre sus piernas como una adictiva y exquisita droga que poco a poco perdía su efecto.

Parecía que se había vuelto constumbre de Renzo arreglar las cosas con sexo. Un sexo vacío que cada vez satisfacía menos a Victoria.
¿Cómo podía evitarlo? Cada gemido que escapaba de sus labios era un recordatorio de la puta pelirroja escuchándolos atentamente en la habitación continua. Era malisiosa lo sabía. La miraba con ojos burlones todos los días, como si supiera que era un juego a su disposición. Una simple muñeca de Renzo.

Pero ella era su esposa y aún tenía ese efecto embriagador en él. Todas las noches la pasión desenfrenada desbordaba de esa habitación, como oleadas de amor y locura. Victoria no podía negarse.... La dejaba exhausta y sin ánimo de levantarse para notar su ausencia a las dos de la madrugada cuando convenientemente se reunía con sus socios. A través de palabras delicadas y besos seductores la persuadía de caer en sus brazos una y otra vez para hacerla suya y olvidarse de todo.

Tal vez era mejor así.

Con una última trazada de su boca en su cuello la dejó recostarse y jadear extasiada por la explosión de sensaciones en su interior. Acarició su cabello como una niña y la besó en la frente dulcemente.

-Duerme ahora gatita- lo vió levantarse desnudo y renovado como si no hubieran hecho aquello, para ponerse sus pantalones de vestir.

-¿Ya te vas?- susurró soñolienta escuchando el rechiñar de la puerta abrirse.

-Volveré antes del amanercer... lo prometo.

La habitación quedo a oscuras y el silencio presente solo pudo llevarla de nuevo al mundo de los sueños.

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Victoria miró a su alrededor. Las paredes blancas de la sala se veían más brillantes que nunca y el sol resplandecía de modo casi cegador. El entorno parecía distorsionado ante sus ojos mientras se movía por la ligera gravedad. Se miró a si misma en el suelo, sus pies descalzos, sus brazos y piernas encogidas con forma infantil asimilaban la contextura de una niña muy pequeña. Feliz y sonriente giró en círculos como su pequeña Lucy lo habría hecho, jugando con su falda fresca y unicolor.

En medio del brillo, el calor y la refrescante brisa, un olor penetrante y desagradable golpeó repentinamente sus fosas nasales.

¡Ven!- las risas cantarinas la hicieron girarse y mirar hacia arriba. Un niño pelinegro más alto que ella sostenía su mano con apremio

-¡Vamos! ¡Vamos! ¡No te quedes atrás!

El aroma indescifrable se hizo más fuerte. Siguió al niño quien corría ante sus ojos como si de un juego se tratara

-¡Corre!- sus ojos verdes se giraron a observarla mientras soltaba su mano y escapaba hacia las escaleras.

-¡Espera no tan rápido!- gritó la voz infantil que salió de sus labios. ¿No era Piero?, ¿no era Lucy?, eran ellos, Victoria y Lachlan, cuando tenían la misma edad de sus hijos, unas criaturas inocentes, tal cual como los recordaba.

Subió las escaleras y encontró al niño de pie frente a una puerta. Su hermano miraba el despacho de Renzo con curiosidad, se giró hacia Victoria y tocó sus labios con el dedo índice de su mano derecha.

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