Cuando era pequeña me preguntaban qué quería ser de mayor, yo decía que periodista; que quería escribir sobre folio y que la gente al leerlo pudiese ver en el papel un espejo. Se sintieran identificados, supongo; o yo sentir que alguien ahí fuera, en el exilio de este tintero, alguien me entendía.
Ahora me preguntan qué quiero hacer con mi vida y yo sólo contesto: vivirla.
Llevo un número par de años en mi espalda, el próximo octubre cambia el número de velas y yo todavía no he aprendido las reglas del juego.
Me sigo perdiendo por las mismas calles, sigo odiando que el conductor del autobús no me salude, las noticias de la tres y que el despertador suene siempre a la misma hora.
Todavía no he conseguido llegar a fin de mes sin que me fallen las cuentas, y todo por un déficit de sonrisas excesivo. El resultado es que me quede sin probar bocado, de tus labios me refiero, y que me quede en los huesos cuando de amor estamos hablando.
No entiendo por qué noviembre es un mes tan jodido, por qué tiene el verano que huir siempre tan temprano y quién soborna al calendario para que pase cada vez más rápido.
A veces dudo sobre qué cojones está haciendo el de ahí arriba mientras nosotros nos matamos aquí unos a otros. Me pregunto si quien inventó la guerra no contó con que algunos sólo luchan. Por la paz.
Me imagino también detrás de un escritorio a un político que no entiende que no es cuestión de mandato, si no de comprensión. Cada vez estoy más segura de que deberían salir a la calle y ver que nadie creemos en ellos, que las mentiras no entran en nuestro sueldo.
Creo que la gente debería levantarse y luchar por sus sueños, cometer locuras.
Que deberían despertarse y creer que todo es posible. Sería increíble que que un extraño te sonría por la calle no fuese una cosa especial, y que hubiese más gente cantando en las esquinas, ancianos en bancos contando sus batallitas de la mili a sus nietos, adolescentes robándose sus primeros besos en las esquinas.
Cada vez me doy más cuenta de que las personas que van a cambiar el mundo, todavía no lo saben. Pondría mi mano en el fuego y juraría que son los mismos que necesitan un café por la mañana para ser personas, una copa bien cargada para emborracharse después de que el corazón se rompa y que son de los pocos que todavía creen en un mundo mejor.
Yo no soy de esas personas, yo sólo relato como ellos miran los pliegues de las faldas de las portadoras que hacen que sístole y diástole aceleren. Cuento como ellas se ponen bonitas para salir. De esta.
Soy la que te dice que yo sí que creo en ellos, en vosotros, en ti.
Veo que en tus manos está el cambio y que tú todavía no te has dado cuenta. Por eso te lo digo ahora en este folio, que espero que unos años sea el papel de una periodista.
Aunque, sinceramente, hoy por hoy sólo sé que Zaragoza es una ciudad bonita para escribir, llorar, sonreír y sobre todo, soñar.
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Texto: Loreto Sesma.
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Himnos para dos generaciones.
De TodoLlevo 500 noches esperando a que me digas que no conseguiste olvidarme y desde entonces me da por escribir. ************************** Los textos son obra de la maravillosa Loreto Sesma.