XXVII

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El sonido de las explosiones de magia, los golpes y las espadas chocar se difuminaba con el viento gélido que soplaba aquella noche de invierno.

Se escuchaban gritos. Gritos de dolor, de guerra, de impotencia, de rabia, de sufrimiento y de agonía. Cada persona allá en el frente tenía un motivo diferente por el cual gritar a todo pulmón y es qué, en una guerra, los alaridos y las voces moribundas de las personas eran el son de una melodía que se llevaba la vida del pueblo y su gente.

Sin embargo, aquello no parecía tener la menor importancia para el emperador. De hecho, su atención y su mirar estaban centrados únicamente en un hombre que destacaba entre la multitud.

Allí, en aquella ventana de ese gran balcón, observaba con atención como los obelianos se mataban unos a otros bajo los pies de su morada y a pesar de todos los hombres que andaban perdiendo la vida, su preocupación no iba más allá de la joven pareja de amigos que había demostrado poder suficiente para escapar de sus fauces y alzarse victoriosa. Al menos por el momento. Continuó mirando como su hermano se desenvolvía con gran maestría en el campo de batalla junto a su compañero de toda la vida, ese pelirrojo que lo sacaba de sus casillas de niño. No había un solo golpe que rozara parte de su cuerpo y sí bien podía llevarse algún que otro rasguño, su fuerza y su capacidad de lucha lograba que éstos parecieran insignificantes. Además, cada golpe que le daban él lo devolvía el doble de doloroso a su atacante.

Cualquiera diría que no ha pasado por prisión ni torturas...

No había conocido a nadie capaz de enfrentarse con tanta energía a todo un ejército después de haber sido sometido a una tortura tan cruel y espantosa. Aquella habilidad no hizo otra cosa que enfurecerlo aún más. Odiaba cada parte de su hermano que respondía al nombre de segundo príncipe. Detestaba su prepotencia, su habilidad para el combate, su astucia y sobre todo, su suerte en el arte de dominar su mana a la perfección.

Lo detestaba, lo aborrecía, desde el momento que su madre la emperatriz le dijo que ese bastardo era más poderoso que él.

Entre tanto, desde los pies del palacio, el muchacho de ojos azules cuál gema levantó la mirada, alzándose ante la inmensidad del palacio. Desembocó en un punto exacto del mismo y sus miradas se cruzaron. La repulsión desmesurada que intercambiaron dejó bien clara las intenciones de los dos hombres. Cada uno por unas razones, pero por un mismo objetivo.

A pesar de la insistencia que Claude mostraba al mirarlo directamente a los ojos, Anastasius no sintió ni una sola necesidad de apartar la mirada. Estaba decidido a poner fin a aquel juego que surgió entre ambos.

Tan concentrado estaba en mantenerle la mirada a Claude, que apenas se percató de la llegada de la persona que tenía a sus espaldas.

-Todo listo, majestad-aseguró- Bermellón ésta preparando para atacar, solo hace falta qué usted suelte la orden.

- Háganlo de inmediato, quiero que maten a todos y cada uno de ellos.

⚔️

Le sostuve la mirada con decisión, diciéndole lo que no podía decirle con palabras. Iba a matarlo y no importaba cuanto tiempo estuviera mirando sin ensuciarse las manos. Me daba igual que no pudiera tenerlo frente a frente. Si él no venía hasta a mí, entonces tendría que ir a buscarlo y sí para ello tenía que atravesar un ejército de soldados y nobles radicales, entonces lo haría.

La princesa pérdida de Obelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora