XIX

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Subir, bajar, agitarse, sudar, jadear.

Las manos subían y el sonido de los cascabeles colgando de sus caderas resonaban con cada movimiento que hacía. Los bucles negros se movían con cada movimiento que ella hacía, cómo sí protestarán por los movimientos desprevenidos que ella realizaba. Sus piernas se podían ver a través de la transparente tela de su pantalón, y su camisa morada dejaba una impresión brillante en aquél lugar en donde el frío de la noche se había marchado a base del movimiento y calor humano.

El sonido casi imperceptible de las respiraciones parecía haberse detenido y todos los ojos seguían a esa mujer que interpretaba una danza exótica y lejana.

Las telas que tenía sujetas con sus manos se movían con fuerza brillando tenues gracias a la luz del sol, se agitaban con violencia bajo el yugo del viento arremolinándose al rededor de su figura.

Había quedado embelesada en cuanto la música llamo desde las calles principales hasta éste improvisado teatro.

Me había quedado parada, casi tiesa en el medio de la calle en cuanto una figura esbelta y de un color dorado solar natural se movía en el centro con una facilidad increíble, llevándose toda la atención. En cierta parte le agradecía porque sí no fuera por ella probablemente sea el centro de atención ahora mismo, a pesar de que tenía mí cabello oculto sin dejarlo a la vista de nadie.

Fue un reto salir de la mansión Elaine apenas puse un pie fuera un montón de personas comenzaron a hablar y señalarme, mirándome algunas con celos y otros con un destello de admiración.

No entendí que era lo que sucedía, los miré a todos con extrañeza saliendo directo al desfile. Incluso tuve que amarrar mí cabello y esconderlo con un pañuelo para pasar desapercibida.

Por suerte, Denis se ofreció a hacerme compañía, ese niño ya se convirtió en familia para mí. Literal todos los días lo veía, y cuando no era así me preguntaba sí había pasado un buen día sin complicaciones.

El sonido de la pandereta le hizo competencia a los cascabeles en su cadera y el ritmo tomo proporciones mayores, y finalmente la música que trataba de seguirla cesó con ella misma y su pecho agitado.

Silencio fue el preludio a los aplausos y algunos silbidos, yo misma no resistí a la tentación de ovacionarla.  Observé cómo algunos ciudadanos aventaban monedas a sus pies.

Había un rubor encantador en sus mejillas.

Estaba extasiada de felicidad, sus movimientos fueron suficientes para cautivar a todos sus espectadores. Al igual que a mí. Aunque debo de admitir que uno de los motivos por los cuales me detuve a mirar fue por la familiaridad de sus pasos. Por un momento imaginé que mamá estaba bailando en ese escenario improvisado, con una sonrisa resplandeciente mirando al público con sus ojos brillantes.

Ese anhelo desapareció cuando la música folclórica comenzó a sonar con fuerza gracias a unos hombres que abrían paso al desfile, intentando que la espera fuera más ligera. Muchas personas llevaban banderas con el sello de Obelia, otros esperaban de pie hablando con sus conocidos.

Yo ya me había colocado junto a otras personas para apreciar mejor el desfile. Es emocionante, Denis salta a mí lado impaciente escuchando los aplausos de las personas que están más adelante, lo cuál significaba que el emperador y su familia ya estarían por llegar.

De pronto, los gritos extasiados de unas jóvenes a mí espaldas me hace saltar del susto. Joder gritaron en toda la oreja, ¿Qué les causa tanta emoción?

Incluso unas se acercaron mucho más tapando la vista hacía el desfile, más imprudentes no podían ser... Salté intentando mirar sobre sus cabezas que sucedía y porque tanto escándalo, al igual que Denis, nos abrimos paso entre esas jóvenes que nos miraron con molestia. Hey, no me mires así chica, tú comenzaste.

La princesa pérdida de Obelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora