Capítulo 8.

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Me quedo estática lo que parecen ser horas observando la casa minimalista que se encuentra frente a mí. Tiene una fachada lisa de color blanco a juego con portones eléctricos de metal negro; en ambas esquinas de la residencia se mantiene una iluminación estrafalaria proveniente del suelo que le brinda el toque elegante.

Camino hacia la puerta principal la cual se encuentra abierta, paso a un lado de un diminuto grupo enfiestado que se encuentra fuera de la casa conversando, fumando cigarrillos, y algunos otros besándose.

Siento un cambio notorio de ambiente al adentrarme, hay una gran muchedumbre esparcida en el jardín; frente a nosotros se encuentra una casa monocromática negra de dos pisos; el primero con un enorme ventanal de cristal (ahora empañado) que cubre la mitad del lugar donde debido a los destellos de colores se vislumbran siluetas bailando embelesados por el estruendo que emiten los parlantes; el segundo piso es de cubierta plana, noto un balcón voladizo que sobresale de la primera planta y este es aún visible, porque es completamente de ventanales.

—¡Eh, guapa! ¿¡Cuál es tu nombre!?—mi atención se dirige hacia el grito.

Un chico caucásico pelirrojo, completamente ebrio, me observa fijamente desde el balcón de la casa. Ruedo los ojos, ignorándolo.

Camino al tumulto que se encuentra dentro.

Al entrar, el aire es tan caliente y húmedo que me sofoca. El olor de alcohol, cigarro y mador es tan evidente que me siento mareada e incluso asqueada.

«¿Qué demonios con la ventilación de este lugar?»

Mi vista estudia a cada persona de la habitación sin el éxito de reconocer una cara familiar. Me centro demasiado en mi búsqueda que cuando me empujan accidentalmente me doy cuenta de que estoy rodeada de desconocidos bailando, que son completamente ajenos a mi actitud desanimada.

Ha sido una mala idea venir.

Saco mi celular del bolsillo e intento abrirme paso, pero me resulta imposible, así que tomo otra dirección a un rincón de la habitación donde es posible que realice mi llamada con éxito.

Marco una infinidad de veces a Santana y a Zach, pero ninguno atiende el teléfono. Maldigo.

Entre más minutos pasan, mi cuerpo comienza a acostumbrarse a la falta de aire y a percibir un olor neutro. Ya no resulta desagradable estar en esta habitación.

Me siento como una intrusa cuando descubro a dos chicas observándome y no solo a mí, sino también a mis vendas de las manos. Intento ignorarlas y me aparto de mi lugar previo de juicio para seguir buscando a mis amigos, pero en vez de eso solo veo a Dylan a unos metros bailando y platicando con una chica.

—Eres una invitada de honor y llegas muy tarde—el arrastre de palabras nada común que percibo en mi oído hace que deduzca enseguida de quién se trata.

Volteo hacia Harry para darle una sonrisa a medias, queriendo acompañarla con un "no planeaba venir" que se queda atascado en mi garganta.

—Lo siento— es lo único que logro decir al ver su sonrisa risueña iluminando todo su rostro.

Él no dice nada y le da un gran trago al vaso rojo que sostiene con su mano izquierda. Me pierdo por un momento en los anillos extravagantes que lucen perfectamente en sus dedos largos y varoniles.

Siento una presencia a mis espaldas, y antes de que pueda reaccionar Harry coloca una de sus manos en mi espalda baja y me da un leve empujón para poder moverme y liberar espacio.

Parece tan desinteresado de su acción que le resulta frustrante a mi cuerpo, porque Heath ha sido el único hombre no tan allegado a mí que lo ha tocado después de mucho tiempo, incluso me cuestiono si lo podría comparar con el toque de Zach, o de mi hermano, o incluso como el de mis compañeros, pero sé la respuesta, y sé que no es lo mismo; el parece tocarme como un hombre que podría destruirme y volverme a construir.

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