Capitulo 7: ¿Monstruos o Pesadillas?

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     Una fina capa de escarcha, apenas visible, cubría las aguas de Venecia. Era tan delgada y frágil que apenas era necesario un empujón de los barcos para quebrantarle en cientos de pedazos. Sin embargo, las bajas temperaturas y las gélidas ventiscas que hacían temblar la ciudad entera indicaban que pronto cubrirían el río por completo. La nieve que caía suavemente desde las gises nubes que tapizaban el cielo, se acumulaba en las ventanas y recovecos de las casas, y le gente caminaba por las calles sin llevar una sola parte del cuerpo descubierta.

    La presciencia de Jack Frost era evidente hasta para Madre Naturaleza, quien no solía visitar lugares con tan bajas temperaturas. Le resultaba extraño poder ver su propia respiración cuando exhalaba, manifestándose como una delgada cortina de humo que el gélido aire no tardaba en llevarse consigo, haciéndolo desaparecer. Y mientras el chico permaneciera ahí, el clima no mejoraría.

    Emily Jane caminaba por uno de los parques que había sobre el canal principal, en busca de la guarida de Pitch. Cubierta con una manta del mismo tono de verde que su vestido, parecía camuflarse muy bien con el entorno. Los escasos transeúntes tenían tanto frío que no pensaban en otra cosa, ni siquiera parecían reparar en su presciencia. Pensó que quizá lo mejor sería advertirle a su padre sobre la cercanía del guardián a su escondite, pero luego se dio cuenta que esa era una forma de "ayudarlo", y ella era neutral.

    No tuvo que caminar mucho para encontrar lo que buscaba: un estrecho agujero en el suelo, cubierto ligeramente por la nieve. Alzó la mano frente a ella, y le bastó un pequeño movimiento para que esa molesta cubierta blanca se dispersara. Se asomó cuidadosamente desde arriba, como queriendo adivinar la profundidad de este, que estaba tan oscuro que no lograba distinguir nada. Madre Naturaleza pidió ayuda del viento, antes de dejarse caer dentro de aquella oscura brecha.

    Tras descender algunos metros, aterrizó sobre el helado suelo rocoso del escondite. El eco de su caída se propagó por todas partes, retumbando en cada muro del lugar. Era tan oscuro, que Emily Jane tuvo que esperar algunos segundos para que sus ojos se acostumbraran a la escaza iluminación.

    Pronto pudo darse cuenta que estaba ante una enorme cueva, tallada bajo las entrañas de Venecia. Era una gran sala, como la de los antiguos palacios donde los nobles ofrecían sus fiestas, y apenas era iluminada por un par de estrechos tragaluces en el techo de la misma. Ella supuso que debían de conducir hacía el exterior de la ciudad, puesto que, además de luz, lograban colarse uno que otro copos de nieve.

    Avanzó un par de pasos para apreciarlo mejor. La guarida tenía forma esférica, y le recordó mucho al interior de una cúpula. Las paredes de la esta estaban llenas de estrecho pasillos tallados en la misma roca, y cada uno conducía hacia una especie de puerta diferente. Era como un enorme panal subterráneo.

    Madre Naturaleza notó que frente a ella se encontraba una ancha escalera que cubría toda la parte frontal de la guarida y, junto donde terminaba el último escalón, estaba el globo terráqueo de metal que su padre tenía para controlar su progreso con los niños. Cientos de lucecillas amarillas tapizaban su superficie, cada una representando a un niño creyente en los guardianes.

    Y más adelante, justo bajo el tenue rayo de Sol que ofrecía el primer tragaluz, reconoció la figura de Pitch de espaldas a ella, frente a una especie de jardinera rectangular llena de tierra.

— ¿Padre? — lo llamó, mientras baja cuidadosamente los escalones de piedra.

— ¡Emily Jane! — se volvió para verla sobre el hombro. — Llegas justo a tiempo.

    La aludida se sorprendió un poco al escuchar eso, y apresuró el paso para terminar con los escalones de una buena vez.

— ¿Ah, sí? — preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca. — ¿Para qué?

Rise of the Guardians: Pitch's ReturnsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora