Capitulo 1: Herida abierta

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     Un chico observa el panorama nocturno de la cuidad desde el techo de un edificio. A esas horas de la noche, el lugar estaba tan quieto y apacible que incluso los pasos de un ratón corriendo bajo alguna cama se hubiesen escuchado en toda la zona. Las calles, tan vacías y solitarias, daban un aspecto fantasmal al condado entero.

    La Luna, brillante y redonda en el cielo, iluminaba desde lo alto los techos de los apartamentos y las copas secas de los árboles. El gélido viento otoñal removía las ojos de estos, mismas que habían cambiado de su clásico color verde a un amarillento reseco, mismo que se tornaría marrón mientras duraba su lenta agonía.

    El joven había escuchado antes que la Luna de Octubre es la más grande y hermosa de todas. Ahora veía que tenían razón. Su pálida luz entraba por los alféiceles de las ventanas e iluminaban tenuemente los rostros adormilados de las personas.

    El aire fresco le removía los cabellos blancos del fleco sin cuidados, como jugando a hacerlos volar. Este mismo arrastraba de un lado a otro de la calle una gran cantidad de hojas marchitas de diversos tipos de árbol. Las había en toda la gama de colores que va desde el amarillo ocre hasta el café caoba, todas girando y brincando sobre el irregular asfalto. El otoño se sentía en la atmósfera, un atmosfera de completa paz y quietud.

    Repentinamente y sin previo aviso, una figura humana apareció en aquella cuadra, caminando de espaldas al chico. Era esbelta, alta, de largos cabellos castaños y un curioso caminar. El joven estaba varios metros por arriba del suelo, pero incluso a esa distancia podía ver la larga y peligrosa lanza de bronce oxidado que llevaba en la mano. Solo un loco se acercaría a alguien con un arma como esa.

    Y solo alguien realmente estúpido permanecería a tan altas horas de la noche en el techo de un apartamento solo para ver a aquella chica caminar con su respetable lanza. Él era ese estúpido que había hecho de esa extraña actividad una rutina diaria desde hacía casi diez meses.

    Simplemente no podía evitarlo.

    Siempre observando en la distancia, deseando poder volver a acercarse a ella. Tenía un enorme deseo de hablarle, de acompañarla a caminar, de jugar con ella. Imaginaba volver a sentir sus brazos rodeándolo, volver a ver esa linda sonrisa y esos ojos llenos de brillo.

   Pero sabía que era imposible. El más mínimo descuido que llamara su atención, y estaría muerto. Le rebanaría la garganta sin miramientos, con esa afilada navaja que cargaba, en tan solo unos pocos segundos.

   Él lo sabía. La conocía bien, y aunque nunca la hubiese visto hacerlo, no dudaba que pudiera. Y no iba a arriesgarse para comprobarlo. Observarla desde la distancia todas las noches le bastaba de momento.

    Tenía la mirada puesta en ella cuando notó un resplandor dorado a sus espaldas. Ya sabía quién era, ni siquiera se molestó en volverse para saludarlo. A Meme parecía gustarle acercarse a hablarle en los momentos menos oportunos del día. El guardián apareció por su flanco derecho, y se quedó flotando a su lado mientras seguía la trayectoria de su mirada para descubrir lo que veía.

"¿Observándola de nuevo?", preguntó cuando al fin su compañero se dignó a mirarlo.

    Jack gruñó en respuesta.

"Sabes que no deberías hacerlo", lo reprendió con sus símbolos de arena. "Solo te haces más daño a ti mismo".

— Es fácil decirlo cuando no te sientes así — suspiró el joven, observando a la solitaria humana con el rabillo del ojo.

"Ni siquiera sabe que la observas" siguió el otro.

— No — el chico volvió a mirarlo de frente. — No me he acercado a ella.

Rise of the Guardians: Pitch's ReturnsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora