Abrió la puerta del piso con cuidado de no hacer mucho ruido. Seguramente Sandra seguiría despierta viendo alguna serie. Pero por si acaso, siempre entraba con sigilo.
No se había equivocado. La luz del salón estaba encendida y se escuchaba un leve murmullo de voces. Vio a Queen enfilar el pasillo que conectaba la habitación con el recibidor y se agachó para tomarla en brazos y saludarla como merecía, con mimos y carantoñas varias.
– Yo también te he echado de menos, mi amor.
Últimamente Queen era la único que hacía que quisiera regresar a casa. Había noches en las que hasta se había planteado presentarse en su antiguo piso con la excusa de pasar un rato con sus amigas. Con suerte, se le haría demasiado tarde como para irse y podría quedarse a dormir sin necesidad de pedirlo, evitando así que fuera sospechoso. Luego recordaba la mala relación de su gata y su novia y desechaba la idea.
– Ya he vuelto.
– ¿Qué tal ha ido?
Aquella pregunta se le clavó en la conciencia. No parecía que Sandra la hubiera lanzado como un dardo malintencionado. No obstante, lo sintió como tal.
– Bien. Hoy había poca gente.
Hacía alrededor de un mes que Alba apenas le preguntaba por su trabajo. Hasta entonces, siempre se había mostrado interesada hasta el punto de acribillarla a preguntas, ansiosa por conocer más acerca de él. Sandra hacía que dicho interés se intensificara en cuanto comenzaba a hablar con una devoción increíble, deleitando así a Alba, a quien le encantaba escucharla hablar de aquella manera.
Todo eso cambió cuando encontró otro trabajo. Mejor pagado. Menos satisfactorio. Más invasivo.
Se estaba corrompiendo y llevando su carrera a la ruina.
Sandra estudió periodismo y su buen desempeño sumado a las excelentes prácticas que hizo en un medio local se vieron recompensados con un contrato en ese mismo sitio. Tenía un buen sueldo para ser su primer trabajo, sus compañeros eran simpáticos y siempre estaban dispuestos a ayudarla, y su jefa era maravillosa.
Todo iba bien.
Durante un año se hizo un hueco en el mundillo de las entrevistas. Era raro que alguien no la conociera, todo el mundo temía sus preguntas. Atinadas y certeras pero sin rebasar los límites de la intimidad. Siempre las clavaba en el centro de la diana.
Luego le llegó una jugosa oferta que le resultó irrechazable. Un caballo de Troya que portaba todo aquello que Sandra nunca dio muestras de tener. Una pizca de egocentrismo, orgullo, malicia, engreimiento, arrogancia, vanidad, endiosamiento e imprudencia. Un brebaje explosivo que no dudó en tomar nada más tenerlo delante.
Estaba a una firma en un contrato indefinido de poner en práctica sus recién adquiridos rasgos. Y firmó.
Esas nuevas facetas poco tardaron en salir a la luz en su vida personal, siendo sus dos compañeras de piso sus conejillos de indias.
Alba hacía oídos sordos a los gritos cada vez más agudos de su mente. Si hacía como si no ocurriera nada, no existiría ese cambio. Al menos eso quería creer. ¿A quién pretendía engañar? Llegaría el día en el que las grietas del vaso que contenía la paciencia se alargaran tanto que el recipiente acabaría hecho añicos, propiciando así la ola que arrasaría con todo el tiempo ignorado.
A pesar de saber que tarde o temprano tendría que enfrentarse a aquella situación, la rubia continuó mirando hacia otro lado. Si había de reventar, que lo hiciera con todas sus consecuencias. Pero más adelante. Cuando fueran tan insostenible que no quedara más remedio que hacerle frente.