Capítulo 12

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Cuando Alba volvió de una entrevista de trabajo encontró un papel doblado junto a la puerta. Lo primero que pensó fue que había tenido suerte de que Queen no se hubiera puesto a jugar con él hasta destrozarlo.

Lo dejó sobre la mesa del salón y fue directa a cambiarse de ropa. Bendito chándal, pensó. Por el camino, saludó a Queen, que la siguió hasta la habitación y esperó pacientemente sobre la cama a que la rubia le prestara la atención que merecía. La había dejado sola durante tres horas y ya estaba necesitada de cariño.

Los escasos minutos de espera observando a su dueña cambiarse se vieron recompensados enseguida. Una avalancha de cosquillas en la barriga y besos en la cabeza desencadenaron un continuo ronroneo que se vio acompañado por otro igual por parte de Alba. Era bastante complicado distinguir cuál de las dos era más gata en ese momento.

Ya en el salón, una nerviosa Alba leyó la nota por cuarta vez. Tenía apenas una hora para comer y subir al cuarto piso. Porque iba a aceptar, de eso no tenía ninguna duda. De hecho, hasta había contestado en voz alta nada más leer la pregunta.

Como si me fuera a escuchar.

A lo mejor dando una voz desde el patio de luces...

Desechó esa idea. Era una idea pésima. ¿Vociferar como si fuera la loca del edificio? No, jamás. Además, con lo que odiaba ella los gritos. ¿Qué necesidad tenía la gente de ponerse a gritar como una descosida? No, no, la idea se le antojaba cada vez peor.

¿Y si voy a confirmarle que subo?

No, tampoco. Si ya le había dicho que la esperaba a esa hora. Tampoco era cuestión de molestar en ese preciso momento. Estaría comiendo o dando una cabezada. Ni siquiera sabía si estaría en casa antes de la hora propuesta. A saber cuándo dejó la nota.

Carcajeó levemente todas las veces que releyó aquella nota. La del cuarto, había firmado.

Al final, entre tantas vueltas, se quedó sin tiempo. No había comido y en media hora tenía que presentarse ante la puerta de la morena.

Qué le vamos a hacer, hoy toca sopa de sobre. Si se entera la Rafi, me mata.

– No te vayas a chivar, Queen, que te quedas sin galletitas de Natalia – la amenazó frunciendo el ceño y agitando un dedo en el aire.

La gata siguió acicalándose sin hacerle el más mínimo caso. Era una amenaza sin fundamento, ya podía hacer la peor trastada del mundo que no la dejaría sin su golosina. Queen tenía a Alba comiendo de su mano, y no al revés.

Antes de nada, cogió un bolígrafo para escribir justo debajo de la pregunta de Natalia. Iba a devolverle la jugada.

Se levantó del sofá para preparar la comida. Aprovechó los minutos indicados en el sobre para fregar la taza del desayuno que había dejado dentro del fregadero por ir justa de tiempo. Y de paso, rellenó el cuenco de Queen.

Se dio prisa en comer, lo que en ella era todo un logro ya que siempre era la última en terminar, y miró la hora. Todavía tenía diez minutos. Uno para subir y el resto para terminar de prepararse. Se peinó, se lavó los dientes, arregló un poco los cojines del sofá y salió. Al final iba a llegar incluso antes de la hora, todo un alivio para ella.

Cerró con llave como pudo, pues tener a Queen acaparando uno de sus brazos le dejaba poco margen de maniobra. Una vez lo consiguió, esperó al ascensor. La cola del felino se agitó en el aire en cuanto la rubia puso un pie en el rellano del cuarto piso. Al parecer, reconocía el lugar.

Se agachó para dejar a la gata en el suelo y pasar la nota por debajo de la puerta como había hecho Natalia y llamó al timbre. Escuchó unos pasos en el interior y esperó, imaginando que habría visto la nota y la leería antes de abrir. Cuando lo hizo, de repente, los nervios atacaron el estómago de Alba, quien solo podía derretirse de ternura al darse cuenta de los pronunciados hoyuelos que se le formaban a la más alta cuando sonreía en grande.

HoudiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora