– Nos vemos el lunes.
Natalia se despidió de sus alumnos y se dirigió al despacho, donde ya estaban Vicky, Mimi y Miriam esperándola para cerrar. Por fin era fin de semana y habían quedado en salir con el resto del grupo. En dos horas tenía que llegar a la que fue su casa, ducharse y arreglarse. Menos mal que habían quedado para picar algo y no tenía que cenar antes. Si no, no llegaría. O al menos no sin sudar la gota gorda por las prisas.
Llegó al piso y se encontró a sus tres amigos hablando y riendo en el sofá. El día que se mudó y fue a dejarles las llaves, les faltó poco para castigar la un mes sin amigos. Le dijeron que se las quedara, que habían decidido no buscara nadie que ocupara su habitación y que seguiría siendo suya si en algún momento la necesitaba.
– Ya he llegado.
– ¡Hola! – saludaron los tres ala vez –. ¿Cómo ha ido?
– Bien, pero agotador – se dejó caer en el sofá al lado de Ici.
La pelirrosa la abrazó con cariño. Natalia cerró los ojos y se dejó hacer cuando su mejor amiga comenzó a acariciarle el pelo, enredando los dedos entre los mechones.
– Natinat, tienes la ducha libre.
– ¿Vosotros ya estáis listos?
– Sí, estamos haciendo tiempo para vestirnos.
– Vale, pues voy.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, se levantó. Había sido un día extremadamente largo, no le veía el fin, y en ese preciso momento se estaba maldiciendo por haber aceptado salir por la noche.
Cogió ropa limpia del armario de Ici y las toallas que tenía colgadas detrás de la puerta y entró en el baño. Dejó salir el agua para que se calentara mientras se desnudaba. Esperó a ver salir el chorro humeante y se situó debajo de él. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de paz que le daba el agua ardiendo cuando recorría cada centímetro de su piel. El entumecimiento de sus músculos fue a menos hasta desaparecer casi por completo.
Todavía le quedaba una hora cuando salió del baño. Ya no había nadie en el salón, todos se encontraban en sus respectivas habitaciones enfrentándose a la indecisión de qué ponerse. Justo lo que se disponía ella a hacer. O no, pues tampoco le quedaba mucha ropa allí.
Pantalones vaqueros negros con roturas por la rodilla, una camiseta de rayas verticales bastante colorida, botas militares y la chaqueta de cuero. Esa fue la elección de la morena para aquella noche. Cómoda, en su línea. Y de infarto.
– ¿Te has propuesto volar bragas, Lacunza? – le preguntó Ici haciéndole un repaso.
– No empieces, Icíar – la cortó inmediatamente.
Natalia no buscaba nada de lo que su mejor amiga insinuaba. Hacía tiempo que, aunque sin llegar a presionarla, trataban de que conociera a alguien. Natalia no quería. No le apetecía, más bien. Estaba feliz con su situación actual, con sus amigos, su trabajo, su vida en general. No quería buscar nada. Si acaso, dejaría que llegara cuando tuviera que hacerlo.
– Si se tiene que dar, ya lo hará – añadió en un tono menos afilado.
– Pero no te cierres en banda, ¿vale?
– Eso ya pasó – acompañó sus palabras con una sonrisa para que no se preocupara.
Continuaron hablando en el salón mientras esperaban a que Marta y Alfonso acabaran de prepararse. Podían comenzar una hora antes que incluso así serían los últimos.
Habían quedado con el resto del grupo en su bar de siempre. Un local pequeño con una terraza bastante amplia. En una plaza y lejos de las aglomeraciones. Tranquilidad, justo lo que buscaban antes de dar el pistoletazo de salida a la noche. O lo que era lo mismo, cambiar las sillas y las cervezas por los bailes y las copas.