Salió de trabajar casi a la hora de la noche anterior. Habían tenido prácticamente el mismo barullo, por lo que no consiguió tomarse ni un pequeño descanso. Para más inri, había cambiado el puesto con Dave y aun habiendo trabajado algo menos de tiempo, estaba más cansada. Agotada. Extenuada. Para el arrastre.
Tras ponerse la chaqueta y subirse la cremallera hasta arriba, se colgó la riñonera y sacó su teléfono. No había podido echarle ni un vistazo rápido para comprobar que todo estuviera bien en casa y le sabía mal por Natalia. No quiso darle demasiadas vueltas. Le había asegurado que no le suponía ningún problema y no vio rastro de mentira ni en sus palabras ni en su mirada. De hecho, juraría que no se había encontrado jamás con unos ojos tan cristalinos y sinceros como lo suyos.
Tenía mensajes de un número desconocido. Abrió la conversación y lo guardó en sus contactos al confirmar de quién se trataba.
Leyó los mensajes y dejó escapar una sonora carcajada. Se estaba jugando que saliera algún vecino de aquella calle y le dijera de todo por armar jaleo a altas horas de la madrugada.
De camino al coche se le empezaron a congelar los dedos, pero no por ello dejó de ver el vídeo que le había enviado la pelinegra. Lo iba a llevar al millón ella solita. Estaba realmente contenta por que Queen y Luisa se llevaran tan bien y les hubiera costado apenas unas horas habituarse la una a la otra.
Pasó a la primera imagen y cambió la risa por una tierna sonrisa. Podría acostumbrarse a ver esa imagen todos los días. Y si era en directo, mejor. Natalia se encontraba tumbada en su sofá con la manta hasta el pecho, Queen sobre sus piernas hecha un ovillo y dormitando y Luisa en primer plano, tapada hasta el cuello y mirando a la cámara con curiosidad.
– Ojalá haber estado allí para verlo – murmuró en un hilo de voz.
– La baba, Alba.
Dave la adelantó con una sonrisa burlona. Al parecer, se había ensimismado tanto que prácticamente había dejado de andar.
– Hasta mañana – le sonrió ruborizada.
Dejó el resto de los mensajes para cuando estuviera ya en el coche. Continuó caminando, acelerando el paso para llegar cuanto antes. Nada más sentarse se frotó las manos para entrar en calor. Puso el seguro y volvió a la conversación.
Cuando llegó a los últimos mensajes se sintió morir de amor. Natalia no dejaba de sorprenderla con su toque infantil. Era totalmente distinta a lo que podría parecer a simple vista, una chica dura, intimidante y hasta un poco borde. Sin embargo, si había alguien en quien aquella diferencia entre las apariencias y la realidad era notoria, era en ella. No había ni rastro de aquellos rasgos, era como un bebé en cuerpo de adulto, una mujer con la timidez de una niña que se esconde tras las piernas de sus padres cuando otra persona le habla.
Y todo eso se intensificó cuando abrió la última imagen. Quería achucharla, arroparla y darle un besito en la frente. O dos. Puede que tres.
No respondió y se puso en marcha. Condujo acompañada por la música que sonaba en la radio y una sonrisa que era incapaz de borrar. Al ver la hora, supuso que se habría quedado dormida esperándola.
Me voy a derretir cuando llegue a casa.
Abrió la puerta con todo el cuidado del mundo. Tenía suerte de que no hiciera ruido, ya suficiente tenía con el de las llaves al girar.
El piso se encontraba en penumbra. Se colaba cierta claridad de las farolas de la calle y podía moverse por el piso a tientas. Aun así, antes de dirigirse hacia el salón, encendió la luz del pasillo para no darse ningún golpe. Y para ver mejor a Natalia.